L. D. / EFE.-
Cientos de miles de enfurecidos serbios se echaron a la calle el 5 de octubre de 2000 para "convencer" a Milosevic de que tenía que irse tras haber perdido los comicios del 24 de septiembre por mayoría absoluta ante el actual presidente yugoslavo, Vojislav Kostunica, sin recurrir a la segunda vuelta que exigía.
La población, atormentada por un decenio de bloqueos internacionales y guerras en las vecinas Croacia y Bosnia, buscaba aquel día de postrimerías de milenio un milagro que no se ha producido. Según el Gobierno, hay un diez por ciento de mejora real del nivel de vida en un país donde los sueldos son de 100 dólares y que las estadísticas internacionales sitúan entre los cinco más caros del mundo.
La desilusión y la esperanza coexisten hoy curiosamente en los serbios, según declaró el ministro del Interior federal yugoslavo, Zozar Zivkovic. Desilusión ante un Occidente al que suponían dispuesto a darles todo tras la caída de Milosevic, y esperanza de que el fin de su era permita a Yugoslavia (Serbia y Montenegro) ingresar en la UE dentro de unos diez años. Además, después de un milenio de déspotas bizantinos, tiranos turcos, monarcas balcánicos, comunismo del croata Tito y un decenio de populismo y falacias megalómanas de Milosevic, casi la tercera parte de los serbios siente repulsa por la política y los políticos, según las encuestas.
Ello explica que en los sondeos el actual Gobierno de la Oposición Democrática Serbia (DOS) sólo reciba un año después de la caída de Milosevic un aprobado "raspado". La DOS está formada por 18 partidos, la mayoría liliputienses, con dos titanes irreconciliables: el presidente Kostunica, que encabezó la embestida contra Milosevic, y el poderoso primer ministro de Serbia, Zoran Djindjic.
Ambos son "ex alumnos" y disidentes del actual presidente de la Asamblea, Dragoljub Micunovic, al que abandonó Kostunica para fundar su Partido Democrático de Serbia (DSS) y al que Djindjic destituyó con una hábil maniobra para quedarse con el Partido Demócrata (DS).
Kostunica prevalece con su puritanismo bíblico y legal en la Serbia profunda y cristiana ortodoxa, mientras que Djindjic es más fuerte entre la elite comerciante e intelectual de Belgrado. El presidente goza, según los sondeos publicados este jueves, de la confianza del 34,8 por ciento del electorado, contra un 29,6 por ciento de Djindjic.
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La población, atormentada por un decenio de bloqueos internacionales y guerras en las vecinas Croacia y Bosnia, buscaba aquel día de postrimerías de milenio un milagro que no se ha producido. Según el Gobierno, hay un diez por ciento de mejora real del nivel de vida en un país donde los sueldos son de 100 dólares y que las estadísticas internacionales sitúan entre los cinco más caros del mundo.
La desilusión y la esperanza coexisten hoy curiosamente en los serbios, según declaró el ministro del Interior federal yugoslavo, Zozar Zivkovic. Desilusión ante un Occidente al que suponían dispuesto a darles todo tras la caída de Milosevic, y esperanza de que el fin de su era permita a Yugoslavia (Serbia y Montenegro) ingresar en la UE dentro de unos diez años. Además, después de un milenio de déspotas bizantinos, tiranos turcos, monarcas balcánicos, comunismo del croata Tito y un decenio de populismo y falacias megalómanas de Milosevic, casi la tercera parte de los serbios siente repulsa por la política y los políticos, según las encuestas.
Ello explica que en los sondeos el actual Gobierno de la Oposición Democrática Serbia (DOS) sólo reciba un año después de la caída de Milosevic un aprobado "raspado". La DOS está formada por 18 partidos, la mayoría liliputienses, con dos titanes irreconciliables: el presidente Kostunica, que encabezó la embestida contra Milosevic, y el poderoso primer ministro de Serbia, Zoran Djindjic.
Ambos son "ex alumnos" y disidentes del actual presidente de la Asamblea, Dragoljub Micunovic, al que abandonó Kostunica para fundar su Partido Democrático de Serbia (DSS) y al que Djindjic destituyó con una hábil maniobra para quedarse con el Partido Demócrata (DS).
Kostunica prevalece con su puritanismo bíblico y legal en la Serbia profunda y cristiana ortodoxa, mientras que Djindjic es más fuerte entre la elite comerciante e intelectual de Belgrado. El presidente goza, según los sondeos publicados este jueves, de la confianza del 34,8 por ciento del electorado, contra un 29,6 por ciento de Djindjic.
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