
La envidia es la más minimizada de todas las emociones humanas, a menudo negada y ocultada. A nadie le gusta admitir que es envidioso. Más bien, prefiere creer que es una emoción que sienten únicamente los demás. Reconocer la envidia implica aceptar que el objeto de la envidia posee algo deseable —algo que la persona envidiosa no tiene—. Esta toma de conciencia puede suscitar preguntas incómodas sobre la propia autoestima del envidioso: ¿es posible que la persona a la que envidio sea más inteligente, diligente o creativa que yo?
Históricamente, la envidia fue considerada uno de los siete pecados capitales. Hoy, para ser aceptada, la envidia debe disfrazarse, preferiblemente como virtud: "Esto no va de envidia, va de justicia social".
La idea misma de que la envidia es intrínsecamente destructiva se cuestiona con frecuencia. ¿No existe acaso una forma de "envidia positiva" que impulse a la gente a superarse? ¿No es la envidia una fuerza motivadora que empuja a mejorar? La confusión en torno al término suele surgir de su uso cotidiano. Por ejemplo, cuando digo "te envidio por tener una casa tan bonita", lo que realmente quiero expresar es admiración, no envidia. La envidia genuina no inspira superación personal; más bien, busca rebajar el estatus del envidiado. El envidioso no pretende cerrar la brecha entre él y el otro mediante crecimiento propio, sino empeorando la situación de ese otro. Para quien siente envidia, ver que el objeto de su envidia es cada vez más infeliz le proporciona toda la satisfacción que necesita.
En su libro Reichtum als moralisches Problem (La riqueza como problema moral), el filósofo alemán Christian Neuhäuser pide prohibir la riqueza. Argumenta que dicha prohibición estaría justificada cuando, a medida que la humanidad en su conjunto se enriquece, una parte de la sociedad recibe proporcionalmente más del incremento que los relativamente pobres, pues esto aumenta la pobreza relativa. Una manera de resolver el problema de la "pobreza relativa", sugiere Neuhäuser, no sería mejorar las circunstancias de los pobres, sino quitar parte de la riqueza a los acomodados.
Según este filósofo igualitarista, ese enfoque de "nivelación hacia abajo" podría aportar beneficios sustanciales. Aunque no se alivie la pobreza directamente, sostiene que empobrecer a los ricos ya sería un logro en sí mismo. "Porque entonces —afirma— aumenta significativamente el potencial de los pobres para participar como miembros iguales de la sociedad y para percibirse como tales."
Neuhäuser llega a decir que sería erróneo afirmar "que reducir la riqueza de los ricos no tendría ningún efecto positivo y sólo efectos negativos. Tendría un efecto positivo sobre la dignidad de los pobres". Expone de manera explícita que su preocupación principal no es cómo ayudar a los pobres, sino cómo abolir la riqueza moralmente cuestionable. Esta es la esencia de la envidia: al envidioso no le interesa primordialmente mejorar la situación de los peor situados, sino empeorar la de los envidiados (en este caso: los ricos). Los envidiosos están menos interesados en aliviar la pobreza que en combatir la desigualdad.
La envidia ha existido siempre, como señaló el sociólogo Helmut Schoeck. Sin embargo, en el pasado las sociedades intentaban contenerla porque se la percibía como una emoción destructiva. Los socialistas, en cambio, han descubierto lo útil que puede resultar y lo poderosa que es como herramienta: incitan, alimentan e instrumentalizan la envidia contra los "ricos" para su beneficio político. La envidia se ha convertido en un arma política. Y su estrategia resulta particularmente eficaz en sociedades que consagran la igualdad como ideal. Porque en esas sociedades, la desigualdad se percibe como señal y manifestación de injusticia. Cada vez más, "desigualdad" e "injusticia" se usan como sinónimos.
Por supuesto, la envidia no siempre se relaciona con la riqueza. Cualquiera que destaque por encima de la media en algún aspecto puede convertirse en objeto de envidia. En mi novela 2075: Cuando la belleza se convirtió en delito, planteo el siguiente experimento mental: ¿qué ocurriría si surgiera un movimiento político no interesado en la desigualdad material, sino en la supuesta "injusticia" de que algunas personas sean más atractivas físicamente que otras?
Es evidente, por ejemplo, que las mujeres guapas tienen más facilidad para encontrar pareja. Las investigaciones sobre atractivo han demostrado que las personas bellas disfrutan también de ventajas en su vida profesional. Incluso en los tribunales reciben un trato más indulgente que sus pares menos atractivos (hoy en día la palabra "feo" es tabú y apenas se utiliza).
Aquí entra en juego un movimiento igualitarista que proclama: "La belleza es injusta". Según su ideario, la belleza es un privilegio inmerecido, comparable a la riqueza heredada. Para estos igualitaristas, la belleza otorga ventajas vitales aunque no sea fruto del esfuerzo o del mérito, y dependa en gran medida de la suerte y de la genética.
Entre los "wokerati", el privilegio se considera reprobable. Y cualquiera que esté mejor que los llamados "desfavorecidos" es automáticamente clasificado como privilegiado. Este discurso ha dado lugar incluso a una página de Wikipedia sobre el "privilegio de los guapos".
La premisa de este relato es que hay que contrarrestar el impacto de los privilegios "inmerecidos". Los "privilegiados" deben sufrir alguna forma de desventaja para restablecer la justicia (es decir, más igualdad). Los multimillonarios deben pagar impuestos desorbitados, preferiblemente hasta que no quede ninguno.
En mi obra de ficción 2075, todas las mujeres entre 15 y 40 años deben someterse a exploraciones corporales anuales. Una inteligencia artificial evalúa los resultados según un ideal de belleza predefinido. Quienes alcanzan un 95 % o más de coincidencia son catalogadas como "Bellezas Privilegiadas" (BP).
Surge el "Movimiento por la Justicia Óptica" (MJO) que, como todo movimiento extremista, aparece primero en las universidades. Pronto, el "Partido de la Justicia" descubre el potencial político de esta cuestión y comienza a explotarla electoralmente. Incluye en su programa la exigencia de "justicia óptica" y la eliminación de los privilegios inmerecidos de las "demasiado bellas". Una vez en el poder, el Partido de la Justicia implementa políticas contra las BP: mayores impuestos, menores salarios y peores notas en las universidades.
Pero no se detienen ahí. Como demuestra la historia real, los movimientos que predican igualdad tienden a radicalizarse rápidamente. En mi novela, los sectores más radicales del MJO toman el control. Quieren atajar el problema de raíz. Bajo el régimen del Partido de la Justicia, las adolescentes identificadas como "demasiado bellas" a los 15 años son obligadas a someterse a cirugías estatales para ajustar sus rasgos faciales al promedio social. En aras de la corrección política, esta práctica recibe el eufemismo de "Terapia de Optimización Óptica" y se prohíbe el término "cirugía forzada". Además, las mujeres guapas son esterilizadas, pues se argumenta que tienen más probabilidades de engendrar hijas demasiado bellas.
¿Es todo esto fruto de la imaginación desbocada de un autor? Pues bien, en febrero, después de terminar el libro, encontré un artículo en uno de los principales diarios alemanes (Süddeutsche Zeitung) con el titular: "La brecha entre bellos y feos". Según el artículo, cada vez más datos sobre el comportamiento humano indican "que existe un enorme abismo entre los guapos y los no tan guapos. Y que esa brecha se está ampliando". Esto recuerda a los titulares casi diarios que se quejan de que la "brecha entre ricos y pobres" se amplía supuestamente.
El artículo sostiene que la "brecha entre bellos y no tan bellos" está "migrando insidiosamente" del mundo digital al real. La discriminación por atractivo, sostiene la tesis, es la forma de discriminación más ignorada.
Heather Widdows, profesora de Ética Aplicada en la Universidad de Warwick, llegó incluso a tratar el tema en el Parlamento británico, donde instó al gobierno a ocuparse de garantizar justicia también en este ámbito. Según el diario alemán, esto podría ser "un punto de partida histórico para un futuro movimiento de masas antilookista". Para quienes no estén familiarizados con la jerga woke, "lookismo" se refiere al prejuicio o discriminación contra personas cuya apariencia se desvía de las "normas sociales establecidas". Estas normas abarcan diversos ideales corporales y de belleza, y suelen promover la idea de que, por ejemplo, un cuerpo aceptable es sano, en forma y bello.
¿Qué debemos hacer ante esta "injusticia"? El periódico escribe: "Los individuos atractivos disfrutan de un trato preferente en muchos aspectos de la vida. ¿Puede superarse este sesgo con body positivity? ¿O con operaciones para todos?". Quizás me equivoqué al suponer que habría que esperar hasta 2075 para ver movilizarse la envidia contra los guapos. La polémica reciente en torno a un anuncio protagonizado por la actriz estadounidense Sydney Sweeney —seguida de un debate en el que intervinieron el vicepresidente J.D. Vance y finalmente Trump— refleja a la perfección la cultura de la envidia actual. En apariencia, la controversia giraba en torno a un supuesto racismo, pero en el fondo se centraba en una mujer hermosa y en su magnetismo sexual. Caroline Downey escribió en el diario británico The Daily Telegraph que la izquierda woke simplemente quiere que todo sea feo —y por eso detestan a Sydney Sweeney—.
La idea de instrumentalizar la envidia, una de las emociones humanas más básicas, con fines políticos resulta tentadora —y sigue funcionando, ya sea dirigida contra los ricos o contra las mujeres hermosas—.
Rainer Zitelmann es autor de la novela "2075: Cuando la belleza se convirtió en delito", que se publicará próximamente en España a través de la editorial AVANCE.
