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Cuando tu hija adolescente te dice que es trans y tú luchas para evitar un daño irreversible: "Era como una secta"

El desgarrador relato de tres madres que tratan de evitar que sus hijas inicien un camino de no retorno en la etapa más confusa de su vida.

David Alonso Rincón

Alma, Natalia e Irene ni siquiera se conocen en persona. Cada una vive en una comunidad diferente, pero las tres han pasado por lo mismo: sus hijas, unas niñas que jamás habían dado ningún síntoma de rechazar su sexo biológico, habían llegado a casa en plena adolescencia y les habían comunicado que en realidad eran chicos trans. Las tres lo habían hecho con un discurso perfectamente aprendido, prácticamente idéntico y extraído de las redes sociales en las que los jóvenes de hoy en día parecen encontrar el mejor refugio para capear los problemas inherentes a esta tediosa etapa de la vida: algunos de socialización y otros mucho más graves.

Sus madres -mujeres que han educado a sus hijas en entornos libres de estereotipos de género y que hoy son tachadas de tránsfobas- han resistido los envites de médicos que, sin ni siquiera escuchar sus historias, les animaban a "celebrar la llegada de un nuevo hijo"; se han rebelado contra centros educativos que, sin su permiso, y ni siquiera su conocimiento, han empezado a tratar a sus hijas en masculino; y han estudiado día y noche para poder explicar a unas adolescentes a las que les cuesta pensar más allá de un año vista las consecuencias que la hormonación o la doble mastectomía pueden tener a largo plazo.

La historia de Alma

La historia de Alma se remonta años atrás. Cuando se separó de su marido, su hija -que, por aquel entonces, apenas tenía 11 años- empezó a autolesionarse y cayó en la anorexia. A los 15, tras salir de uno de sus múltiples ingresos hospitalarios, le dijo a su madre que era un chico y que, aunque ella no se hubiera dado cuenta, siempre lo había sido: "Me quedé helada, pero en aquel momento lo acepté". Sin embargo, después de una noche entera dándole vueltas, se armó de valor. "He estado revisando toda tu infancia, he estado pensando y es que yo nunca he visto esto. De verdad que no te reconozco, así que vamos a tomarnos las cosas con calma y a ver qué pasa", le dijo a su hija.

Aquello era como una secta que la había absorbido. Tenían su líder y también su comunión, porque empezar a hormonarse era como su rito de iniciación

Pero, lejos de lo que Alma quería pensar, aquello sólo era el principio. Pronto, empezó a quedar con un grupo de adolescentes que, al igual que ella, se autodeclaraban trans y que, según Alma, ni estudiaba ni trabajaban, sino que se pasaban todo el día fumando porros. "Se enganchó a uno que era como el líder, porque era un poco más mayor que el resto, y empecé a ver que aquello era como una secta que la había absorbido. Tenían su líder y también su comunión, porque empezar a hormonarse era como su rito de iniciación"

Su hija empezó a escaparse de casa con frecuencia: "Fue una época terrible, desaparecía durante días, no cogía el teléfono y yo temía que en cualquier momento me llamasen para decirme que la habían encontrado en una cuneta". La situación era tan delicada que Alma pensó que tal vez lo mejor era plegarse a sus deseos, así que finalmente acabó accediendo a llevarla a una de las muchas unidades de género que hay repartidas por distintos hospitales de nuestro país.

Un momento durante la entrevista. | David Alonso.

"Cuando llegamos, lo primero que le dijeron fue que no necesitaba que ningún médico corroborase lo que le pasaba y que, como ciudadana, tenía derecho a pedir la hormonación, que ellos sólo estaban allí para acompañarla en el proceso", explica Alma. Poco importaba que fuera menor de edad ni que llevara años autolesionándose o sumida en la anorexia: "Ni siquiera le preguntaron los antecedentes antes de decirle eso".

Tras esa pequeña entrevista inicial, Alma pidió que le aclarasen las consecuencias que la hormonación podría tener para su hija dentro de 20 años. "No lo sabemos", le reconocieron, aunque sí le advirtieron de que, si luego se arrepentía, nadie le garantizaba, por ejemplo, que sus ovarios volvieran a funcionar correctamente y pudiera tener hijos. Alma salió de aquella consulta convencida de que aquello era una locura, así que le comunicó a su hija que no autorizaría su hormonación. Si quería hacerlo, debía esperar a cumplir los 18 años.

Mamá, gracias por no haberme dejado hormonarme, porque no soy un chico. No sé cómo me siento, pero no soy un chico

Cuando llegó ese día, le entregó una carta a modo de despedida, pensando que aquel sería el comienzo de un camino que ella seguía sin estar de acuerdo en transitar. Su sorpresa llegó al ver su reacción: "Lloró muchísimo y, cuando terminó de leerla, me dijo: ‘Mamá, gracias por no haberme dejado hormonarme, porque no soy un chico. No sé cómo me siento, pero no soy un chico".

Lo que vino después no fue fácil, porque su hija seguía padeciendo graves problemas. Con apenas 40 kilos, tuvo que ser ingresada en un centro especializado en trastornos alimentarios. Al salir, le pilló la pandemia y un confinamiento que revertió todo lo que allí habían logrado. Tras varios intentos de suicidio, hoy, los psicólogos y psiquiatras que la han tratado no sólo han descubierto que de pequeña sufrió abusos sexuales -algo que se repite en el historial de muchas chicas que en la adolescencia dicen ser chicos-, sino que le han diagnosticado un trastorno límite de la personalidad, por el que ha estado internada los últimos seis meses.

Yo sólo pido que se atienda a las adolescentes en toda su dimensión, no que se focalicen en eso como si eso fuera a resolverles la vida, porque no es verdad

Una de las madres durante la entrevista. | David Alonso

"Es de ahí de donde viene todo", concluye Alma, que asegura que su confusión continúa presente: sigue pidiendo que la traten en masculino, pero luego se viste como cualquier chica de su edad, tal y como reflejan las fotos que ella misma nos muestra en su móvil. Precisamente por eso, lo que más teme esta madre de la nueva ley Trans es la falta de acompañamiento médico. "Yo sólo pido que se atienda a las adolescentes en toda su dimensión, no que se focalicen en eso como si eso fuera a resolverles la vida, porque no es verdad. No sólo no se la resuelve, sino que en la mayor parte de los casos se la complica todavía más".

La historia de Natalia

Su petición es la misma que la de Natalia e Irene, con la diferencia de que, en el caso de sus hijas, el detonante no fue un trastorno límite de la personalidad, sino problemas de adaptación en el instituto y una pandemia que acabó por encerrarlas más en sí mismas, con el único acompañamiento de unas redes sociales que, a cierta edad, pueden resultar muy peligrosas.

"Mi hija había sufrido acoso escolar en el colegio y, al pasar al instituto, no encontraba un sitio en el que encajar", explica Natalia. Cuando trataba de hallarlo, llegó la pandemia y, con ella, un confinamiento que la joven pasó encerrada en su habitación. En aquellos meses, estrechó su relación con una chica que aquel verano se declaró trans. Al poco tiempo, fue su hija la que lo hizo: "Un día, al llegar del instituto, soltó la mochila y me dijo: ‘soy un chico trans y quiero hormonarme y quitarme las tetas’". Natalia se quedó helada. "Lo primero que me salió fue decirle que eso no se decía ni se hacía a la ligera, pero me respondió que no me preocupara porque ya le habían dicho lo que tenía que hacer y a dónde la tenía que llevar, porque su problema era que tenía disforia de género".

De nuevo, un discurso milimétricamente aprendido y tan alejado del lenguaje habitual de su hija que clamaba al cielo. Pronto descubrió que se había enganchado a Tik Tok, donde unos jóvenes trans instruían a las adolescentes y les instaban a romper con su familia y también con su pasado. "Cuando veía fotos con ella y le decía ‘¿te acuerdas cuándo fuimos de excursión a tal sitio o cuándo celebramos tu cumpleaños en tal otro?’, nunca se acordaba de nada, porque les dicen que tienen que borrar todos los recuerdos de su niñez".

¿Mi hija pide que la traten en masculino en el colegio y nadie levanta el teléfono para comunicármelo y pedirme permiso? ¡Es menor de edad! ¡Y no saben nada de ella!

Aunque su hija siempre se había negado, Natalia consiguió que visitara a un par de psicólogos. Sin embargo, su cerrazón les llevó a tirar la toalla. Al año siguiente, cambió de instituto y todo parecía ir mejor hasta que, pasados un par de meses, llamó a la tutora para concertar una primera reunión. "Me preguntó si, además de la situación académica, quería abordar la otra situación. ¿Qué situación?, le pregunté yo. ‘Bueno, es que aquí desde que comenzó el curso la tratamos en masculino y la llamamos por el nombre que ella ha elegido’" -le respondió la profesora- ¿Mi hija pide que la traten en masculino y nadie levanta el teléfono para comunicármelo y pedirme permiso? ¡Es menor de edad! ¡Y no saben nada de ella! Ni quién es, ni cómo es, ni qué le ha llevado a esta situación o si tiene un diagnóstico médico".

Tras aquella conversación, se presentó en el centro totalmente indignada. Máxime, cuando descubrió que en la clase de su hija había otras cuatro chicas que decían ser chicos trans. En total, en el mismo centro, eran ocho. "¡Eso rompía todas las estadísticas! ¿De verdad nadie se lo replanteaba?". En cualquier caso, la tutora le pasó la pelota al Departamento de Orientación, el que había tomado la decisión de aceptar los deseos de la menor sin ni siquiera ponerlo en conocimiento de sus padres.

El orientador me citó la ley Rhodes y me dijo que lo que nosotros estábamos haciendo al negarnos a tratarla en masculino era violencia. Imagínate cómo nos quedamos…

"El orientador me citó la ley Rhodes y me dijo que lo que nosotros estábamos haciendo al negarnos a tratarla en masculino era violencia. Imagínate cómo nos quedamos… ¿De verdad creían que la estaba maltratando? ¿Y si me denunciaban? Ni siquiera me dejaron explicarles la vida de mi hija -recuerda mientras rompe a llorar-. Salí de allí temblando, con una sensación de indefensión total y pensando que menos mal que mi hija no era anoréxica o bulímica, porque entonces… ¿Le iban a enseñar a vomitar mejor?"

Finalmente, Natalia llevó el caso a la Consejería de Educación, que inició una mediación con el centro: "Se disculparon con nosotros y reconocieron que tenían que habernos llamado cuando mi hija les pidió que la tratasen en masculino. Yo les dije dónde encontrar información sobre la disforia de género de inicio rápido, subrayando que un 85% de los casos se revierten solos, sin que nadie tenga que reforzar o contradecir nada". Se acordó que la volvieran a tratar en femenino y por el nombre que consta en el Registro, y, para sorpresa de unos y otros, ella lo encajó rápidamente. "Ahora mismo lleva una vida totalmente normal y tranquila -explica Natalia-. Sigue con el runrún y de vez en cuando nos habla del tema, pero yo no entro a debatir con ella, únicamente le suelto frasecitas para que reflexione, porque lo que estas chicas quieren realmente son los roles masculinos".

La historia de Irene

Su estrategia, la de ganar tiempo y esperar, funciona en muchos casos y la historia de Irene es el mejor ejemplo de ello. Tras pasar unos años en el extranjero por cuestiones laborales, su familia tuvo que volver a España. Todos sabían que la que peor lo iba a pasar era su hija, la que más feliz había sido en aquel destino temporal. Al regresar a su ciudad de origen, sus padres la matricularon en un centro diferente al que había estado antes de partir. "Gran error por nuestra parte -reconoce su madre-. Le costó mucho adaptarse y, justo cuando parecía que empezaba a hacer algunas amistades, llegó la pandemia".

Al igual que la hija de Natalia, la suya también se encerró en sí misma. Cuando el Gobierno empezó a permitir salir en grupos de seis y luego de ocho, sus antiguas amigas nunca tenían hueco para ella, así que su equipo de vela, en el que ella era la única chica, se convirtió en su único refugio. "A mí no me preocupaba en absoluto, porque yo, por mi trabajo, también estoy acostumbrada a moverme en un mundo de hombres, pero en ese momento su obsesión empezó a ser hacer espalda, hacer fuerza… Así que estaba todo el día en el gimnasio con ellos".

Alegaban que se había cortado el pelo… ¡Cómo si por el hecho de llevar el pelo de una u otra forma ya tengas que ser un chico!

Un día, sin previo aviso, su hija escribió a sus padres una carta en la que les confesaba que era un chico trans. "Nunca habíamos imaginado nada así, porque hasta ese momento no había dado ninguna pista o indicio de nada parecido. Había sido una niña feliz, a la que le gustaban las manualidades, los bebés y los peluches". Ese mismo fin de semana se lo comentaron a unos amigos, buscando su comprensión. Lo que escucharon de su boca fue un "ya se veía venir". De repente, todo el mundo veía su última etapa con los chicos del equipo de vela como la prueba irrefutable de que efectivamente era trans. "Incluso alegaban que se había cortado el pelo… ¡Cómo si por el hecho de llevar el pelo de una u otra forma ya tengas que ser un chico!", denuncia Irene.

Rápidamente se pusieron en contacto con dos familiares psicólogas. Su respuesta tampoco fue la que esperaban. "Nos dijeron que teníamos que aprender a llevar el duelo de haberla perdido y celebrar la llegada de un nuevo hijo. Todo eso, acompañado de advertencias sobre los casos de suicidios de chicos a los que los padres no comprenden", recuerda aterrada. Ante esta situación, accedieron a acudir a una Unidad de Género, aunque sin decirle nada a su hija.

Nos hicieron un calendario para empezar inmediatamente con hormonas y terminar la transición con todo tipo de facilidades. ¡Y todo esto sin verla!

"Nos dijeron tajantemente que si una niña seria y responsable con 17 años se autoidentifica como chico no hay ninguna duda. Nosotros explicamos que los dos últimos años habían sido muy duros para ella, pero nos insistieron en que eran asuntos independientes que no tenían relación. Es más, como mi hija había dicho que tenía la intención de entrar en la universidad en septiembre como hombre, nos hicieron un calendario para empezar inmediatamente con hormonas y terminar la transición para esa fecha con todo tipo de facilidades. ¡Y todo esto sin verla!", puntualiza Irene.

De ahí la derivaron a una psicóloga que, lejos de indagar en la raíz del problema, la reafirmó todavía más. Desesperados, Irene y su marido decidieron escribir una carta a su hija explicándole todo lo que pensaban y sentían: "Le recordamos lo feliz que había sido durante su infancia y le dijimos que lo único que quieren unos padres es que sus hijos crezcan sanos y felices, y que lo que nos estaba proponiendo ella era todo lo contrario, porque ni era sano ni nadie nos aseguraba que aquello fuera a acabar con sus problemas". Aquella misiva acabó guardada en un cajón, porque la psicóloga les dijo que aquello lo único que iba a hacer era alejarles más de ella.

Imagen promocional del libro de Abigail Shrier en EEUU

Sin embargo, apenas unos meses después todo cambió. "Cuando se publicó en español el libro Un daño irreversible, de Abigail Shrier, lo leímos en una sola noche. En ese momento entendimos por primera vez lo que ocurría con nuestra hija. Pocos días después localizamos a Amanda", explica Irene. Saber que existían cerca de 200 familias en España en su misma situación y conocer de primera mano sus experiencias les dio la fuerza suficiente para cambiar de psicóloga: "Su diagnóstico fue muy claro: todo comenzaba con la vuelta a España y ése, sin duda era el origen de su problema".

"Empezó a llorar y a decirnos que no tenía amigos, que sentía que nadie la quería, que si el colegio… Ese mismo día comenzó a cambiar nuestra vida

Le enviaron la carta que meses atrás habían escrito y, al contrario que su predecesora, les dijo que era una carta tierna y conmovedora y les animó a entregársela cuanto antes. "La leímos los tres juntos", recuerda Irene emocionada. Y fue entonces cuando su hija se desmoronó: "Empezó a llorar y a decirnos que no tenía amigos, que sentía que nadie la quería, que si el colegio… La abrazamos, la besamos y le dijimos que entonces íbamos a empezar por todo eso que nos estaba contando y que luego ya veríamos si tocaba hablar de otras cosas. Ese mismo día comenzó a cambiar nuestra vida".

En apenas dos meses, su hija les reconoció que estaba equivocada. "La psicóloga no le hizo una terapia de conversión. Simplemente exploró cuál era la causa de su dolor", defiende Irene, que asegura que, en estos momentos, su hija es feliz. "Tiene un grupo grande de amigos, sale todos los fines de semana y su rendimiento escolar es excelente. El ambiente en casa es estupendo y está todavía más unida a nosotros que antes de todo esto", resume orgullosa.

Sin embargo, aún hay algo que le aterra y le impide conciliar el sueño muchas noches: pensar cómo hubiera terminado su historia si hubieran seguido el camino al que les empujaba todo el mundo: "Estamos en julio y en la Unidad de Género me decían que en septiembre tendría una niña con apariencia de chico. Hoy, tenemos una hija sana y feliz, con todo un futuro prometedor por delante, que es todo lo que unos padres desean para sus hijos".

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