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Primer artículo de la serie. Publicamos el primero de una serie de artículos que irán apareciendo en el Suplemento de Historia AYER, en los que Pío Moa desmonta los tópicos de la Memoria Histórica.

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Primer artículo de la serie. Publicamos el primero de una serie de artículos que irán apareciendo en el Suplemento de Historia AYER, en los que Pío Moa desmonta los tópicos de la Memoria Histórica.
Enviado por opinando el día 8 de Octubre de 2013 a las 16:58
PÍO MOA
Publicamos el primero de una serie de artículos que irán apareciendo en el Suplemento de Historia AYER,
en los que Pío Moa desmonta los tópicos de la Memoria Histórica.


La llamada ley de memoria histórica (LMH) responde en principio al acertado supuesto de que el ayer tiene
un peso importante en nuestro hoy y que no se puede trabajar para el futuro cortando la savia del pasado.
Ni España ni ninguna sociedad actual vienen de la nada, sino de una larga historia que las explica y, de un
modo u otro, las orienta. Sin embargo, la respuesta del PP a dicha ley ha consistido en la consigna “mirar
al futuro”. Un futuro concebido, además, en clave económica, pues a su juicio “la economía lo es todo”.
Dejando aparte el precario éxito económico de la gestión del PP, la consigna revela un radical vacío de
pensamiento y despierta la sospecha de un pasado turbio, que dicho partido pretendería ocultar a la
sociedad recurriendo al futurismo. Más aún, resulta un lema en cierto modo suicida, tanto porque el futuro
es invisible por su misma naturaleza, como porque, en palabras de Cicerón, “Si ignoras lo ocurrido antes
de que nacieras, siempre serás un niño”.
Se trata, por tanto, de una consigna infantilizante, a la par que un desprecio perverso por las dichas y
desdichas, los esfuerzos, los éxitos y los fracasos de nuestros antecesores, sin los cuales no estaríamos
aquí. Y una sociedad infantilizada solo puede ser presa fácil de las más toscas demagogias. Sobre un
futurismo sin otra base que determinados deseos, no es posible construir nada sólido.
Tal es la trascendencia de la historia que debemos recordar la obviedad de que gran cantidad de políticas,
costumbres y leyes en vigor provienen de un dilatadísimo ayer. Como de él provienen nuestro idioma y, en
general, nuestra cultura. Más aún, las políticas de los partidos actuales se fundan inevitablemente en una
interpretación y valoración de lo que hicieron las anteriores generaciones.
Así, es obvio que en el cimiento de los separatismos, del socialismo y de otros movimientos reconocibles
como hispanófobos, yace una visión negativa de nuestro pasado, como ya indicó Julián Marías. Y lo mismo
ocurre a la inversa: esa visión negativa fomenta o crea de modo espontáneo movimientos disgregadores,
esterilizantes, amenazadores para nuestra convivencia en paz y en libertad.
Así, la reacción del PP ante la LMH constituye una huida de la realidad unida a la pretensión de construir
un “futuro” sin raíces, en el vacío, de modo semejante a los revolucionarios de los años 30 a quienes se
refería Manuel Machado en un célebre soneto: “Solo Dios crea mundos de la nada”.
Tres errores de la izquierda
Pero si la izquierda da en el clavo al poner de relieve la importancia del pasado, yerra en tres puntos
cruciales:
a) La historia no puede determinarse por ley, salvo en los regímenes totalitarios. Inevitablemente, los
hechos de otro tiempo estarán siempre sometidos a revisión, a distintos y con frecuencia contrapuestos
enfoques e interpretaciones y no es misión de ningún partido o de todos ellos juntos, decidir e imponer a
la sociedad una versión determinada. Ese rasgo totalitario ya descalifica esta ley, y el hecho de su
imposición y escasa crítica a ella exhibe la endeblez de nuestra democracia y su peligrosa involución
actual.
b) El hecho de que el pasado –como el presente -- esté sujeto a interpretaciones varias no significa que
todas ellas valgan lo mismo, o que sea imposible en este campo discernir la verdad o acercarse a ella. Por
el contrario, la investigación y el debate en libertad abren constantemente visiones más claras y
profundas, que permiten acumular experiencia y sirven de lección para nuestros días.
El filósofo Jorge Santayana advertía que un pueblo que olvida su historia se condena a repetirla. A repetir
lo peor de ella, propiamente hablando.
c) Si la ley ya está fuera de lugar por su propia concepción, empeora de modo decisivo cuando la versión
que aspira a imponer a la sociedad tergiversa realidades hoy bien atestiguadas. Y lo hace hasta extremos
que rozan lo grotesco e insultan el sentido común, como iré mostrando. Tergiversación, por cierto, muy
coherente con su concepción totalitaria.
De una versión falsa de la historia solo pueden derivar políticas igualmente falsas. Así, la múltiple crisis
que padece hoy España tiene una de sus causas mayores, precisamente, en esas versiones que por
deliberación o ignorancia desvirtúan nuestro pasado, en particular el de la Guerra Civil y la Posguerra,
objeto concreto de la LMH. Con esta serie de artículos quiero exponer a la opinión pública sus principales
aspectos demostradamente erróneos, así como las perniciosas políticas derivadas de la propia ley.
En estos artículos hago afirmaciones sobre las cuales no puedo extenderme por su condensación, pero que
he documentado ampliamente en mis libros sobre la república, la guerra civil y la posguerra. Y hay,
naturalmente otra bibliografía bastante amplia.
El totalitarismo bajo capa democrática
La ley de memoria histórica (LMH) se dice inspirada en el “espíritu de reconciliación y concordia (…) que
guió la Transición”, y se pronuncia “a favor de las personas que durante los decenios anteriores a la
Constitución sufrieron las consecuencias de la guerra civil y del régimen dictatorial que la sucedió”.
Su espíritu es la condena del franquismo, arguyendo que “nadie puede sentirse legitimado, como ocurrió
en el pasado, para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones políticas y establecer
regímenes totalitarios contrarios a la libertad y dignidad de todos los ciudadanos, lo que merece la
condena y repulsa de nuestra sociedad democrática».
Que una ley despótica se envuelva en invocaciones de libertad no es nada nuevo. Por mencionar un caso,
la Constitución soviética de Stalin fue loada como “la más democrática del mundo”, pese a encubrir la más
violenta e inhumana tiranía. La referencia viene al caso porque quienes “sufrieron la dictadura” de Franco
fueron principal y fundamentalmente comunistas y terroristas. En las cárceles franquistas --
proporcionalmente las menos pobladas de Europa, pasada la posguerra-- no hubo demócratas.
Y estos datos clave, reales y no propagandísticos, indican que los autores de la ley se identifican, con
mayor o menor intensidad, con tales sufridores de la dictadura. Por ello no podían haber hecho una ley
democrática. Y, cierto, el franquismo no fue una democracia, pero condenarlo por medio de una ley así,
resulta un sarcasmo.
Trataré en otro artículo el régimen de Franco, pero antes conviene aclarar que antifranquista no equivale a
demócrata, y para ser demócrata no basta proclamarlo, por mucho énfasis con que se haga. Una
democracia, repito, no admite una ley como la LMH ni sus intimidaciones implícitas y explícitas a la
libertad de investigación y de expresión.
Lo entenderemos mejor si atendemos a las amenazas que ha sufrido y sufre de modo creciente la actual
democracia. Citemos cuatro de las mayores: la plaga del terrorismo; el socavamiento de la división de
poderes y neutralidad de la Justicia; los separatismos; las oleadas de corrupción. Vayamos por partes.
Como se recordará, el PSOE se publicitó en su día como el partido de “los cien años de honradez”. Quien
conozca el historial de ese partido sabe lo fraudulento de tal pretensión, pronto desmentida, además, por
una marea de corrupciones. Por supuesto, no ha sido el PSOE el único partido corrupto, pero sí el iniciador
de una carrera en la que han competido otros. Y ese partido ha sido el principal autor de esta ley.
Separatismos: desprecio a la Constitución
Otro peligro han sido los separatismos, sobre todo, pero no solo, en Vascongadas y Cataluña. Los
separatistas, sin haber contribuido a las libertades, denigran sin cesar a España con el fin de disgregarla,
balcanizarla en pequeños estados impotentes, resentidos, víctimas inevitables de los manejos de otras
grandes potencias. Ambos separatismos van ligados al terrorismo, muy en especial el vasco. Los dos han
exhibido el mayor desprecio a la Constitución e impuesto normas contrarias a la libertad y a la lengua
materna de la mayoría de catalanes y vascos. Y no por azar esos han sido, al lado del PSOE, los máximos
impulsores de la LMH.
Sobre la politización de la Justicia, debe recordarse el designio contenido en la arrogante frase del jefe
socialista Alfonso Guerra “Montesquieu ha muerto”. De ahí un Estado de derecho mutilado y el descrédito
de la Justicia entre los ciudadanos. Del Tribunal Constitucional se ha dicho, no sin base, que es un medio
para reformar subrepticiamente la Constitución a conveniencia del reparto del poder entre los mayores
partidos: “para hacer constitucional lo que es anticonstitucional”. El Supremo, también mediatizado por los
partidos, ha sufrido a su vez fuertes críticas, por no hablar de los llamados “jueces estrella”, difíciles de
encajar en una justicia seria. Cabe dudar de la autoridad moral de estos partidos para erigirse en fiscales
de la historia.
El terrorismo, especialmente el etarra, ha causado inmensos daños personales y materiales, y aún
mayores políticos. La mayoría de los gobiernos, sobre todo el autor de la LMH, han socavado las bases del
Estado de derecho mediante la “salida política”, más tarde llamada “proceso de paz”.
Crimenes premiados
Esa orientación ha corroído la democracia en manos de esos partidos, convirtiendo el asesinato en un
método, aceptado de hecho, de hacer política. Los cientos de crímenes terroristas han sido premiados con
concesiones y dádivas: legalización de las terminales etarras, dotadas con grandes sumas de dinero
público; proyección internacional de los pistoleros; acoso a las víctimas directas; o “estatutos de segunda
generación” concebidos como un paso más hacia la desintegración nacional. La ETA obtiene también un
premio especial en la LMH.
Estos datos ayudan a explicar la gravísima involución democrática y nacional causada por unos partidos
irresponsables, por calificarlos suavemente. Y explican el carácter de la LMH, aun admitiendo que su
condena al franquismo estuviera justificada en principio. Lo cual exige decir algo sobre la II República y el
Frente Popular.
(la próxima semana: ¿Qué fue la II República?)

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55 comentarios
gasparsius
08:09 | 08 de octubre, 2013
el filósofo jorge santayana advertía que un pueblo que olvida su historia se condena a repetirla. a repetir
lo peor de ella, propiamente hablando.
El link .....más claro el agua. Aún así habrá muchos que preferirán vivir en el engaño de la ignorancia....++
Enviado por opinando el día 8 de Octubre de 2013 a las 19:17
http://www.intereconomia.com/noticias-
gaceta/cultura/gaceta-desmonta-ley-memoria-historica-
20131007