Una gota fría es una conjunción de casualidades naturales que, en los días medios y finales del otoño, trae a la costa mediterránea un lejano remedo en miniatura de los monzones asiáticos. Aunque parezca mentira, el origen de este fenómeno está en el Polo Norte. Desde allí circula una corriente de vientos fríos del Este que gira a gran altura y que, de vez en cuando, sufre ciertas estrangulaciones físicas que acaban con el desprendimiento de burbujas o bolsas de aire independiente.
Estas bolsas frías tienden a descender a latitudes más próximas a nosotros. Cuando alcanzan una costa como la mediterránea, sufren el impacto de grandes masas de aire caliente procedentes de un mar que aún disfruta de las condiciones postveraniegas y que ascienden a gran velocidad. En la costa levantina, por ejemplo, el mar puede todavía en estas fechas otoñales hacer circular masas de aire de hasta 30 grados. La colisión de los dos tipos de aire (frío en altitud y caliente ascendiente) unida a una gran inestabilidad atmosférica en superficie genera nubes de desarrollo vertical, es decir, formaciones nubosas del tipo cumulonimbo que no se extienden mucho a lo ancho, pero que pueden alcanzar alturas de hasta 10 kilómetros. En este reducido cilindro imaginario se concentra gran cantidad de agua condensada que termina produciendo lluvias torrenciales muy localizadas.
Hasta aquí, la parte climatológica del fenómeno. Pero la confluencia de otras casualidades provoca su peculiar virulencia en las costas del Mediterráneo. Por ejemplo, la orografía levantina reúne algunas cordilleras de sistemas interiores en las lindes de las mencionadas corrientes de aire, lo que facilita la concentración de nubes de tormenta. Además, el suelo está plagado de laderas desprovistas de vegetación por las que fluye más rápidamente el agua de lluvia y, sobre todo, de cauces secos de ríos que acaban en valles encajonados. Todos estos factores, favorecen la aparición de riadas.
Por último, un tercer abanico de casualidades afecta a los seres humanos. La constante deforestación de las laderas montañosas está dejando el suelo levantino huérfano de las protecciones naturales contra las inundaciones: los árboles. Y es que la vegetación abundante sirve para detener, filtrar y encauzar aguas peligrosas. En su ausencia, la riada está garantizada. Además, la urbanización de zonas cercanas a ríos secos y el uso de sus lechos para el cultivo aumenta el riesgo de que las gotas frías afecten a terrenos habitados y provoquen víctimas mortales. Para colmo, según ha publicado recientemente la Universidad de Alicante, el cambio climático producido por la acción del hombre puede aumentar los efectos dañinos de este suceso meteorológico. Contra el azar de la naturaleza, poco podemos hacer más que prevenir y tomar medidas de seguridad. Pero contra la persistencia humana en el error existen otras vacunas que a alguien corresponderá inocular.

Gota fría: casualidad, pero menos

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