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Enrique Coperías

La amenaza de los virus exóticos

Con algunas enfermedades del mal llamado Tercer Mundo ocurre lo mismo que con las tormentas, es decir, que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena. El brote de virus Ébola que ya se ha cobrado 43 muertes en Uganda amenaza con cruzar las fronteras de tres países cercanos: Kenia, Tanzania y Ruanda.

Descubierto hace 24 años, cuando una epidemia de mayor magnitud que la que vive este país africano mató a 400 personas en Zaire y en Sudán, el virus Ébola constituye un auténtico galimatías para los científicos. Nadie conoce con certeza dónde se esconde en la naturaleza, cómo abandona ésta para infectar al hombre o por qué surge cada ciertos años y de forma tan agresiva. La ciencia sólo sabe de este microbio furtivo que el contagio entre personas se produce a través de las secreciones corporales, y que entre el 50 y el 90 por 100 de los afectados muere sin que la medicina pueda hacer nada por evitarlo. Sus síntomas tampoco son muy específicos: manchas en la piel, fiebre súbita, jaquecas, dolores musculares, hemorragias de ojos, nariz, boca e internas; vómitos y diarreas que con frecuencia van acompañados de sangre. En los casos más graves, la muerte suele sobrevenir al cabo de nueve días.

El Ébola pertenece a una estirpe de agentes virales nuevos –y otros no tanto– generalmente localizados en las regiones tropicales, que causan patologías a veces intratables y fulminantes. Los biólogos los conocen como virus emergentes, que dentro de la jerarquía de los virus ocupan el denominado Nivel 4, es decir, el de máxima peligrosidad.

Sabia, Junín, Puumala, Dengue, Lassa, Guaranito, Machupo, Hantaan y Ébola son algunos de los virus exóticos que deben su nombre al lugar donde se manifestaron por primera vez. Muchos de ellos han podido ser identificados gracias a las refinadas técnicas de análisis bioquímicas y genéticas. Éstas también están facilitando el aislamiento de agentes patógenos que hace tan sólo una década habrían pasado inadvertidos o confundidos con virus hermanos ya conocidos.

Entre los gérmenes emergentes, los virus de las fiebres hemorrágicas, como los mencionados Ébola y Machupo, ocupan un lugar preeminente. Hasta hace poco, los expertos creían que su repentina aparición y virulencia estaba causada por mutaciones espontáneas en su material genético, como sucede con el virus de la gripe. Hoy, sin embargo, las investigaciones más recientes apuntan que estos microbios se manifiestan fundamentalmente porque se modifican las condiciones en las que viven, ya sea por la acción del hombre o por causas naturales. No hay que olvidar que para el Ébola y otros agentes exóticos el hombre es un huésped fortuito y, llegados al caso, incluso indeseable. Éstos únicamente pasan a la especie humana de forma accidental, lo que significa un suicido anunciado: al matar al huésped, el virus se queda sin hogar y sin posibilidad de cerrar su ciclo vital.

Generalmente, la infección no se produce de una persona contagiada a otra sana, sino a través de un animal reservorio o un vector, como es el caso de las ratas y de los insectos, respectivamente. En estos casos, el hombre puede infectarse por una perturbación del medio ambiente. Un ejemplo: las intensas nevadas en la primavera de 1993 en las regiones montañosas de Nuevo México, Nevada y Colorado provocaron una explosión demográfica del ratón Peromyscus maniculatus, debido a la abundancia de piñones. Este roedor es el reservorio natural del virus Hantaan. El contacto de estos roedores con los habitantes de la zona hizo posible que este virus infectara a más de un centenar de personas, de las que 12 murieron.

La agresión a los ecosistemas naturales causadas por la acción del hombre, como son la deforestación, la construcción de embalses y la introducción de nuevas especies vegetales, también facilita el trato con virus desconocidos. Lo mismo puede decirse de las guerras, que desplazan a miles de personas al linde o el interior de las selvas donde habitan estos virus intratables, y de la miseria, el gran aliado de las infecciones. Antes, el radio de acción de estos agentes virales estaba reducido a pequeñas áreas de la selva y bosques tropicales; pero ahora amenazan con salir de su refugio para coger el avión y, en cuestión de horas, presentarse en cualquier lugar de Occidente. Sólo por puro egoísmo, los países ricos, que ingenuamente piensan que el Ébola nos cae demasiado lejos, deberían destinar una mayor cantidad de recursos a investigar cómo combatir estos virus.

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