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Cómo el capitalismo sacó a Polonia de la miseria y multiplicó su bienestar

El proceso de transición de Polonia llevo al país a instaurar reformas capitalistas y elevar el nivel de vida de forma considerable.

El proceso de transición de Polonia llevo al país a instaurar reformas capitalistas y elevar el nivel de vida de forma considerable.
El casco antiguo de Varsovia | Pixabay/CC/andrzej_b

En los últimos años he visitado Polonia con más frecuencia que cualquier otro país europeo, y siempre me sorprende su notable desarrollo económico y la mejora constante en el nivel de vida. Polonia ha sido la campeona del crecimiento en Europa durante varias décadas.

Antes de viajar a un país, me gusta estudiar su historia para comprenderlo mejor. Por eso me reuní con Alicja Wancerz-Gluza, cofundadora del Centro Karta en Varsovia. El centro conserva 5.000 libros y folletos, unas 35.000 publicaciones periódicas, 300 carteles y 1.000 postales procedentes del movimiento clandestino anticomunista.

Durante nuestra conversación, Alicja me explicó las realidades de la vida cotidiana bajo la economía planificada socialista. Me mostró los montones de cartillas de racionamiento que los polacos necesitaban para comprar alimentos y otros productos hasta el colapso del régimen a finales de los años ochenta. La primera cartilla fue para el azúcar, en 1976. Con el tiempo se añadieron más y más: para carne, grasa, mantequilla, detergente, jabón, cigarrillos, gasolina e incluso zapatos.

"Fue una ocasión realmente especial —recordaba Alicja— cuando recibí una tarjeta del registro civil que me permitía comprar medias blancas para mi boda. También me dieron un certificado que acreditaba que, por casarnos, teníamos derecho a comprar anillos de oro en una joyería. Pero no teníamos dinero y tampoco queríamos los anillos. Había tarjetas especiales para todo: incluso para un funeral podías conseguir una tarjeta para comprar medias negras".

Pero tener una cartilla no garantizaba conseguir el producto: a menudo había que hacer colas durante horas. La gente incluso intercambiaba cartillas: una para vodka (un adulto podía comprar una botella al mes) podía cambiarse por una para café.

Para adquirir muebles, una lavadora o un televisor, existían las llamadas kolejki społeczne ("colas sociales"). A veces había que acudir todos los días durante uno o dos meses, turnándose entre miembros de la familia. A menudo eran los abuelos quienes hacían la mayor parte de la espera, porque tenían más tiempo y paciencia.

No hace tanto, Polonia era uno de los países más pobres de Europa. En 1989, un polaco ganaba el equivalente a 50 dólares al mes, apenas una décima parte de lo que ganaba un alemán occidental. Incluso ajustando por poder adquisitivo, el salario polaco equivalía a solo un tercio del alemán. En aquel entonces los polacos eran más pobres que los ucranianos, y el PIB per cápita era la mitad del de Checoslovaquia. La inflación alcanzaba el 260% en 1989 y el 400% en 1990.

En 1910, el ingreso promedio en Polonia era el 56% del de Europa Occidental. Pero al final de la era socialista (1945-1990), había caído al 31%.

Sin embargo, gracias a un programa consistente de reformas capitalistas, el nivel de vida se elevó de forma considerable. En 2016, los polacos ya habían alcanzado el 57% del nivel de vida medio en Europa Occidental, después de haber partido de una situación mucho más precaria. Todos los grupos sociales se beneficiaron del capitalismo.

La historia polaca muestra también la importancia del compromiso de ciertos individuos. Entre ellos destaca Leszek Balcerowicz, ministro de Finanzas del primer gobierno democrático en 1989, presidente del Banco Nacional de Polonia entre 2001 y 2007 y dos veces viceprimer ministro. Formado en las enseñanzas de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, diseñó el programa de reformas capitalistas conocido como "terapia de choque".

"Por mis estudios previos y por la dramática situación económica de 1989 —me dijo Balcerowicz en Varsovia— estaba convencido de que solo una estrategia radical podía funcionar".

Como suele ocurrir, la situación empeoró al inicio, pero la perseverancia dio sus frutos: en 1992 Polonia fue el primer país excomunista en retomar la senda del crecimiento, lo que sentó las bases de su éxito posterior.

Los comunistas describían su país como un paraíso para obreros y campesinos. En realidad, fueron los propios trabajadores quienes derribaron el sistema. El imponente Centro Europeo de Solidaridad en Gdansk recuerda este episodio histórico. Allí, en los astilleros, comenzó el fin del comunismo. La historia de posguerra de Polonia está marcada por huelgas y protestas obreras, muchas reprimidas con brutalidad.

En diciembre de 1970, por ejemplo, los obreros del astillero de Gdansk iniciaron una huelga. La noche del 15 de diciembre, el ejército los rodeó con tanques. Al salir de la planta, los soldados abrieron fuego. Ese mismo día estallaron huelgas en los astilleros de Gdynia. Hubo muertos y heridos; las fuerzas de seguridad golpearon y encarcelaron a cientos de manifestantes. Aquella semana dejó 45 fallecidos —24 de ellos menores de 30 años— y 1.100 heridos. La mayoría eran trabajadores.

En los astilleros se alzan hoy placas conmemorativas con los nombres y edades de las víctimas: algunos tenían solo 15, 16 o 17 años. Una ideología diseñada por intelectuales que prometía un paraíso para los obreros terminó cayendo por las revueltas de esos mismos obreros.

He relatado y analizado este proceso de transición de Polonia en mi nuevo libro Los orígenes de la pobreza y la riqueza (Editorial Avance, 2025).

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