Pese a que un Estado Palestino no será, como quieren hacernos creer, la solución mágica al conflicto entre israelíes y palestinos, es un interesante ejercicio histórico recordar quién es el culpable de que esta sea la situación.
Para empezar, y esto sí hay que recordarlo siempre: nunca ha habido un Estado Palestino y el mito de que Israel se ha construido arrebatando sus tierras a Palestina es falso. En toda la historia, los únicos estados independientes en el territorio que hoy ocupa Israel fueron el propio Israel de los tiempos bíblicos y los reinos cristianos surgidos de las cruzadas.
Más allá de eso y a pesar de esta falta de un referente histórico, ha habido varias oportunidades para la creación de ese Estado Palestino: la primera de ellas en 1947 cuando la ONU traza un plan para el reparto de lo que quedaba del Mandato Británico en dos Estados: uno para los judíos y otro para los árabes.
Los judíos, que eran algo menos de la población, recibieron un poco más de territorio aunque de peor calidad, el reparto en realidad no satisfacía a nadie, pero aun así Israel dijo sí y proclamó su independencia en 1948 y, al día siguiente, fue invadido por una coalición de países árabes.
Milagrosamente Israel ganó la guerra y ganó territorio, pero aun así tras el conflicto la Franja de Gaza estaba en manos de Egipto y Cisjordania –y buena parte de Jerusalén– en las de Jordania, pero en ese momento tampoco se le ocurrió a nadie crear un Estado Palestino a partir de esos territorios. Otra oportunidad perdida.
Más adelante, después de más guerras, de más violencia y de una Intifada, llegaron las oportunidades para la paz y los primeros pactos: los famosos Acuerdos de Oslo que eran el primer paso aún tímido para ese Estado Palestino que estuvo muy cerca de llegar unos años después, en las conversaciones de Camp David en las que estuvieron el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton; el que era el primer ministro de Israel en aquel momento, Ehud Barak; y el líder de la OLP durante décadas y hasta su muerte, Yasir Arafat.
Los israelíes llegaron muy lejos en aquella negociación: su oferta incluyó el 92% del territorio de Cisjordania, la totalidad de Gaza, compartir Jerusalén, la vuelta de algunos refugiados… No eran todas las reivindicaciones palestinas, pero sí muchas de ellas y, sobre todo, era uno de los pocos acuerdos posibles. Pero Arafat dijo no.
Algunos han culpado a Israel, otros a Clinton, pero la mayoría –incluyendo al propio presidente americano– coincide en que el líder palestino debería haber aceptado, pero no lo hizo y, según se cuenta, porque, tal y como el propio Arafat dijo, si firmaba lo mataban al volver a Palestina. Todavía hubo una oportunidad un poco más adelante, en otras conversaciones en Taba, pero tampoco hubo pacto.
Y aunque no suele contarse entre las oportunidades para este Estado Palestino, hay todavía una posibilidad que también se ha desaprovechado: la desconexión de Gaza, cuando Israel abandonó completamente la Franja y la dejó a su suerte, que debería haber sido la de un enclave privilegiado en el que, sin ninguna intervención israelí, hubiesen crecido una economía y unas instituciones que habrían podido ser la antesala de ese Estado.
En lugar de eso, todos hemos visto lo que ha pasado en Gaza: se ha convertido en un enclave terrorista, sometido a una dictadura atroz y financiado por potencias extranjeras. Un gigantesco problema que sólo ha sido un sumidero de cantidades ingentes de ayuda internacional y que ha acabado llevando a Israel al 7 de octubre y a los gazatíes a la destrucción de la actual guerra.



