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El lamentable estado del Partido Demócrata

Miembros del partido están celebrando reuniones de estrategia para intentar reencauzar el discurso y recuperar parte del electorado que han perdido.

El discurso del estado de la unión, que da al presidente a los otros dos poderes del Estado, representados por senadores, representantes y magistrados del Supremo, tiende a celebrarse a comienzos de año y por eso un presidente recién elegido no lo da hasta el año siguiente. A Donald Trump le da lo mismo, así que la semana pasada hizo un discurso que, en todo menos en el nombre oficial, ha sido un discurso del estado de la unión, sin que hayan pasado siquiera los tradicionales cien días. Y hay que reconocer que tenía más cosas que contar que Joe Biden en cualquiera de sus discursos oficiales. Buenas o malas, da igual, pero la velocidad a la que se está moviendo esta administración no tiene equivalentes.

El discurso en sí no tuvo grandes novedades que no les haya contado aquí a lo largo de todos los vídeos que llevo haciendo estas semanas, que aún no puedo decir siquiera meses, en plural, de Gobierno de Trump. Tuvo grandes cifras de aprobación entre los televidentes, pero también es cierto que quienes ven estos discursos tienden a ser más los partidarios del presidente de turno, de modo que no es un barómetro fiable. Pero lo que sí hay que destacar ha sido la reacción de los congresistas demócratas durante el discurso, que habla mucho y muy mal del estado en el que está el partido.

Las reacciones de los demócratas

Miembros y simpatizantes del Partido Demócrata están celebrando reuniones de estrategia para intentar reencauzar el discurso y recuperar al menos parte del electorado que han perdido, principalmente en las clases bajas. Todos ellos llegan a conclusiones similares: hay que al menos intentar evitar debates en los que la opinión pública mayoritaria, y casi unánime en el electorado que quieren recuperar, está en contra de los postulados que, en cambio, son tremendamente populares entre sus bases urbanas, universitarias y de clase media alta. Por ejemplo, la prohibición de que participen hombres en el deporte femenino, la deportación de inmigrantes ilegales que hayan cometido delitos o la reducción en el número de funcionarios del Gobierno federal son todo posiciones de Trump que apoya la inmensa mayoría de la población, pero que son tremendamente impopulares en universidades, medios de comunicación y en general las élites del partido.

Hasta la llegada de Obama, esas posiciones, aunque estaban dentro del partido, no tenían eco en las políticas que realmente aprobaban los políticos con cargos públicos. Desde 2008 eso cambió, de modo que hoy día son el núcleo ideológico demócrata. De ahí que Trump haya podido quitarles una interesante porción de su base hispana, negra y de clase baja, culturalmente mucho más conservadoras y de ahí que quienes más saben de elecciones estén como locos por revertir o cuando menos disimular el apoyo a estas políticas.

Y entonces llega el discurso de Trump y lo único que pudieron ofrecer fue circo: un congresista a voz en grito hasta que tuvo que ser expulsado, cartelitos, trajes rosas, la mirada clavada en el móvil como si fueran adolescentes y, finalmente, abandono de la cámara. Pero, sobre todo, la negativa a aplaudir nada que viniese del presidente Trump, aunque estuviera hablando precisamente de esas políticas que producen un enorme consenso entre los norteamericanos y que provocan el rechazo de quienes antaño formaban parte de la base electoral demócrata.

Si no hay un cambio visible, a este paso van a conseguir que Trump no pierda la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre de 2026, como es casi tradicional tras dos años de mandato.

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