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Alberto Míguez

¿Quién prolifera?

La principal crítica de Vladimir Putin contra el llamado “escudo antimisiles” propuesto por el presidente George W. Bush era que la iniciativa desencadenaría una imparable carrera armamentística y, por tanto, mayor proliferación de armas de destrucción masiva.

Y para cargarse de razón, Putin ha confirmado su hipótesis para.... ¡iniciar por su cuenta la carrera y proliferar a su vez a diestro y siniestro! Así cualquiera acierta.

El problema no estriba en la novedad de las nuevas armas (el SS-400, un misil con capacidad para transportar 6 cabezas nucleares) exhibidas en las últimas horas por los rusos: se trata de sistemas más bien anticuados pese a que los científicos locales hinchan pecho y aseguran que pueden aniquilar al mundo mundial, lo que por otra parte está al alcance de cualquier potencia nuclear aunque sea modesta.

El problema está en que dada la situación crítica de la economía rusa y el caos social reinante, las mafias podrían recorrer los mercados emergentes de armas (Irán, Sudán, Libia, Irak) ofreciendo algunas de estas “novedades”. A esto se le suele llamar “proliferación privada” y, aunque se habla poco de ella, constituye una de las amenazas más graves a las que se enfrenta el mundo en los albores del siglo XXI.

En cuanto a la versión para pobres del escudo antimisiles “made in Rusia” todo indica que se trata de un sistema un tanto primitivo de detección y derribo de misiles desde el suelo –no desde el espacio– cuya viabilidad, según los expertos internacionales, es nula. Aunque, eso sí, el sistema en cuestión sea mucho más barato.

Putin haría bien en no meterse en esta carrera armamentística porque su país no puede permitírselo. La historia recuerda que fue la locura totalitaria de Brejnev intentando emular a la América de Reagan en el terreno armamentístico la que condujo a la URSS a la catástrofe.

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