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A las once y treinta y tres minutos de la noche, el Valencia perdía su segunda final consecutiva de la Copa de Europa. Pero antes de que el hierático Pellegrino fallase el séptimo y decisivo penalti habían pasado muchas cosas. La más importante, desde mi punto de vista, es que el Valencia no fue el Valencia, se traicionó a sí mismo y dejó crecer demasiado al Bayern de Munich, un equipo forjado en mil batallas y con más conchas que un galápago. Antes de las 23:33, el equipo de Héctor Cúper no había logrado nunca abrir el juego por las bandas y Kily González y –sobre todo— Gaizca Mendieta habían estado ausentes, como idos por el campo y sin coger el toro por los cuernos. Curiosamente, los alemanes olieron la sangre valencianista cuando el equipo español se adelantó en el marcador.

Al final del partido me quedaré con una duda: ¿Es bueno marcar un gol tan pronto en un partido de estas características? No lo sé. Lo cierto es que al ponerse por delante en el marcador en el minuto 3 (el segundo gol más rápido en una final de la Copa de Europa) al Valencia pareció faltarle el aire. En ese instante, el Bayern se apoderó del partido y lo hizo casi hasta el final. El campeón alemán no hizo alarde tampoco de excesivo punch en los metros finales, aunque sí tuvo el balón y encerró a un equipo timorato y sin personalidad.

Es una lástima personal pero creo que una justicia deportiva. Lo siento por Pedro Cortés, protagonista del resurgir valencianista. Lo siento por Cúper, que ha saboreado la hiel del fútbol en demasiadas ocasiones. Lo siento por Santi Cañizares, que hizo lo que pudo y que, en el momento crucial, demostró su veteranía. Lo siento por los aficionados que ahora deberán iniciar el viaje de regreso con la derrota como pasajera. Pero el Bayern de Munich hizo probablemente más por llevarse la Champions League a casa. Ese equipo lento, torpe, renqueante, con la abuelita Effenberg como referente en el centro del campo, supo desde el principio lo que quería y al final se lo arrancó a un Valencia titubeante.

Ahora queda lo más difícil. Hace un año el Real Madrid se agarró a la Copa de Europa como si de un clavo ardiendo se tratara. Era cuestión de supervivencia y el Madrid demostró que antes de la finalísima de París había disputado otras diez finales. Espero que el Valencia no tenga que jugar otras tres para conquistar su primera Champions. A las once y treinta y tres del 23 de mayo concluyó, de golpe y porrazo, el segundo sueño ché. Lo siento.

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