
Este martes Reino Unido pedía a sus ciudadanos que abandonasen el Líbano "mientras aún haya opciones de viajes comerciales disponibles". Es un ejemplo de la tensión que se vive en el país mediterráneo después de la masacre ocasionada por Hezbolá el pasado sábado, cuando bombardeó un campo de fútbol matando a una docena de niños y varios adultos.
Y mientras escribo estas líneas leo que un nuevo civil Israelí ha muerto por un ataque de la organización terrorista chií, con un cohete que cayó en un kibutz en la alta Galilea.
Una tensión constante desde el 7-O... y mucho antes
Por desgracia, la tensión no es nueva en la zona: Hezbolá e Israel suelen mantener un intercambio de golpes a un lado y otro de la frontera, más o menos intenso según las épocas, pero que sin duda ha ido a más desde el pasado 7 de octubre: tras el brutal atentado de Hamás en el sur de Israel, Hezbolá ha mantenido una presión constante sobre el norte del país con bombardeos, lanzamiento de drones e incluso alguna incursión de pequeños grupos terroristas que trataron de atravesar la frontera.
Ataques que, por supuesto, provocaban y provocan respuestas de Israel que, bien con artillería desde el otro lado de la frontera bien con incursiones aéreas, bombardea objetivos en suelo libanés con frecuencia.
La hostilidad de la organización terrorista chií ha supuesto que unos 70.000 israelíes, aquellos cuyas residencias están más cerca de la frontera norte, tuvieran que abandonar sus hogares en los días posteriores a la masacre de Hamás, ya que estaban a tiro incluso de las armas anticarro de Hezbolá. Casi diez meses después, no han podido volver a sus casas y siguen viviendo como refugiados en otras partes del país.
El problema de estas personas y la situación de inseguridad que se vive en todo el norte de Israel, donde por ejemplo no se pueden usar aplicaciones de mapas en el móvil porque los vehículos pueden ser rastreados y atacados por Hezbolá, vienen generando un escenario de tensión que casi todo el mundo cree que estallará tarde o temprano, a pesar de que ninguna de las partes –y desde luego menos que ninguna Israel– quiere de verdad emprender una guerra a gran escala.
Pero aunque nadie lo quiera, un chispazo puede hacer que todo estalle y, desde ese punto de vista, el asesinato de una docena de niños que estaban jugando al fútbol es sin duda algo capaz de catalizar cualquier reacción.
Tranquilidad (más o menos) por ahora
Sin embargo, en esta ocasión la respuesta de Israel se está haciendo esperar. Nadie duda de que la habrá, pero por ahora no ha llegado. ¿Puede deberse el retraso a que se está preparando una guerra o a que el gobierno israelí está tratando de enfriar los ánimos para no tener que lanzarse al conflicto bélico total?
Por el momento parece que nos encontramos más en el segundo escenario, aunque todo en Oriente Medio puede cambiar en un segundo. De lo que no cabe ninguna duda es que llegará alguna respuesta y hay múltiples razones para ello: la primera, que en Oriente Medio y frente a enemigos como Hezbolá no responder a una agresión es lanzar un mensaje de debilidad que puede ser letal o que, al menos, puedes estar seguros que te llevará a un nivel de agresión mayor.
También hay claves de política interna: la sociedad Israelí, que sabe con quién se la está jugando, exige esas represalias y, en este caso concreto, hay un problema añadido: el ataque lo ha sufrido la minoría drusa y que el ejército israelí no respondiese sería visto como un caso inmenso de discriminación. Es algo que un Netanyahu muy debilitado políticamente no puede permitirse.
Tres opciones sobre la mesa
En este momento se diría que Israel tiene tres opciones sobre la mesa y, como suele ocurrir en estos casos, ninguna de ellas es óptima. La primera sería una guerra total cuyo objetivo fuese infringir a Hezbolá un castigo similar al que se ha infringido a Hamás en el sur y que significase acabar con la mayor parte de sus capacidades operativas al menos por unos años.
El problema es que estaríamos hablando de un conflicto a gran escala, de una tercera guerra del Líbano muy dura y con cifras altísimas de bajas en ambos bandos. Además, tal y como comprobé en Israel en un viaje en el que visité el norte este mismo año, los expertos consideran que el ejército israelí no está tan preparado como debiera para emprender esa enfrentamiento total con un enemigo al que no hay que menospreciar: cuenta con hasta 30.000 combatientes, y entre cinco y siete mil de ellos pueden ser considerados fuerzas de élite después de la experiencia de combate que han adquirido en la guerra de Siria.
Además, están bien armados, conocen el terreno a la perfección y, sobre todo, no siguen las reglas convencionales de la guerra como sí lo harían las tropas de otro país y como sí lo hacen, por supuesto, las de Israel.
Un elemento esencial en todos los cálculos bélicos es el formidable arsenal de cohetes que posee la banda terrorista, que se calculaba en unos 150.000 y que, en caso de un conflicto a gran escala suponen una amenaza terrible, tal y como nos explicaba un militar retirado en un encuentro en un kibutz a unos pocos kilómetros de la frontera libanesa: "Lanzarían unos 4.000 cohetes al día a territorio israelí y no podemos bloquearlos todos, eso significa que unos quinientos caerían cada día en ciudades como Tel Aviv y otras del centro de Israel". Todo un blitz que sería dramático.
La meta del Litani
La segunda opción es un ataque de similar dureza pero mucho más limitado en sus objetivos y en el tiempo: bastaría con empujar a Hezbolá al norte del río Litani, un lugar a unas decenas de kilómetros de la frontera y desde el que ya no podría atacar Israel con la misma fuerza y la misma frecuencia.
De hecho, el río Litani es el límite que marcaba el armisticio de la anterior guerra entre la organización terrorista chií y el Estado hebreo, en 2006: más al sur Hezbolá no podía estar armado y la ONU debía controlar y comprobar que fuese así, para lo que desplegó una contingente permanente –en el que han participado numerosas tropas españolas– que sólo han servido para demostrar la inutilidad casi absoluta de Naciones Unidas.
Esta segunda parece una opción más ajustada a las necesidades y las posibilidades del momento, pero tiene un pequeño problema: una guerra no siempre acaba sólo porque uno de los dos contendientes lo quiera y, aunque la intención de Israel sea ese conflicto limitado y, de alguna forma, cumplir el mandato de la ONU, Hezbolá podría desatar igualmente una guerra total.
En definitiva, cualquiera de los dos escenarios que implican una invasión terrestre suponen exigirle un esfuerzo a la sociedad y el pueblo israelíes que quizá sea demasiado en este momento, tras el desgaste de ya casi diez meses de guerra con Hamás, con mucha división política y con un primer ministro como Netanyahu, muy debilitado por un montón de razones.
Una campaña aérea
Por último, la tercera posibilidad parece, al menos hoy, la más probable: Israel puede desatar una dura campaña de ataques aéreos con una serie de objetivos muy bien seleccionados. Es algo para lo que cuenta con información de inteligencia más que de sobra, tal y como ha demostrado este mismo lunes eliminando a un líder de Hezbolá en Beirut y con lo que puede hacerle bastante daño de ese modo, pero sin desatar una escalada que lleve al conflicto total.
Es una solución más quirúrgica, menos compleja desde el punto de vista de la política doméstica y no digamos internacional, donde el escenario no es sencillo ni mucho menos e incluso puede ser muy complicado: Erdogán ha amenazado con mandar tropas al Líbano si hay una invasión.
Es también un escenario que permitiría a Israel seguir preparándose para ese conflicto generalizado que todo el mundo sabe que llegará antes o después pero que puede cambiar mucho si el ejército israelí tiene, por ejemplo, año y medio más para ir haciendo los cambios que necesita. Y, finalmente, evitaría a los israelíes combatir en dos frentes, algo para lo que el país podría no estar suficientemente preparado no tanto desde el punto de vista militar como del económico y, por supuesto, social y humano.
Pero, en estas cosas suele haber un pero, esta opción tiene un gran defecto: al final de los bombardeos la situación sería la misma, los cohetes y las granadas de Hezbolá seguirían amenazando el norte de Israel y los 70.000 lugareños seguirían sin poder ir a sus casas.
¿Qué pasará? La solución, probablemente, en los próximos días.


