Aquí, passa ná.
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Aquí, passa ná.
Enviado por Casio el día 19 de Noviembre de 2012 a las 08:13
Passa ná, este es un pais de las maravillas, donde Alicia anda travestida de tíos con barba y señoras deterministas, pero “bienmandás”.
Tan de las maravillas es, que aquí se puede unir el cielo con la tierra, que el rostro, muy duro por cierto, de los mandones y mandonas, ni un gesto de descomposición.
Se habla, como si de una cinta magnetofónica colocada en el cerebelo de cada político se tratara, se dicen las mayores barbaridades y ni flower, ni los asnos rebuznan, ni los caballos relinchan, ni los patitos dicen cuá, aquí passa ná, y por tanto tontería decir ná.
El rostro de los políticos, de dureza diamantífera, sigue como hierática esfinge, imperturbable, cuanto mas, y como un pedo de agudo sonido, sueltan un te viá poné una demanda que te vasacagá, e incluso puede que sea verdad y se la ponga, no importa a quien, ni por que, simplemente al que se salte esos márgenes que ellos definen.
Hoy echando una visual a los periódicos on line con los que me desayuno, he cogido prestado un pasage de Rabelais de Gargantua y Pantacruel, lo exponía dentro de su artículo el Sr. Martín Ferrán, y lo bueno, es que cada uno puede darle la interpretación que guste, a mí lo que mas me ha preocupado del pensamiento, es que los ovinos balen.
Los lectores de François Rabelais – gente, sin duda, de buen humor – recordaran las aventuras de Gargantua y Pantagruel. Concretamente el suceso que, a bordo de un barco en alta mar, enfrenta a Panurgo con un comerciante de borregos. Al final, Panurgo decide optar por la paz (aparentemente) y comprarle un ejemplar al de los borregos pagando por él un precio excesivo. Panurgo lo tomó en sus brazos y en animalito se puso a balar. Panurgo, cobardón y pícaro, había tramado su venganza: arrojó por la borda el borrego recién y magnánimamente comprado. Todos los borregos del rebaño, todos balando, siguieron al primero y se ahogaron sin remedio.
Tan de las maravillas es, que aquí se puede unir el cielo con la tierra, que el rostro, muy duro por cierto, de los mandones y mandonas, ni un gesto de descomposición.
Se habla, como si de una cinta magnetofónica colocada en el cerebelo de cada político se tratara, se dicen las mayores barbaridades y ni flower, ni los asnos rebuznan, ni los caballos relinchan, ni los patitos dicen cuá, aquí passa ná, y por tanto tontería decir ná.
El rostro de los políticos, de dureza diamantífera, sigue como hierática esfinge, imperturbable, cuanto mas, y como un pedo de agudo sonido, sueltan un te viá poné una demanda que te vasacagá, e incluso puede que sea verdad y se la ponga, no importa a quien, ni por que, simplemente al que se salte esos márgenes que ellos definen.
Hoy echando una visual a los periódicos on line con los que me desayuno, he cogido prestado un pasage de Rabelais de Gargantua y Pantacruel, lo exponía dentro de su artículo el Sr. Martín Ferrán, y lo bueno, es que cada uno puede darle la interpretación que guste, a mí lo que mas me ha preocupado del pensamiento, es que los ovinos balen.
Los lectores de François Rabelais – gente, sin duda, de buen humor – recordaran las aventuras de Gargantua y Pantagruel. Concretamente el suceso que, a bordo de un barco en alta mar, enfrenta a Panurgo con un comerciante de borregos. Al final, Panurgo decide optar por la paz (aparentemente) y comprarle un ejemplar al de los borregos pagando por él un precio excesivo. Panurgo lo tomó en sus brazos y en animalito se puso a balar. Panurgo, cobardón y pícaro, había tramado su venganza: arrojó por la borda el borrego recién y magnánimamente comprado. Todos los borregos del rebaño, todos balando, siguieron al primero y se ahogaron sin remedio.