Menú
Alberto Míguez

Los chilenos están hartos

El general Pinochet anunció hace unas horas que no piensa someterse a ningún tipo de chequeo clínico ni responder al interrogatorio “indagativo” ante el juez Guzmán, cuyo desasistimiento ha solicitado ya su defensor, el conocido dirigente del grupo profascista “Patria y Libertad”, Pablo Rodríguez.

El exdictador parece decidido a echarle un pulso a la justicia en la persona de Guzmán. Veremos quién le tuerce el brazo a quién: si el anciano dictador al juez estrella o el juez estrella a los milicos que acaban de recordarle al presidente de la República la vigencia de la ley de punto final que eximiría a todos los criminales de responder por sus excesos hasta ahora impunes. El presidente Lagos parece dispuesto a jugarse el tipo en este nuevo episodio.

Pinochet decidió por sorpresa dar una patada en el hormiguero chileno, precisamente cuando el proceso de reconciliación avanzaba a gusto de casi todos. Quiere demostrar que sigue mandando y que sus subordinados de antaño siguen rindiéndole fidelidad sin fisuras.

Ya saben, su lema: “orden, disciplina y jerarquía”. Nada le importa al parecer que, de nuevo, sus desplantes puedan colocar al gobierno en el filo de la navaja y a los militares en un despeñadero fatal. La opinión pública chilena no parece hallarse en estado de choque ni interesada en exceso por esta tragicomedia del “tata” (abuelo) y sus granaderos.

La reunión intempestiva del Consejo de Seguridad Nacional ha demostrado, sin embargo, que el país sigue sufriendo un padrinazgo castrense que algún día deberá concluir. No es posible que un vejestorio ridículo siga condicionando, desde su retiro campestre, a varios millones de personas que quieren sobre todo vivir en paz y en libertad, pasar página, olvidar un pasado para nada ejemplar.

El juez Guzmán podría declarar reo de nuevo al general si, como acaba de anunciar, no acepta ni las pruebas médicas ni el interrogatorio.

Y vuelta a empezar: de nuevo ruido de sables, de nuevo manifestaciones callejeras pidiendo justicia, de nuevo crispación política... Pinochet contempla el desastre con gesto displicente y sonrisa felina. Los chilenos están hartos.

En Opinión