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Salud social....+++

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Salud social....+++
Enviado por opinando el día 7 de Octubre de 2012 a las 02:50
http://www.libertaddigital.com/opinion/pio-moa/la-prostitucion-y-el-gobierno-56699/


Salud social: La prostitución / César Vidal y el XIX español / Los hugonotes
19 de Diciembre de 2011 - 09:53:41 - Pío Moa - 62 comentarios

Amigos, la dirección de LD ha juzgado oportuno cerrar este blog

Muchas gracias a todos por vuestra colaboración y espero que nos encontremos probto en otro blog.





(Sigo aquí la serie de artículos sobre salud social que venía escribiendo en la sección de columnas)

La prostitución siempre ha existido y probablemente siempre existirá, como tantos otros fenómenos
generalmente considerados indeseables, pero propios de la condición humana. Los intentos de erradicarla
por completo siempre han sido vanos y contraproducentes, por lo que, a ciertos niveles, es probable que
cumpla una función social equilibradora. Lo que permite caracterizar a una sociedad como enferma en
mayor o menor grado no es la presencia de tales fenómenos inevitables, sino su masividad. Leo en Por
qué creo, de Vittorio Messori, que la prostitución es el mayor negocio actual, que mueve más dinero que el
tráfico de drogas y el de armas juntos. No sé si se han hecho estudios serios al respecto, pero es seguro
que en Occidente se ha convertido en un negocio gigantesco que incide sobre muchos otros, como la
publicidad. Algunas oenegés han calculado unas 400.000 mujeres dedicadas a la prostitución en España,
una proporción femenina muy considerable en las edades adecuadas para ejercer el oficio, y movería en
pagos directos unos 18.000 millones de euros. Sin contar la prostitución masculina y homosexual, también
en aumento. Dado el origen del dato, no son cifras muy fiables, pero es indicutible que la prostitución
constituye un negocio en pleno auge desde hace bastantes años.

El negocio es en realidad mucho más amplio que el trato sexual directo y pagado. Va desde la
pornografía o arte burdelario, y ciertos tipos de publicidad, al turismo sexual, el turismo pederasta,
diversos tipos de cine y publicidad o gran parte de la telebasura; y formas no detectables, pero muy
reales, como la promoción profesional a cambio de favores sexuales. El negocio suele ir mezclado con los
de la droga y diversos tipos de degradación y delincuencia.

La expansión de la prostitución, como de la droga se ha debido en gran parte a la publicidad gratuita
que le han ofrecido políticos, periodistas y formadores de opinión, que han querido aureolarla de un
carácter “liberador”, “rompedor de tabúes”, de “inhibiciones”. La prensa “seria”, empezando por El País,
obtiene considerables beneficios de la publicidad directa de la prostitución, así como del cine y la literatura
más o menos pornográfica. La escritora Almudena Grandes ha sido convertida por los medios en una
estrella artística, por poner un ejemplo, y lo mismo el director de cine Almodóvar. Lo sorprendentes es
que se ofendan cuando se les define por lo que hacen, prueba de que no lo consideran tan normal y
honorable como pretenden.

La promoción indirecta de la prostitución opera ya desde la infancia en la educación progre, con la idea
de que la sexualidad es básicamente una fuente de placer igualmente “normal” de cualquier modo que se
la emplee. Obviamente, si va acompañada de un beneficio económico, miel sobre hojuelas, aunque esto
no se explica abiertamente a los niños (es innecesario, una vez sentadas las premisas) . Desde el punto de
vista “progresista”, la prostitución se limita a un contrato libre entre adultos, y el dinero “non olet”. Pero
incluso la pederastia queda justificada, porque el placer sexual es perfectamente natural y legítimo y no
puede perjudicar a nadie; los manuales de educación progresistas pueden considerarse una forma de
promoción encubierta de la pederastia.

Estas actitudes chocan directamente con la cultura cristiana, que siempre condenó la prostitución en
nombre de la preservación de la familia y de la fidelidad conyugal, por lo que su extraordinaria expansión
en la actualidad va de la mano con la descristianización social, así como, según dije, de diversas formas
de delincuencia, el aborto, etc., y más indirectamente de la degradación política. Dudo mucho de que la
expansión masiva de la prostitución en todas sus formas, su presencia constante en la prensa y la
publicidad y en las actitudes de muchos políticos y formadores de opinión, sean un buen índice de salud
social o calidad de vida. Aunque se insiste mucho en lo contrario.

****http://www.libertaddigital.com/opinion/pio-moa/la-prostitucion-y-el-gobierno-56699/


****Observaciones sobre la pornografía anticatólica de Paz Vega.

1.- Como dijo uno de los presentes, y coincido con él, se trata de una imagen pornográfica (doblemente,
diría yo, por tratar de mezclarse con la religión) La pornografía viene a ser “el arte de la prostitución”.

2.- La utilización del cuerpo por la actriz tiene el claro y deliberado propósito de ofender y provocar a los
católicos en función de una ganancia publicitaria. Lógicamente, merece el mismo respeto que demuestra.
Por otra parte los católicos y las personas con cierto sentido de la decencia debieran boicotear a la
empresa productora del anuncio.

3.- La actriz ha cobrado por su desnudo ofensivo y pornográfico. Cuando hablé de putas, con lenguaje
cervantino, me refería, más que a este caso concreto, a la amplitud de la costumbre de muchas mujeres
de explotar comercialmente su cuerpo. Una industria, en la actualidad. Industria de prostitución que
quiere presentarse como arte (y en cierto modo peculiar lo es, además de industria).

4.- Prefiero no extenderme sobre las observaciones de Cristina Cifuentes y Ester Esteban sobre la belleza
del cuerpo de Paz Vega, como si ese fuera el tema, sobre que a una mujer no podía llamársele puta (¡!
Según a qué mujer, claro) o la reducción de la ofensa a “mal gusto”, pero exigiendo respeto para los
ofensores… Cuando se respeta lo que no es respetable se pierde el respeto a lo que sí lo es, en una
inversión de valores característica de nuestro tiempo. Así, es perfectamente lícito y habitual y premiable
en especie, insultar a la Iglesia, a España, a la familia, a Franco… Y los insultones deben ser respetados.
Amén.

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Afirma César Vidal: En no escasa medida, el siglo XIX español fue un desangramiento nacional provocado
por el intento –no siempre feliz– de los liberales por crear un estado moderno y la insistencia de la iglesia
católica por abortar esa posibilidad.

¿De verdad? El poco estimulante siglo XIX español fue un regalo de la invasión napoleónica, de carácter
estrictamente contrario a la Iglesia. Hubo una resistencia no solo de gran parte de la Iglesia, sino popular,
a unas reformas liberales bienintencionadas aunque sin mucho talento, que el pueblo identificaba con la
Revolución y la invasión francesa, y sus destrozos. Por desgracia, en la mentalidad popular el liberalismo
llegó a España como un acompañamiento de dicha destructiva invasión y en parte también del brutal
comportamiento (saqueos, asesinatos, violaciones, destrucción de manufacturas) de los “aliados”
protestantes ingleses. Por ello fue una tendencia muy minoritaria que tomó auge apoyándose
fundamentalmente en el ejército y en capas minoritarias.

Una muy dura guerra civil resolvió el asunto a favor de los liberales (las otras dos guerras carlistas
tuvieron mucha menor importancia y las ganaron también los liberales). Por consiguiente, la inestabilidad
de la época procedió en parte fundamental de las discordias entre la facción liberal moderada, más
fructífera, y la extremista, ansiosa de imitar a la Revolución francesa y autora de persecuciones y
matanzas de religiosos. De ahí provino la plaga de los pronunciamientos, los espadones, las conspiraciones
masónicas hasta derivar a una I República desastrosa que estuvo a un paso de destruir la nación española
en una triple guera civil.

El antagonismo creado entre amplios sectores de la Iglesia (y del pueblo) y los liberales, entró en vías de
arreglo con la Restauración, un liberalismo moderado en relación bastante buena con la Iglesia y con el
Vaticano. El “desangramiento” fue así contenido. Había sectores católicos muy reaccionarios, pero
minoritarios y sin influencia política, a los que don César trata de dar un protagonismo definitorio, con
poco respeto a la verdad. Y la Restauración se vino abajo precisamente por el surgimiento de
mesianismos ateos o ateoides, enemigos frontales de la Iglesia. Mesianismos inspirados, en gran medida,
en la propaganda protestante de la Leyenda negra.

Creo que don César debiera matizar algo más tanto sus esquemas históricos como su admiración un
tanto beata y acrítica por el protestantismo, que, aunque a don César le cueste creerlo, tiene en su haber
crímenes y desastres de cierta consideración. Sin olvidar que hay cierto abuso en hablar de
protestantismo, cuando las doctrinas de Lutero han dado lugar a decenas o cientos de iglesias enfrentadas
entre sí, a menudo violentamente y cuyo único común denominador es la aversión a la Iglesia católica,
única institución, si no estoy equivocado, que ha permanecido dos mil años superando a menudo crisis
extremas frente a mil enemigos. Solo por este hecho debiera ser enfocada esa Iglesia con más precaución
y menos “alegría” de la que suelen haber tenido sus muchos enterradores; que han terminado al final
enterrados.

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Sobre el peligro del que salvó a España Felipe II, en Nueva historia de España:
Durante la década de los sesenta la expansión protestante se hizo más agresiva a través del calvinismo,
que se convirtió en una potencia dentro de Francia, Escocia y Flandes. Se trataba de un movimiento
internacional muy eficiente, con miles de personas fanatizadas entregadas al proselitismo y una destreza
agitativa extraordinaria (se lo compararía en el siglo XX con la Internacional Comunista o Comintern). Los
calvinistas emplearon la imprenta como nadie, y puede decirse que la propaganda política moderna nació
entonces, y en alta medida como propaganda antiespañola.

Los calvinistas franceses o hugonotes formaban una fuerte minoría infiltrada en la nobleza, la
administración y la misma Iglesia, un estado dentro del estado. Por su hostilidad a España procuraron la
alianza de Francia con los turcos, la rebelión de los moriscos y apoyaron el bandolerismo endémico de
Cataluña, subproducto de la opresión señorial. En 1560 urdieron el secuestro del joven rey Francisco II,
para apartarlo de la influencia de la casa de Guisa y aniquilar a los consejeros católicos. El complot,
auspiciado por Luis Condé, de la casa de Borbón, pro calvinista, fracasó, pero los hugonotes lanzaron en
más de veinte ciudades una oleada de destrucción de estatuas, reliquias, custodias y obras de arte
sagradas para los católicos, provocando represalias de estos. En 1562, unas prédicas protestantes en
tierras del católico Duque de Guisa, en contravención de acuerdos previos, derivaron en un choque con
muerte de 23 hugonotes (Masacre de Vassy). El mismo año los calvinistas asesinaron a más de 600
católicos en Montbrison, mientras pedían soldados y dinero a Inglaterra, ofreciendo a cambio la entrega de
Calais y Le Havre. Comenzaron así las guerras religiosas francesas, plagadas de matanzas mutuas y
nacidas del intento calvinista de ganar el poder para imponer desde él su religión, según el modelo de
Ginebra. Las guerras durarían, con intervalos, 36 años, y afianzaron en Felipe II el temor a la herejía, por
lo que redobló la vigilancia de la Inquisición y dedicó grandes sumas a defender el catolicismo francés.

Inglaterra, de la que Felipe había sido rey consorte, evolucionaba bajo Isabel I hacia el choque con
España. Mantuvo al principio la neutralidad, pues le preocupaba la hostilidad de Francia y de Escocia,
donde surgió una guerra civil entre católicos y calvinistas presbiterianos. La católica María Estuardo, reina
escocesa, también aspiraba al trono inglés, respaldada por Francia, por lo que Isabel envió a Escocia un
ejército que resolvió la guerra civil a favor de los rebeldes presbiterianos, que tomaron allí la voz cantante.
En 1567, María abdicó y huyó a Inglaterra, donde, tras acusaciones de conspiración, fue encarcelada y
veinte años después decapitada por orden de Isabel. Aunque la reina inglesa tuvo a raya a sus propios
calvinistas --los puritanos--, desde muy pronto amparó a los franceses, además de lo escoceses, pasó a
hacer lo mismo en Flandes y a patrocinar como negocio real la piratería contra los mercantes españoles.
(...)

En Francia crecía la posibilidad de una victoria calvinista. Si la Francia católica ya había causado mil
problemas a España, un vecino calvinista se habría convertido en una pesadilla. De 1560 a 1584 habían
tenido lugar siete guerras religiosas, iniciadas, como vimos, por los hugonotes al intentar tomar el poder
secuestrando al rey. Para 1563 los católicos habían ganado, pero no por completo. Hubo una paz con más
tolerancia para los calvinistas de la que estos permitían donde mandaban, y Francisco de Guisa había sido
asesinado, con toda probabilidad a instancias del jefe protestante Coligny. Guisa era muy querido en el
país por haber frustrado a los tercios de Carlos I la toma de Metz, y haber reconquistado Calais a los
ingleses. En cambio Coligny, vencido en San Quintín, había ofrecido entregar Calais y Le Havre a
Inglaterra, en pago por su ayuda.

El 28 de septiembre de 1567, con Flandes al borde de la primera rebelión, y quizá en relación con ella, los
hugonotes Coligny y el borbón Luis de Condé, intentaron de nuevo secuestrar al rey, ahora Carlos IX,
aún adolescente, y a su madre Catalina de Médicis, que a duras penas escaparon. El episodio pasó a la
historia como La sorpresa de Meaux. Volvía la táctica calvinista de ganar el poder para aplicar el principio
de que el pueblo debía seguir la religión de su príncipe. Al día siguiente, en Nimes, antes de saber el
fracaso de la “sorpresa”, los hugonotes perpetraron una matanza de católicos, al grito de “Matad a los
papistas. Por un mundo nuevo”; y ocuparon la ciudad de La Rochela y otras. Catalina retiró las anteriores
concesiones a los protestantes y volvió la guerra, en la que los católicos se sentían arteramente agredidos
por una minoría sin escrúpulos (los hugonotes no pasarían de un millón, en un país de veinte).

En Jarnac en marzo de 1569, Coligny fue vencido y Condé, principal jefe hugonote, muerto. Sucedió a este
Enrique de Borbón, un adolescente, por lo que la dirección efectiva la ejerció su madre Juana de Navarra,
calvinista que prohibió el culto católico donde pudo. Curiosamente, Enrique aprendió tarde el francés, pues
se educó en una lengua afín a la española, y en un castillo cuyo lema rezaba Lo que ha de ser, no puede
faltar, en castellano. Tras la derrota, los hugonotes fortificaron La Rochela y saquearon Tolosa y el
suroeste de Francia. Coligny ordenó obrar “por las armas, el fuego, el pillaje y el asesinato”, de lo que
sufrieron mucho los franconavarros católicos. Entraron entonces 14.000 calvinistas teutones financiados
por Isabel de Inglaterra. Los alemanes arrasaron más de doscientos pueblos del Franco Condado,
entonces español, y de igual modo siguieron por Borgoña, saqueando hasta el histórico monasterio de
Cluny. En agosto de 1570 alcanzaron un París mal guarnecido y obligaron a Catalina a aceptar cuatro
plazas fuertes calvinistas –reforzamiento de un estado dentro del estado-- libertad de culto protestante y
un humillante trato de “buenos vecinos, parientes y amigos” a los príncipes extranjeros que habían
expoliado y matado a mansalva en el país.

En busca de conciliación, Catalina propuso casar a su hija católica (y ligera de cascos) Margarita con el
calvinista Enrique de Borbón, mientras Carlos IX, ya capaz de reinar, rechazaba participar en la campaña
de Lepanto y decidía intervenir en Flandes de acuerdo con Coligny, a quien se otorgó una rica abadía que
convertía al hugonote en pensionado de la Iglesia. Francia se hallaba casi exangüe, pero Coligny calculaba
que el ataque a España le daría más poder y, para financiarlo, pidió una provocadora expropiación de la
Iglesia. Los tercios aniquilaron la expedición francesa y Carlos IX pidió a los españoles que ejecutasen
como piratas a los prisioneros, idos allí en cumplimiento de sus órdenes. Alba, indignado, los devolvió a
Francia, donde Carlos se encargó de exterminarlos.

En agosto de 1572 se celebró en la muy católica París la boda de Enrique y Margarita. Coligny introdujo
tropas adictas en la ciudad y creyó que esta “pronto” sería suya, como proclamó con arrogancia. Pero el
22 de agosto sufrió un atentado que le hirió de poca gravedad. La acción procedió de la acosada Catalina
de Médicis y del duque de Anjou, futuro rey Enrique III, y remitía a una situación en que volvía a ser
inminente una “conjura de Amboise” o una “sorpresa de Meaux”. Catalina convenció al rey para prevenir el
golpe protestante mediante una represión general contra los hugonotes, y de ahí, el 24 de agosto, la
Noche de San Bartolomé en París, seguida en otras ciudades, con muerte de, quizá, hasta diez mil
protestantes. Coligny fue asesinado en venganza por el anterior asesinato de Francisco de Guisa. Con
todo, bastantes jefes hugonotes fueron perdonados, y el clero evitó brutalidades aún mayores.

Carlos IX murió dos años después y le sucedió Enrique III. En 1575 Enrique de Guisa, hijo de Francisco,
solo pudo rechazar parcialmente una nueva invasión de teutones que, devastando de nuevo Borgoña y
otras zonas, llegaron, junto con los hugonotes, a las puertas de París. Enrique III, como antes Catalina,
hubo de aceptar condiciones vejatorias. La justicia pasó en parte bajo dominio hugonote y el monarca
reconoció, como actos realizados “para nuestro servicio”, la oferta de entrega de Le Havre y Calais a
Inglaterra, y la de Metz, Toul y Verdún -- ganados por Francisco de Guisa a Carlos I--, a los protestantes
germanos. Prosperaron los nobles católicos llamados “políticos”, que colaboraban con los hugonotes con
vistas a atacar a España, y creaban en Francia regiones casi independientes. "Políticos" y calvinistas
obtuvieron plazas fuertes y cargos clave. Los alemanes exigieron la enorme suma de seis millones de
libras por liberar a sus prisioneros católicos y, al no poder pagarse pronto, se llevaron a su país al
superintendente regio de finanzas y a los rehenes, saqueando de paso los pueblos. Obtendrían el rescate,
aunque no de manos del rey o los hugonotes, sino de los católicos. Nunca habían sido humilladas de tal
modo la monarquía y la misma Francia.

Los católicos rechazaron los acuerdos y formaron una Liga Santa, capitaneada por el popular Enrique de
Guisa. La historiografía ha solido tratar muy mal a este Guisa y a la Liga, tildándolos de “ultracatólicos” y
de arrojar a Francia en manos de Felipe II. Esta acusación se convertiría en el leit motiv con que
hugonotes y políticos pretendían arrastrar a los franceses contra un peligro inexistente. Pues, observa J.
Dumont, no hay prueba de las apetencias españolas, y en cambio los hugonotes obtuvieron siempre
dinero y tropas de Inglaterra y Alemania a cambio de trozos del territorio francés, y fueron en dos
ocasiones los protestantes tudescos quienes, aparte de asolar regiones francesas, impusieron condiciones
mortificantes a los reyes en París.

Con diversas alternativas continuaron las guerras civiles. En 1580, Francisco de Anjou, católico político,
hermano y heredero de Enrique III al no tener este hijos, planeó una ofensiva conjunta de las potencias
protestantes y los turcos en el Atlántico, el Mediterráneo y Flandes, para hundir de una vez a España. Ello
pareció excesivo al rey, que hizo detener al agente hugonote enviado a Turquía. Pero continuó el plan
europeo mediante el ya visto ataque por las Azores y, meses después, en febrero de 1583, por Amberes,
en poder calvinista y en la retaguardia hispana. Sin declaración de guerra, doce mil hugonotes fueron
llevados a la ciudad por la armada inglesa; pero allí Isabel, vacilante, retiró los barcos y, por causas no
claras, los franceses fueron mal acogidos. Y mientras esperaban barcos que los retirasen, la población de
Amberes realizó una nueva matanza de San Bartolomé contra sus presuntos libertadores, lo que
determinó la renuncia de Anjou a la soberanía holandesa ofrecida por el de Orange. (Hay otros relatos de
este confuso hecho, en todo caso una catástrofe para los franceses políticos y para los hugonotes. Al año
siguiente sitiaría Farnesio la ciudad).