
No ha sido una gran semana para la ministra de Trabajo. Entre el bolso de lujo/mercadillo de su hija y las supuestas pulseras de vigilancia a los trabajadores, a Yolanda Díaz le han preguntado por todo menos por aquello que ella quería destacar: ese Estatuto del Becario que presentó tras el Consejo de Ministros del pasado martes y con el que quiere meter en cintura a las empresas para acabar con "los trabajadores low cost y el café gratis".
El ataque a Amazon tiene gracia porque ya no se sabe si el Gobierno quiere o no que estas grandes empresas operen en España. Cuando abren, se alegran, porque dicen que es una demostración de su confianza en la economía española; mientras están aquí, las demonizan, por los sueldos, los beneficios, las condiciones o cualquier otro motivo (de la contaminación al destrozo que causan al pequeño comercio); y cuando se marchan, total o parcialmente, las atacan, que uno se pregunta qué tiene de negativo que cierre el que supuestamente era tan malo.
Lo del bolso es una anécdota, pero muy sintomática: Díaz prefiere reconocer una ilegalidad (y una contra la que su Gobierno ha peleado con fiereza) a que su base electoral crea que se ha vuelto un poco pija (quién lo diría). La vida de la izquierda cuqui es muy compleja.
Pero lo que más me ha llamado la atención es lo de los becarios. Y esa idea de que trabajar gratis al comienzo de tu vida laboral es inadmisible, una especie de esclavitud moderna.
Lo primero, nadie trabaja gratis. Los becarios que aceptan un puesto no remunerado no lo hacen porque estén dispuestos a regalar su tiempo. Piensen, por ejemplo, en el típico recién licenciado de veintipocos años que aspira a entrar en una consultora de primera o en un despacho de abogados top: ofrezcan a ese joven un empleo de verano, poniendo copas en el bar de su pueblo y sin cobrar. Las carcajadas se escucharán en la sede del Ministerio. ¿Por qué en Azca sí y en el Bar Loli no? Fácil, porque
- (1) el primero de esos puestos espera que le sirva como promoción en la empresa y como forma de darse a conocer a sus clientes, proveedores, competidores en el sector…;
- (2) sabe que le enseñarán cosas muy valiosas (desde manejo de programas y equipos específicos de su profesión, a cómo trabajar en equipo o a conocimiento interno del sector al que quiere dedicarse) que de otra manera no aprendería en su vida o que le costarían una pasta aprender en un máster o similar;
- (y 3) intuye que durante los primeros meses su aportación a la empresa será bastante cuestionable, cuando no directamente negativa. Por ejemplo, con el coste de formación, control y tutoría que suele ir aparejado a una beca [Me pongo en primera persona: en mi primer trabajo de becario -por cierto, sí remunerado- la empresa me puso un tutor asociado; nunca me lo dijeron, pero intuyo que su primera tarea era vigilarme para que no cometiera ningún estropicio. Así, aquel compañero dedicó parte de su tiempo, que de otra forma podría haber destinado a cosas más productivas, a intentar evitar que cometiera muchas tropelías y a formarme).
Por eso ese becario que tanto preocupa a Díaz trabaja gratis o por unos pocos cientos de euros… porque NO es gratis.
Las juventudes, en el punto de mira
Pero casi me ha preocupado más la segunda derivada. Porque si Díaz quiere terminar con las organizaciones que necesitan para su supervivencia del trabajo gratuito de parte de su personal, no tiene que irse a un rascacielos de la Castellana y a un polígono industrial. Lo tiene mucho más sencillo: que se acerque a cualquier sede del PSOE, PP, Vox, Sumar, Podemos, BNG, ERC, Junts… Se asombrará de lo que allí se encuentra. Decenas de personas, sobre todo jóvenes, haciendo gratis tareas por las que cualquier otro cobraría: desde repartir folletos a echar una mano con los nuevos afiliados, de montar una carpa a controlar la entrada a los mítines, del buzoneo a labores de acompañamiento a cargos del partido de otras localidades. No se me ocurre ninguna otra organización que descanse más en el trabajo gratuito de sus voluntarios que un partido político.
¿Y por qué esos chicos de las juventudes de Sumar hacen esas tareas ingratas de forma gratuita? Porque, además, buena parte de esas labores son de muy baja cualificación. Es decir, se parecen más al ejemplo que apuntábamos antes del Bar Loli, en el que nadie haría favores sin cobrar. Pues, más allá de la afinidad ideológica (que también, algo ayudará) la respuesta es exactamente la misma que la del becario de las big four: para hacer méritos. Quieren que les conozcan, que sepan que se puede confiar en ellos, conocer a los jefes, demostrar que son buenos currelas… En resumen, están labrándose una carrera, en la política o en ámbitos relacionados (desde la academia al periodismo) y están dispuestos a echar unas horas a cambio de ¿nada?. No, por supuesto, lo hacen porque saben que en realidad sí hay algo: que en el partido confíen en ti.
Me pasó igual con lo de la reducción de la jornada laboral. Lo primero que pensé cuando Díaz comenzó su cruzada por la reducción del horario y se puso a hablar sobre cómo disfrutar de la vida frente a la esclavitud del trabajo… fue que, si hay un lugar en el que la presión horaria es brutal, ese lugar es la política. Es decir, ¿cuántas horas trabaja a la semana el jefe de gabinete de la ministra de Trabajo? ¿Y ella nos quiere prohibir trabajar más a los demás?
Cada vez que Díaz tiene una de estas ocurrencias, las empresas comienzan (con razón) a temblar. En mi caso, sin embargo, me genera un pequeño picorcito de esperanza. Si se aplicaran de verdad a todas las organizaciones, de todas esas siglas que les apuntaba antes iban a quedar bien pocas en pie. ¿Se imaginan un futuro sin juventudes de los partidos políticos? Pues yo escucho a la ministra y lo primero que pienso es que las quiere prohibir.
