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El nuevo Bardem

Los corrillos del cine español andan revueltos desde que se supo la candidatura de Javier Bardem a los Oscar de Hollywood. Se hacen todo tipo de apuestas. Algunas van por el tema de si Javier desbancará al mito hispano Banderas, otras intentan saber ya si nuestro actor se llevará la estatuilla y unas terceras, más mugrientas, desean conocer los oscuros favores a los que se podría haber sometido el implicado.

Dicen que Javier Bardem es un diamante en bruto. Yo me atrevo a decir que ya está pulido con mieles y amarguras. Después de algunos papeles, españoles todos, en los que los cineastas se empeñaban en embrutecer su masculinidad, en sacar de este inmenso actor su lado más bestia, ha tenido que llegar Schnabel –el pintor- para aplicar con maestría sus pinceles sobre la obra y hacer de Javier un hombre actual, sensible, inteligente y cuajado de ternuras.

Qué pena que España haya perdido tan preciada oportunidad. Tan sólo nos cabe una esperanza. Que gane el Oscar. Así podremos demostrar que en España, no sólo se hace buen cine, sino que hay buenos intérpretes. Sería una magnífica ocasión para gritar a Hollywood que los españoles nos rasgamos el corazón en cada historia, y que el mito del nene guapo que no convence a los críticos (léase Cruz, Banderas o algunos otros) se empañe poco a poco para hacer de Bardem un símbolo de la sangre que corre por nuestras venas.

Fuera del mito del macho hispano, el milenio nos ha traído la ternura oculta –o poco explotada- de un magnífico Bardem.


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