Asombra a veces el empecinamiento de algunos gobernantes y, sobre todo, la dejación que hacen de cualquier principio, valor o convicción en aras del éxito popular (o populista), local, regional o global. Todo vale, al parecer, con tal de halagar a ciertas opiniones públicas o defender las ideas recibidas sin someterlas al más mínimo atisbo crítico.
La reunión del Grupo Consultivo del BID en Madrid sirvió de interesante foro para que los presidentes centroamericanos expresaran sus proyectos y esperanzas, se quejaran por sus frustraciones y amagaran soluciones a problemas seculares que los desastres naturales apenas ocultan o destacan.
Se habló, como suele suceder en este tipo de encuentros, del perdón o condonación –que palabro tan raro— de la deuda. Mejor dicho, hablaron sobre todo los representantes de los países europeos, de los organismos financieros multilaterales, influidos por lo políticamente correcto emanado de ciertas ONG. José María Aznar se refirió sorprendentemente también a la posibilidad de borrar una deuda que ni es espectacular ni impide el desarrollo de estos países por muchos terremotos o inundaciones que sufran. En labios de algunos demagogos populistas tal propuesta se entendería, en los de Aznar, sinceramente no.
Nada prueba que perdonando la deuda se promueva una administración más sensata ni que la deuda produzca por sí sola pobreza y desigualdad. Nada demuestra que la simple condonación de la deuda (una deuda, según Fidel Castro, “impagada e impagable”) conduzca a la prosperidad y la justicia, sí en cambio a la irresponsabilidad y a la corrupción de los gobernantes.
Algo sabe de todo esto el presidente de El Salvador, que hizo en Madrid una serie de reflexiones sobre la dichosa manía de perdonar la deuda como premio de fin de curso o diploma de buena conducta política –no por cierto económica o financiera— al advertir que no había pedido la condonación ni el perdón de la deuda. Aunque, obviamente, si se perdonaba la de su país (uno de los menos endeudados de Iberoamérica, por cierto) lo aceptaría, pero sin lanzar cohetes.
Ojalá algunos aprendieran sensatez y prudencia del presidente Flores y no se deslizaran por la senda de la retórica al uso y la demagogia. Ojalá.
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