Sería, sin duda, exagerado afirmar que Bruselas nos va a salvar de los empobrecedores, reaccionarios y coactivos delirios ecologistas de nuestro gobierno, pero algo es algo: La Comisión Europea ha confirmado este martes que los vehículos de combustión seguirán estando permitidos en la Unión Europea, donde en lugar de reducir un 100% las emisiones en 2035, lo hará en un 90%. De esta forma, la Comisión Europea ha hecho caso omiso a la petición de nuestro presidente de gobierno, Pedro Sánchez, quien la semana pasada había enviado una petición a la máxima responsable del Ejecutivo Europeo, Ursula von der Layen, para que prohibiese totalmente los coches de diésel y gasolina.
El revés comunitario a las pretensiones de los socialistas españoles es aún más claro si tenemos presente que la decisión la ha tomado un Ejecutivo europeo en el que uno de sus miembros destacados es la vicepresidenta para la Transición Limpia, Justa y Competitiva, Teresa Ribera, y supone dar marcha atrás en la arcaica transición verde que tanto defendió la ex vicepresidenta española, y que afirmó que mantendría cuando llegó a Bruselas.
Aunque el Ejecutivo europeo sigue apostando por ese desastre económico y ecológico que es el coche eléctrico y pretende que ese 10% de nivel de emisiones se compense "incorporando acero europeo de bajas emisiones de carbono", así como "desarrollando y utilizando combustibles renovables", la medida supone una tal vez insuficiente pero también clara marcha atrás en el mal llamado "impulso verde" y una victoria para el Partido Popular Europeo, que lleva tiempo insistiendo en que era vital dar este respiro al sector.
A este respecto, cabe señalar que, si bien es cierto que el grupo popular europeo ha hecho suya en demasiadas ocasiones la radical y delirante agenda verde, no es menos cierto que no cabe contraponer la "soberanía nacional" frente a las directrices de los "burócratas de Bruselas" como hace con cierta frecuencia cierta derecha antiliberal y nacionalista. Porque el hecho cierto es que la inmensa mayoría de las coactivas y empobrecedoras directivas que la UE ha impuesto hasta la fecha en relación al medio ambiente, como en muchos otros ámbitos, no dejaban de ser correas de transmisión de las mismas pulsiones arcaicas y liberticidas de muchos parlamentos nacionales. Y es que, con demasiada frecuencia, culpar a la UE de determinadas legislaciones es una forma de negarse a ver las responsabilidades de los representantes de las respectivas soberanías nacionales. A este respecto, el acierto o el perjuicio, como la libertad o coacción, que conlleva una directiva no depende de si el apellido de su impulsor es tan poco español como el de "von der Layen" o tan españolísimo como el de "Sánchez" o "Ribera". Lo que atenta contra nuestras libertades y derechos individuales no deja de hacerlo por que proceda de los representantes de la sacrosanta soberanía nacional en lugar de la sacrosanta unión europea.
Confiemos que este pequeño respiro, esta pequeña libertad para los consumidores y productores de coches sea sólo un primer paso en una dirección liberalizadora de los mercados que no contraponga ecología y economía frente a un ecologismo radical y empobrecedor que viste con los ropajes de la protección al medio ambiente lo que no es más que una nueva forma de primitivismo.

