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De ladrillos y burbujas

La gran mayoría social está discretamente interesada en que el cemento no sólo no pierda valor sino que, a ser posible, siga ganando aún más. Pero, claro, no se puede decir en voz alta.

La gran mayoría social está discretamente interesada en que el cemento no sólo no pierda valor sino que, a ser posible, siga ganando aún más. Pero, claro, no se puede decir en voz alta.
Europa Press

En ese debate en torno a la la vivienda que se acaba de celebrar en las Cortes, ningún portavoz parlamentario, ni los de la derecha ni los de la izquierda, ha reunido valor suficiente como para atreverse a exponer desde la tribuna cuál sería la consecuencia inmediata e inevitable de lograr, vía intervención política, una reducción significativa de los precios. Porque esa consecuencia inmediata e inevitable no iba a ser otra que el fulminante empobrecimiento súbito de la mayoría de las familias españolas. Algo obvio si se repara en que la vivienda constituye el principal depósito de ahorro y fuente de riqueza de esas mismas familias.

De ahí que la gran mayoría social – y electoral – del país ande discretamente interesada en que el cemento no sólo no pierda valor sino que, a ser posible, siga ganando aún más. Pero, claro, no se puede decir en voz alta. Aunque, esa, tan palmaria, no constituye la única inconsistencia que atraviesa la conversación nacional a cuenta del problema. Una inconsistencia, invariablemente derivada de inconfesables choques de intereses, que puede llegar a extremos ridículos. He ahí la propuesta de Esquerra para castigar fiscalmente la adquisición de la tercera vivienda.

El argumento implícito de Rufián fue claro: comprar una segunda casa para pasar el mes de agosto en la playa y tenerla vacía el resto del año, eso está bien; pero adquirir una tercera a fin de alquilarla a quien la necesite para vivir, bajo ningún concepto resulta ni moral ni admisible. Es ridículo. Como igualmente resulta ridículo que PP y PSOE postulen ahora bajar impuestos (PP) o subvencionar la entrada (PSOE) a los compradores jóvenes – o sea, incentivar la demanda desde el sector público – , al tiempo que el Banco de España anuncia su intención de limitar la capacidad de los bancos para conceder más hipotecas. Obviamente, el banco central barrunta que existe ya una burbuja, otra más, pero no puede confesarlo de modo expreso so pena de incurrir en una profecía autocumplida. Todo lo que está ocurriendo con el ladrillo recuerda tanto a las vísperas del 2007, tanto, que asusta.

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