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En vísperas del “derbi” entre el Espanyol y el Barcelona (éste sí que lo es puesto que enfrenta a dos equipos de la misma ciudad) me ha dado por pensar que ser “periquito” allí –escribo desde Madrid– tiene que ser una rareza, algo así como hacer la ola en La Scala de Milán para mostrar satisfacción tras escuchar “Carmen”, o llegar a Harvard con un “piercing” en la lengua y un libro de Kerouac bajo el brazo. Supongo que para ser “periquito” uno tiene que poseer un ánimo transgresor consolidado, y estar pertrechado para la que se le puede venir encima durante las veinticuatro horas de los 365 días del año. Es peor, mucho peor que ser “colchonero” en Madrid porque el Atlético es un grande incluso en Segunda (como podrán comprobar, el cachondeito por el descenso rojiblanco ha sido el justo y necesario entre las huestes merengues), mientras que el Espanyol debe fajarse con un club que “es más que un club” y, supongo y temo que en ciertos sectores, contra el “appartheid” que supondrá ser fiel del ¡Espanyol! en Barcelona (¡como si no hubiera otros clubes!... El Lleida, el Girona, la Gimnástica de Gramanet, etcétera). Siempre me cayó muy simpático el Espanyol justamente por ese toque de resistencia activa y porque supone una alternativa, una salida al monopolio imperante.

Durante su estancia en el banquillo del Atlético, el entrenador serbio Radomir Antic dedicó una parte de su tiempo a reconquistar lo que él denominó “cuota de mercado”. Quería arrancar de las garras madridistas el espacio en prensa, radio y televisión que pensaba le correspondía claramente a su equipo. Lo logró sólo en parte. Llegados a este punto convendría aclarar que la prensa deportiva que se vende en Cataluña no es catalana sino decididamente barcelonista, hasta el punto de que el otro día (perdónenme que no recuerde si fue en “Sport” o “Mundo Deportivo”) hacían la siguiente pregunta: ¿Cómo se debe jugar contra el Espanyol?, como si el próximo rival de los culés fuera el Estrella Roja de Belgrado o el Accra Hearts of Oak (Ghana). Como Antic, yo reclamo desde aquí el 0,7% de la cuota de mercado para el Espanyol resistente, el Espanyol desobediente, el Espanyol obstinado e impenitente.

Que uno sea del Espanyol en Barcelona supone, además, quedar excluido de por vida de todos los coleccionables imaginables (cuberterías, sellos, platitos, “pins”, alfombrillas para el cuarto de baño y perritos de esos que menean compulsivamente la cabeza en la parte de atrás del coche, vestiditos con la camiseta de Rivaldo y diciendo siempre que no, que no, que no). El Español se merece un monumento y, en su defecto, la clasificación para la Copa de la UEFA. Un siglo de rebelión no lo aguantaría ni Espartaco. ¡0,7 ya!

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