
La reducción de la jornada laboral que se ha debatido esta semana en el Congreso es la medida perfecta de la izquierda. Perfecta, además, en un doble sentido: encaja como un guante en sus intereses y les retrata de forma milimétrica. Nada mejor, para conocer al progresismo español, que lo escuchado en los últimos días.
Para empezar, quiere legislar lo que es una tendencia de décadas. Pretenden ponerse una medalla por algo que lleva pasando años y que seguirá pasando. Cuando Unai Sordo dice que a los partidos que han votado en contra les "perseguirá" esa posición; o cuando Yolanda Díaz habla de una tendencia imparable y de sumarse al progreso; intuyo que los dos saben que desde hace mucho tiempo trabajamos cada vez menos. Y que lo normal es que esto siga evolucionando en la misma dirección. Hemos pasado de tener las oficinas abiertas los sábados por la mañana a que los viernes por la tarde sean, en la práctica, una extensión del fin de semana. De hecho, no hay más que ver los convenios colectivos firmados en los últimos años. En muchos de ellos, las jornadas de menos de 40 horas son la norma, no la excepción. El País titulaba este miércoles: "La jornada media pactada por convenio fue de 38,3 horas semanales hasta agosto. Nueve millones de personas trabajaron por debajo del umbral de las 40 horas y tres y medio muy cerca de las 37,5 que pide el Gobierno". El problema no es tanto la reducción de la jornada, sino la uniformidad y la obligatoriedad.
Además, es una de esas propuestas a las que (casi) nadie en la calle se opone, porque reúne ganadores muy visibles (los que quieren trabajar menos) con perdedores invisibles (los que ven recortado su sueldo futuro, los que no encuentran empleo, los que ven cómo su fábrica deslocaliza producción a Eslovenia...). Cómo explicar a cada uno de estos afectados que su problema es la reducción de 2,5 horas a la semana. Imposible. Porque, por otro lado, esto no es una cuestión de blanco o negro: en cada una de esas situaciones (un empleo no creado, un sueldo inferior a lo deseado o una decisión de inversión no ejecutada), la jornada laboral es sólo un elemento más de la ecuación.
También está, por supuesto, el señalamiento a las virtudes tradicionales, al capitalismo y a la creación de riqueza. Ahora trabajar mucho es "no vivir". El compromiso con la tarea propia, una forma de alienación. Querer progresar en tu profesión, una manera de perderse lo que realmente importa. Y un apunte al margen, pero interesante: allí donde la izquierda real tuvo el poder, lo que se promovía era lo contrario, el estajanovismo, el darlo todo para ayudar al país, al partido, a tus camaradas.
Costes y productividad
Si nos metemos en las claves económicas, otro aspecto interesante es el argumento de que reducir la jornada no afecta a los costes y a los salarios. Es decir, que es compatible con una mejora de la productividad que haga que saquemos adelante el mismo trabajo en 37,5 que en 40. En esto, sus promotores caen en la misma trampa que con el SMI (otra propuesta ideal para la demagogia): si es cierto que pasar de 40 a 37,5 no va a tener efecto en los costes-producción-empleo, ¿por qué no pasar a 35, 32 o 30? Es como cuando dicen que subir el SMI no supondrá ningún empleo perdido: si eso es verdad, lo que no tiene sentido es que no llevemos el salario mínimo a los 4.000 o 5.000 euros.
También me hizo gracia ver a Yolanda Díaz acusando a los diputados de Junts de ser los representantes de la más rancia burguesía (catalana). Le dijo algo así como que allí se estaba planteando una nueva "lucha de clases" y ellos representaban al "gran capital". Digo que fue divertido porque la realidad es casi opuesta. A las grandes empresas todo esto de la reducción de la jornada apenas les afecta (como decíamos antes, en muchos convenios ya está fijado y en las multinacionales la flexibilidad está a la orden del día). Quizás a alguna de ellas les podría suponer un pequeño aumento en los costes; pero, a cambio, lo que tendrían es una mejora sustancial de su posición competitiva frente a las pymes. Son las compañías de menos de 40-50 empleados de determinados sectores las que se verían más afectadas por una medida de este tipo. Como en el SMI, es lógico por razones electores que la izquierda señale a las grandes como los malos de la película; cuando en realidad muchas de ellas se verían beneficiadas con la medida (y por eso la apoyan).
Dicho todo esto, estoy con la ministra de Trabajo en que es una propuesta que está "ganada en la calle". Para bien o para mal (creo que dice más cosas malas que buenas de nosotros, pero ése es otro tema), la mayoría de los españoles la respaldan. Los que tienen empleo, porque saben que no les afectará demasiado. Si quieren, tendrían media hora más libre al día sin que parezca que pasa nada. ¿Quién va a culpar a la reducción de jornada si el año que viene no te suben el sueldo o cierra la tienda en la que trabajas?
El futuro de la jornada laboral
¿Y entonces? ¿Nunca se podrá tocar la jornada laboral? En realidad, lo que nos deberíamos preguntar es si tiene que haber una jornada laboral "legal". Y si no deberíamos pactarla cada uno.
Si tiene que haberla, entonces es evidente que tan arbitrario es 40 como 37,5. Porque el argumento podría dirigirse en contra de los críticos con la medida: "Si es verdad", podrían decirnos, "que pasar de 40 a 37,5 implicará daños en el empleo, los sueldos o la productividad, ¿por qué no subir la jornada a 42, 45 o 50 horas a la semana para mejorar nuestros salarios o la posición competitiva de las empresas españolas?"
Lo primero, tendrían razón. Si trabajáramos 50 horas a la semana ganaríamos más que ahora y seríamos más competitivos. Otra cosa es que nos compense. Parece que no lo hace, porque en las últimas décadas la tendencia ha sido la contraria: hemos ido aprovechando las ganancias en productividad para reducir la jornada.
En este sentido, abrir el debate sobre cuándo plantear que la jornada laboral "por defecto" sea de 37,5 horas en un mercado laboral muy flexible (sí, con despido libre y esas cosas) podría ser razonable. Al final, el Estado tiene un papel coordinador y hay cosas (de la conducción por la derecha al horario tipo del comercio) en las que es normal que hay una especie de opción generalizada que se te aplica si no optas por salirte. La clave es que puedas salirte con facilidad si lo necesitas. Porque, evidentemente, esta medida tendría que ir unida a dejar puertas abiertas para que la empresa (o sector) que no quiera acogerse pueda quedarse al margen.
Eso sí, y volvemos al inicio, lo que sería absurdo es protestar por las consecuencias. ¿Podemos trabajar menos? Sí, pero eso tendrá derivadas que quizás no nos gusten tanto. Veía el otro día un vídeo de Comisiones Obreras en los que se asociaba el recorte del horario a más tiempo libre para ir al gimnasio, visitar a tus amigos o cocinar en casa. Algo de eso habría. Pero sería un engaño dejarlo ahí. La foto real que define el recorte continuado de los horarios o lo que Díaz llama "la expansión de los derechos" no es la de un tipo haciendo deporte en su tiempo libre; la foto que define este tipo de propuestas es la de una máquina expendedora automática donde antes había un dependiente; o la de un producto que siempre se fabricó en Zaragoza y ahora es Made in Vietnam.
No digo que no lo hagamos. Ni que toquemos tal o cual "derecho" (de los permisos remunerados a la expansión de las causas de baja). Lo que digo es que no pensemos que es gratis. Si no lo logras compensar con mucha más productividad en el tiempo (menor) que pasas en el curro, esas consecuencias pueden ser muy importantes. España lleva 30 años estancada en ese aspecto. ¿Han escuchado mucho a la señora Díaz hablar de productividad? Bueno, dice que al recortar la jornada se dispararía por arte de magia. Como en las películas de dibujos, si lo deseas muy fuerte, quizás ocurra.
