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Francisco Capella

Más sobre las vacas locas

Imaginemos una gran multinacional que distribuye un producto destinado al consumo humano que en algunos casos resulta ser defectuoso (de forma no intencionada y durante algún tiempo sin conocimiento de ello) por la presencia de pequeñas cantidades de un veneno acumulativo potencialmente mortal (dependiendo de la dosis) a largo plazo. Las asociaciones de consumidores lo denunciarían poniendo el grito en el cielo, los consumidores tenderían a evitar dicho producto, y la empresa vería disminuir drásticamente sus ingresos. Aquellos que hubieran resultado damnificados presentarían demandas por daños y perjuicios.

Supongamos además que la imparcialidad de la justicia exige tratar igual a las personas, no según quiénes son, sino según qué han hecho. Y ahora sustituyamos a la odiada multinacional por algunos ganaderos y carniceros que presuntamente han distribuido carne de vacuno contaminada con priones que pueden causar en los seres humanos una enfermedad mortal que ataca al sistema nervioso. Resulta que estos profesionales protegidos por el Estado no sólo no son enjuiciados (alegan que todo lo que han hecho es legal), sino que encima amenazan con cortar las calles y provocar serios disturbios si no les entregan enormes cantidades de dinero (del bolsillo de ciudadanos inocentes) como indemnizaciones para resolver su problema, ya que están arruinándose: o sea, que paguen justos por pecadores.

Los ganaderos pretenden que su forma de ganarse la vida sea infalible: si las cosas van mal, que el Estado les saque del apuro. Jamás se les habría ocurrido contratar seguros o sistemas de control privados para protegerse de estas contingencias. También es cierto que cualquier carnicero, ganadero, o distribuidor de harinas animales debe ser considerado inocente mientras nadie demuestre en concreto lo contrario (no se puede acusar a una clase).

El problema principal de las vacas locas no son los cada vez más escasos bovinos, sino los muy abundantes bobinos de la clase política y los medios de comunicación. Algunos ignorantes pretenden que este problema es una señal que debería advertir a los liberales de lo peligroso que es dejar al mercado libre, sobre todo al alimentario, sin estrictos controles estatales, lo cual afectaría gravemente a la salud de los consumidores. Hay que tener mucha cara dura para realizar estas afirmaciones, ya que este problema ha mostrado que son los controles estatales los que han fracasado estrepitosamente, lo cual es inherente a su naturaleza. Los políticos y los burócratas sólo se preocupan por la salud de los consumidores en la medida en que estos puedan darles o retirarles su voto y mantenerlos o apartarlos del poder.

Los ingenuos ciudadanos confían en que todo está bien porque papá Estado está vigilando. El mercado alimentario europeo (con su nefasta política agraria común) no es un mercado libre, es un mercado fuertemente intervenido y subvencionado a expensas de los consumidores (se dificulta o impide la importación de carne de otros países, se garantiza a los productores precios por encima de los de mercado), donde no existen controles de calidad y garantías realmente eficientes como serían los proporcionados por agencias de certificación en competencia, que reflejaran las diferentes asunciones de riesgos y evaluaciones de costes y beneficios. Además, un mercado libre implica unos mecanismos de justicia (respeto a la propiedad privada y los contratos, indemnización por los agresores a las víctimas) actualmente inexistentes.

Las vacas han sido tradicionalmente vegetarianas, pero no es una aberración ni un crimen ecológico darles de comer proteínas animales si sus sistemas digestivos son capaces de asimilarlas sin deteriorar su salud. El problema no está en los piensos animales en general, sino en su contaminación con priones. Buscar la eficiencia (reducir costes, aprovechar residuos) es inteligente. Si todo cambio provocado por los seres humanos en la naturaleza fuera una aberración, no existirían los animales domésticos.

El problema médico y científico de las vacas locas es difícil por varias razones peculiares: se trata de un nuevo tipo de enfermedad, no causada por ningún microorganismo, y los riesgos y peligros no están bien establecidos de forma científica. Algunos expertos hablan de hecatombe o de bomba a punto de estallar, mientras que otros lamentan tanta alarma social ante una enfermedad que se ha cobrado muy pocas víctimas humanas en varios años.

Es posible que los riesgos para la salud se estén exagerando, igual que es posible que se estén minimizando. Los seres vivos son enormemente complejos y el conocimiento acerca de los mismos no es simple. Imponer una versión oficial como la única verdad es un grave error. Se sabe que no existe contagio entre animales por proximidad, pero se están sacrificando millones de vacas sin ni siquiera saber si están enfermas o no: un enorme despilfarro de riqueza y un absurdo asesinato en masa de seres vivos con la excusa de la seguridad de las personas.

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