Menú
Julio Cirino

La defensa misilística 2

¿Es posible un escudo anti-misiles?

Planteamos en nuestro anterior artículo La defensa misilística, 1, que el despliegue de un escudo misilístico aparece como prioridad estratégica de la administración de George Bush y las implicaciones políticas del mismo.

Veamos hoy si este escudo es técnicamente posible y qué grado de viabilidad tiene hoy. El primer debate respecto del despliegue (poniendo de lado por un momento el nada menor aspecto de los costos) de tal sistema será su ámbito geográfico de cobertura. Según unos, el escudo anti-misíles debe cubrir la totalidad del territorio continental de los Estados Unidos. Otros, por el contrario, estiman que sería mucho mas realista un despliegue que se limitara a proteger las tropas norteamericanas que tuvieran eventualmente que operar en diversos puntos del planeta y que hoy son vulnerables a un ataque con armas de destrucción masiva. Ambas propuestas no son mutuamente excluyentes, pero sí probablemente terminen siéndolo desde una perspectivas de costos a afrontar.

Un escudo anti-misil se integra con dos grandes grupos de componentes que deben operar con perfecta sincronización. El primer grupo son los denominados “sistemas de detección” (o alerta temprana) y el segundo los llamados sistemas de “destrucción”.

No hay en este esquema una parte mas importante que otra, y la cuestión de los índices de eficacia es también clave, porque de lo que se trata es de detener un ataque con mísiles (cuyas cabezas se supone no serían convencionales), con lo que los índices de acierto normalmente altos (por encima del 80%) para otros sistemas, no serían lo suficientemente buenos en este caso, donde un umbral aceptable debería estar muy cercano al 100%.

El otro aspecto a considerar es el área de cobertura geográfica de los sistemas de detección temprana: buena parte del globo terrestre. Y si bien los potenciales “candidatos” para un ataque de esta naturaleza estarían identificados, la necesidad de una cobertura global seguirá existiendo porque nadie puede garantizar el punto de lanzamiento.

Lograr esto implica el despliegue orbital de sistemas infrarrojos y radáricos que cubran como una red las áreas consideradas más peligrosas y que puedan detectar en forma inmediata cualquier lanzamiento, valiéndose de la peculiar “firma” infrarroja de todos los mísiles.

La detección y confirmación de un lanzamiento hostil, nos lleva de inmediato al tema del segundo grupo de sistemas; los de destrucción. Pero nuevamente se presentan decisiones difíciles de tomar; cuándo tratar de interceptar el o los mísiles.

En su etapa de encendido inicial, la signatura infrarroja de un misil de largo alcance es muy clara y su capacidad para desplegar señuelos es casi nula. Luego, a primera vista, parecería ser este el momento ideal. Pero la respuesta no es tan simple porque la destrucción temprana plantea requerimientos difíciles de satisfacer. Si se tratara de disparar un misil (para destruir al agresor) este debería ser lanzado desde un punto relativamente cercano al atacante, la aceleración del arma tendría que ser tremenda y los tiempos de reacción entre detección y lanzamiento posiblemente no llegarían a la magnitud minutos.

Pensar en destruirle con alguna forma de energía dirigida, plantea, obviamente no sólo la magnitud de la misma, sino la necesidad, casi ineludible, de que su emplazamiento fuera orbital.

Un segundo momento se presenta cuando el misil atacante sale de la atmósfera en vuelo hacia su blanco. Los tiempos de reacción son algo más generosos, pero el atacante puede desplegar una amplia panoplia de “señuelos” lo que plantea que el arma que se usare para destruirle deberá ser lo suficientemente “inteligente” como para discriminar eficazmente entre estos y el blanco real.

Finalmente puede intentarse la destrucción cuando la cabeza de guerra reingresa a la atmósfera e inicia su aproximación final. Ciertamente si el blanco esta defendido por misiles anti-misil parecería lo mas simple. Pero los temas aquí son tres: Los señuelos siguen vigentes, la posibilidad de contaminación aumenta y ya no queda margen para enmendar posibles errores o fallos.

En suma, respondiendo a nuestra retórica pregunta inicial. Un sistema de capacidad limitada es posible con las tecnologías existentes. Su costo sería “de miedo” a más que habría que convencer al Congreso y su despliegue operativo estaría en un plazo nunca inferior a los cinco años, más cercano a los diez.

En nuestra opinión esto no altera prácticamente en nada el equilibrio nuclear porque su capacidad para detener un ataque masivo sería casi nula. La pregunta que queda sin respuesta aún es: Cómo puede el Presidente de los Estados Unidos resolver el dilema de afrontar los riesgos de construir semejante sistema y a la vez, cómo puede afrontar los riesgos de no construirlo.

En Internacional

    0
    comentarios