Menú

Cuando Alfonso Cortina quiso dar jaque mate a Íñigo Oriol y quedarse con "su" eléctrica, lo que consiguió fue echar a Iberdrola en brazos de Endesa. Cuando ha querido raptar a la novia al pie del altar, lo único que ha conseguido es precipitar la boda, algunos dirán que de penalty. En realidad, estamos ante un absurdo gol en propia meta del orgulloso jefe de Repsol, cuya estrategia de imagen parece diseñada siempre por su peor enemigo, acaso él mismo.

Pero para llegar a este aparatoso fiasco empresarial Alfonso Cortina ha cometido varios errores que conviene explicar, quizás no tantos como parece a primera vista, o por lo menos no tan graves, pero que parten de uno absolutamente letal: no entender al presidente del Gobierno. Y los delitos de lesa aznarología se pagan carísimos.

Desde la primera opa fallida, Repsol viene deslizando en medios periodísticos, políticos y financieros la excusa o, si se quiere, la explicación, de que Alfonso Cortina se lanzó al abordaje porque Aznar le alentó a intentarlo. O que, por lo menos, cuando le comunicó sus planes, no se lo desaconsejó. Parece mentira que a ese nivel sobreviva tanta ingenuidad. Con los silencios de Aznar, glosados en su día por Álvarez Cascos, podría editarse la Oratoria Completa de Harpo Marx, que, como se sabe, era mudo en las películas pero en la vida real hablaba cuando le daba la gana. O sea, cuando le convenía. El Presidente del Gobierno sabe callar de forma tan absolutamente hermética que muchos toman como discurso de aprobación lo que no es sino constatación de una cierta indiferencia personal y de un certísimo calculo político. ¿Que Cortina se lanza a por Iberdrola y le sale bien? Aznar le habría alentado silenciosamente a conseguir el triunfo. ¿Que sale mal? ¿Es que le dijo Aznar una palabra, una sola, para animarlo en la aventura garantizándole el apoyo del Gobierno, o sea, suyo? Por lo visto, Alfonso Cortina no sabe cómo ha llegado al Poder el Presidente, cómo lo ha acrecentado y cómo lo conserva. A lo mejor a la segunda consigue enterarse.

Ante la operación de Unión Fenosa para hacerse con Hidrocantábrico, que es el verdadero precedente del descalabro de Repsol contra los muros de Endesa, el Gobierno quiso demostrar quién mandaba en la economía y, por ende, en España. Pero conviene recordar que estábamos en vísperas electorales y con unas encuestas poco halagüeñas, que obviamente no hacían prever a nadie, empezando por el propio Gobierno, la mayoría absoluta. Rato dijo entonces que no a la fusión con el asentimiento indudable de Aznar. Un respaldo que técnicamente era y es muy discutible, pero que políticamente se entendía y se entiende muy bien. El Poder se demuestra mandando y cuanto menos se tiene, más conviene demostrarlo.

Pero cuando se tiene mucho poder, como ahora Aznar, no conviene que quien tiene menos, por ejemplo Rato, lo muestre o lo exhiba antes de ejercerlo. Esta segunda operación de abordaje de Iberdrola comenzó con la trompetería polanquista de "Cinco Días" y culminó con las dos portadas de "ABC", sobre todo la dominical con entrevista al vicepresidente incorporada, asegurando que "el Gobierno veía con buenos ojos" la operación de Repsol. No es precisamente Aznar quien debe ir cuanto antes al oculista. Vender la piel del oso, en este caso dos y con el colmillo retorcido, antes de cobrar la pieza, es asegurarse el ridículo. Probablemente Cortina necesitaba la liquidez de Iberdrola e hizo lo que debía desde el punto de vista empresarial. ¿Pero quién convenció a Rodrigo Rato de que apareciera como el gran padrino de esta operación? Tal vez haya sido el propio Vicepresidente, lo que demostraría una vez más que por lo general no hay que buscar fuera al peor enemigo: es uno mismo. Ni siquiera es seguro que de los errores de Cortina haya aprendido algo el titular del que en Hacienda llaman, con mucho retintín, Ministerio de la Sucesión.

En Opinión