Hay mucha gente que no comprende todavía la importancia que tiene para el fútbol sudamericano en general (y para el argentino en particular) ganar la Copa Intercontinental. Corrijo, hay muchos europeos que no lo entienden; porque en Brasil, Méjico o Colombia saben exactamente de qué se trata. David contra Goliat. El pobre contra el rico. La misma historia de siempre, pero reducida a las dimensiones de un campo de fútbol. Ahí todos son iguales, al menos durante noventa minutos. Por eso Boca Juniors se jugaba en diciembre la vida, mientras que para el Real Madrid era un engorro, un "marrón".
Cuando digo que Boca se jugaba la vida no miento. Será muy difícil que podamos ver de nuevo a todos los jugadores que ganaron aquella final juntos y vistiendo la misma camiseta. Boca tenía una vida, una bala. Lo sabía Mauricio Macri, y lo conocía Carlos Bianchi. Tanto si ganaban como si perdían, Europa iría más tarde al mercadillo para comprar lo que más le gustara, lo que le apeteciera. Así de claro. El pillaje del siglo XXI, sino que sin tibias ni calavera. Todo muy profesional. Todo por la "plata".
Ahora Bianchi (que también es exportable) ha explotado porque a los "xeneizes" les han dejado Boca como un solar. Para abrir boca, Bermúdez ha fichado por el Besiktas turco; Hernán Medina se marcha al A.E.K.; Fagiani es del Atlético de Madrid, y Basualdo del Extremadura; mientras que Palermo y Gustavo Barros acaban de llegar al Villarreal. Alfredo Moreno se marcha al Necaxa, y la sangría no ha hecho más que empezar. Dicen que Ibarra ha llegado ya a un acuerdo con el Zaragoza para la próxima temporada, y nadie duda que Serna y Córdoba acabarán por marcharse del club. Eso sin contar a Riquelme, la perlita argentina a la que algunos sitúan ya en el calcio, en concreto en el Milán. Se han ido siete, y otros cuatro están en capilla. Once jugadores. Pleno. Un equipo completo. Por eso mismo, tras la victoria ante el "invasor europeo", la gente invadió las calles. Sabían que pasaría mucho tiempo hasta que volviera a suceder algo similar.
Bianchi se queja, y probablemente siga la estela de sus jugadores. Se queja de cara al público, porque tras derrotar al todopoderoso Real Madrid sabía perfectamente que eso iba a suceder. Al romanticismo le queda cada vez menos espacio en el mundo del fútbol, y es una pena. Quizás por eso haya que defender la Copa Intercontinental, porque es la única ocasión que tenemos de comprobar cómo se juega sin las cartas marcadas, sin ases escondidos en la manga. Como dicen los magos, sin trampa ni cartón. El campeón del mundo es pobre y vende para subsistir, y para sacar en el futuro más "Riquelmes" que acaben jugando en la Juventus de Turín o en el Barcelona. Una vida dura para los secretarios técnicos de aquí ¿no es cierto?

Club rico, club pobre
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