Esta semana publicamos en Libre Mercado que España se consolida como el quinto país de la UE que más recauda en impuestos verdes, mientras pelea por ser el país que más empobrece a sus ciudadanos y que tiene la mayor tasa de ciudadanos en riesgo de pobreza y exclusión social. No solo eso, sino que en el seno de la Unión Europea, los propios auditores comunitarios no saben si los fondos verdes de Bruselas sirven para algo.
El Tribunal de Cuentas de la Unión Europea ha vuelto a poner en entredicho la eficacia de uno de los programas verdes estrella de Bruselas. Se trata del programa Life que cuenta con 5.430 millones de euros para apoyar "la economía circular, la biodiversidad, el clima y la energía limpia" desde 2021 hasta 2027.
Pues bien, los auditores han revisado 22 de los 95 proyectos puestos en marcha hasta abril de 2025, entre ellos 4 proyectos en España, concluyendo que no está claro hasta qué punto contribuyen ya que las iniciativas no siempre priorizan las necesidades más urgentes en los Estados Miembros y la Comisión no tiene criterio ni control para evaluar si, gracias a estos fondos públicos, el proyecto realmente contribuye en algo a los objetivos verdes.
Durante años, el debate climático ha sido secuestrado por el alarmismo y por una agenda política que ha convertido la energía en un instrumento de ingeniería social. El I Foro Internacional de Economía, Clima y Energía del Instituto Juan de Mariana sirve como saludable antídoto frente a esa narrativa dominante que presenta el crecimiento económico como un pecado y los combustibles fósiles como el origen de todos los males.
Los ponentes reunidos en Madrid coinciden en una idea incómoda para el consenso oficial: el verdadero desafío global no es reducir emisiones a cualquier precio, sino garantizar desarrollo humano, prosperidad y acceso a energía abundante, barata y fiable. Como recuerda Bjorn Lomborg, el progreso económico ha sido el mayor aliado del medioambiente. Las sociedades ricas contaminan menos, se adaptan mejor y protegen más sus ecosistemas. Pretender combatir el cambio climático empobreciendo a la población es una contradicción en términos.
La demonización del petróleo, el gas y el carbón ignora un hecho elemental: los combustibles fósiles siguen sosteniendo más del 80% de la energía mundial. Son la base de la industria, del transporte, de la calefacción y de la seguridad energética. Sustituirlos de forma forzada por renovables intermitentes, como han denunciado John Constable o Michael Shellenberger, ha generado sistemas más caros, más frágiles y dependientes de subsidios permanentes.
La Agenda 2030 y las políticas climáticas asociadas han impuesto objetivos irreales, han distorsionado los mercados y han encarecido la energía para hogares y empresas, castigando especialmente a las rentas medias y bajas. Todo ello, además, con beneficios climáticos marginales y costes económicos enormes.
Frente al decrecimiento y la política del miedo, este foro reivindica una verdad esencial: sin energía no hay libertad, ni bienestar, ni civilización compleja. Apostar por un mix energético realista, donde los combustibles fósiles sigan desempeñando un papel central mientras la innovación tecnológica avanza sin imposiciones ideológicas, no es negacionismo. Es sentido común.

