Menú

Las falacias suelen sublimarse en mitologías. De una lectura apresurada y falsa de los resultados electorales (Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo han conseguido los mejores resultados de la historia de sus partidos), Xabier Arzalluz ha pasado a la mitología irlandesa, de tan rancia tradición como la progenie de Aitor o la reinterpretación de la batalla de Munguía.

No voy a entrar en las manifiestas diferencias entre el caso irlandés y el vasco, porque en el primero todos quieren unirse no separarse, aunque la disputa esté en con quién. Es todo bastante más sencillo: el pacto irlandés no es otra cosa que una copia del precedente español. Tal acuerdo o mesa de la paz ya se hizo aquí. Fue un conjunto de decisiones como la amnistía de etarras y el Estatuto de Guernica. La diferencia es que en España se hizo de manera gratuita, sin contraprestaciones, por complejos de culpa franquistas. Es decir, ni el nacionalismo cedió en su reivindicación soberanista, mientras que tanto el Ira como Irlanda sí lo han hecho, ni el terrorismo entregó las armas. De hecho, por analogía, el debate entre Eta pm y “militar” es similar al que se ha dado en el Ira, donde una parte -o Ira auténtico- se ha escindido para seguir con la violencia, mientras la otra sí ha aceptado el compromiso. En nuestro caso, por los imponderables y apresuramientos de la transición (algún día habrá que revisar ese tópico de “pacífica” cuando hay un millar de víctimas por asesinatos políticos), la Eta “auténtica” fue la parte mayoritaria mientras los polis-milis la minoría.

La nefasta forma de hacer aquel pacto en vez de reducir el conflicto introdujo la perversa relación asesinato-cesión política, en la que seguimos, aunque los electores lo hayan corregido el 13 de mayo. Pero para que nadie se llame a engaño la capacidad de maniobra de cualquier mesa de diálogo, al margen de análisis más de fondo, es escasa por no decir nula, salvo en un escenario de grave conflicto institucional de impredecibles consecuencias. Sólo queda “negociar” la independencia, la ruptura de la Constitución, la desestabilización de España como sociedad abierta y la propia monarquía como garante de la unidad (nada más postmoderno y delirante que ver al consuegro del rey, Urdangarín, celebrando la victoria de su partido independentista dispuesto a socavar la institución de la que ahora viven sus hijos y nietos).

La historia reciente del País Vasco es, en buena medida, la de un incumplimiento del nacionalismo de un generoso acuerdo de pacificación. Ha sido y es el nacionalismo el que mantiene el conflicto para obtener ventajas políticas, que es incapaz de conseguir en las urnas, como han vuelto a demostrar las elecciones, a pesar de las histéricas lecturas de la cambiante opinión pública madrileña, tan tendente a confundir deseos con realidades y a perderse en oportunismos del instante. Nosotros hicimos antes el pacto irlandés. Ahora Aznar y Zapatero tendrían que “negociar”, por ejemplo, Navarra. ¿Se han vuelto locos algunos dirigentes socialistas como Alfonso Guerra?. ¡Ah!, por supuesto si el PSE y Nicolás Redondo Terreros hubieran adoptado otra posición hubieran sido fácil pasto del voto útil a favor del PP y Jaime Mayor Oreja.

En Opinión