En la eclosión puntocom, las startups valían a ojos de los inversores tanto como los gramos de cerebro que lograban comprar en el mercado de las subastas laborales. En Internet, las cosas van alrededor de nueve veces más rápido que en el Mundo Real, y esto ha ocurrido con la situación laboral de muchos trabajadores de la generación puntocom. En las empresas les ponían un futbolín, les dejaban jugar indefinidamente al Quake en red, bajarse de Napster las canciones más insólitas de la Piquer, o les permitían llegar e irse cuando les diera la gana. Ninguna empresa en su sano juicio permitiría eso, salvo que los trabajadores tuvieran clara y arrolladoramente la sartén por el mango, como era el caso. Eran muy pocos trabajadores para muchas startups, y eso se notaba.
La criba de la puntocom ha hecho que los que estaban ahí por el Quake y los cheques de comida, y la sanidad privada, se hayan ido quedando en sus casas arrinconados. Ahora empieza un momento verdaderamente interesante. Porque quedan pocos proyectos, y los profesionales que trabajan en ellos son verdaderamente buenos. Pero todos tenemos que hacer un esfuerzo, las empresas y el estado, por conseguir que nuestros trabajadores alcancen la excelencia. O volveremos todos a irnos al traste digital.

Gramos de cerebro
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