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Juan Roig y el deber moral de tener beneficios

Sin los empresarios, nuestra vida sería miserable. La riqueza generada en los últimos siglos no puede explicarse sin ellos.

Sin los empresarios, nuestra vida sería miserable. La riqueza generada en los últimos siglos no puede explicarse sin ellos.
El presidente de Mercadona, Juan Roig, durante el congreso de la asociación de fabricantes y distribuidores AECOC, a 22 de octubre de 2025. | Europa Press

"Tenemos que obtener beneficios. Ganar dinero es bueno, es necesario, es obligatorio y es satisfactorio"

"Tenemos que sentirnos orgullosos de ser empresarios. Hay que salir del armario"

No he encontrado todo el discurso que Juan Roig dedicó hace unos días a los empresarios reunidos en el 40.º Congreso de Aecoc, la patronal que agrupa a los fabricantes y distribuidores de gran consumo. Pero solo con las perlas de los vídeos que circulan por redes sociales (por ejemplo, aquí y aquí) ya es suficiente como para celebrar de nuevo que tengamos con nosotros a este empresario valenciano, una de esas grandes figuras que, de forma silenciosa, pelea de verdad la batalla cultural de nuestro tiempo.

No tengo ni idea, ni me importa especialmente, de cuáles pueden ser las ideas políticas de Roig, que en otro momento de su intervención dice cosas que me gustan menos (como su reivindicación del pago de impuestos como algo de lo que estar orgulloso; si fuera así, no tendrían que ser impuestos, serían voluntarios). Pero su labor del día a día y sus muy puntuales intervenciones son impagables. En un país en el que los que mejor lo hacen son maltratados una y otra vez, la reivindicación de la figura del empresario es imprescindible. Y su recordatorio de lo obvio: ganar dinero no solo no es malo, es un deber moral.

Vivimos en un mundo con recursos limitados e infinitas opciones. En el que, además, la información siempre es parcial, inexacta y cambiante. Lo normal, en un contexto como este, sería el despilfarro, el caos, el malgasto. De hecho, es lo que ocurre en los países centralizados. La URSS no colapsó por su autoritarismo o su miseria moral (eso hizo que el derrumbe fuera una gran noticia) sino por su despilfarro de recursos. Los órganos centralizados del politburó no sabían cómo atender a las necesidades (cambiantes, imprecisas, no definidas) de su población. Y, claro, iban a ciegas: abrían fábricas de lo que nadie quería y producían lo que no se necesitaba, mientras ignoraban lo que sus ciudadanos demandaban. Ya lo dijo Mises, lo de la imposibilidad económica del socialismo y las consecuencias de ignorar ese maravilloso caudal de información que son los precios.

Pero, cuidado, haríamos muy mal en pensar que solo con precios lo resolvemos todo. Las complicaciones apuntadas anteriormente (recursos escasos, información dispersa, necesidades cambiantes) siguen ahí. ¿Qué necesitamos para superarlas? Al empresario.

En realidad, todos somos empresarios de una forma u otra; porque todos actuamos en parte siguiendo las señales e incentivos que nos marcan los demás. Pero hoy lo importante es la figura clásica del empresario: el que tiene una idea, reúne los medios de producción o distribución, asume el riesgo y trata de cubrir una necesidad no satisfecha hasta ese momento. Sin los que hacen esto, nuestra vida sería miserable: la riqueza generada en Occidente en los últimos dos siglos y que, en las últimas décadas, también ha ido extendiéndose al resto del mundo, solo se puede explicar a través de los empresarios.

Porque son ellos los que consiguen economizar recursos y asignarlos a sus mejores usos. Lo hacen en un proceso constante de prueba y error en el que los beneficios son la señal más relevante. Por eso, como dice Roig, es "obligatorio" tener ganancias. No solo para poder pagar mejores sueldos o hacer más contratos como dice en su discurso (hoy me olvidaré de lo de pagar impuestos), sino, para saber que no estamos malgastando esos mismos recursos. Tener beneficios no es nada más que obtener más dinero por el producto final que lo que nos costó producirlo. Nos hemos gastado 100 y hemos obtenido 120: es decir, hemos generado riqueza, porque la sociedad valora más el producto final que los recursos utilizados para generarlo. Enfrente, las pérdidas son la señal del despilfarro: estamos gastando 120 en hacer algo que nuestros vecinos (como consumidores) solo valoran en 100. Mejor destinar esos recursos iniciales a otra cosa.

Alguien debería comenzar a decir esto en alto. Porque, además, está la cuestión del riesgo: el empresario adelanta esos recursos (vía su propio capital o pidiendo prestado) y los demás van cobrando, haya pérdidas o beneficios. El último en ser remunerado siempre es el mismo: el propietario, ya sea un empresario individual o un puñado de accionistas.

Decidirse a ser empresario no es fácil. Sí, es cierto, debemos ofrecer a los jóvenes que se lo estén pensando una expectativa de beneficios. Los incentivos importan. Y ahí debemos pelear por reducir los impuestos, eliminar trabas burocráticas, hacer más fácil la tarea, etc. Pero nos equivocaríamos si nos quedásemos ahí. Un chico de 23-25 años que se plantea abrir su propio negocio no solo está pensando en las ganancias, sino en el reconocimiento, en si sus pares valorarán lo que hace. En España, desde hace años, menospreciamos la figura del empresario, especialmente si tiene éxito. Siempre son motivo de sospecha: por ganar mucho, por pagar poco, por aprovecharse del consumidor… Por todo. Luego, nos extrañamos de que quieran ser funcionarios: quién va a arriesgarse a una tarea tan compleja sabiendo que si tiene éxito tendrá que, como dice Roig, esconderse en un armario o estar todo el día pidiendo perdón.

El otro día, asistí en Alicante a la sesión inaugural de una nueva iniciativa: Foro Liberal y su programa ejecutivo "Libertad Económica y Función Empresarial". La sesión inaugural la impartió el profesor Miguel Anxo Bastos. Y dio un recital, como es habitual en él. Deberían escucharla todos los jóvenes de España. Sí, habló de crecimiento y de progreso, pero sobre todo habló de moral y de lo que los empresarios hacen y los demás no somos capaces. En el diploma a los asistentes a estas sesiones les dan una tarjeta con una cita de Jesús Huerta de Soto: "La función empresarial es inseparable de la libertad. Allí donde el individuo puede actuar, descubrir y crear, surge el progreso económico y moral de la sociedad".

Pues eso, menos armarios y más reivindicarse sin pedir perdón: y a todos esos que dicen que ser empresario es lo fácil, que se llevan la plusvalía sin hacer nada o que se quedan con lo que no es suyo… a todos esos, siempre la misma respuesta: "Si es tan fácil, por qué no lo intentas tú y luego repartes las ganancias". Casi nunca hacen lo primero (montar ese negocio que tan sencillo les parece cuando lo atacan) y, desde luego, nunca se plantean lo segundo (lo de repartir si por casualidad tienen éxito). No lo olvidemos: los críticos de los empresarios lo son por envidia, saben que es una misión fuera de su alcance y no pueden soportarlo.

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