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Diana Molineaux

Sólo un cambio de matiz

La aplicación de la ley Helms Burton sigue igual con Bush que con Clinton, pero no la constelación política de Cuba en Washington. Los demócratas, como era de prever, critican a Bush que haga lo mismo que habían aceptado en Clinton, mientras que los republicanos aceptan hoy lo que condenaban antes y se resignan a la evidencia de que la Casa Blanca no se lanzará a una guerra comercial con Europa para defender las propiedades expropiadas en Cuba.

Incluso Jesse Helms, poco inclinado al compromiso, ha reconocio que Bush, a pesar de mantener su veto sobre la cláusula tres, que permite demandar a los inversores en propiedades expropiadas, tiene una actitud muy diferente a la de Bill Clinton con respecto a Fidel Castro, pues le está apretando las tuercas en la medida de lo posible.

Lo mismo ha hecho la congresista republicana Ileana Ros Lethinen, quien en un comunicado se muestra consolada por las medidas adoptadas el viernes por Bush, para aumentar la potencia de las transmisiones a Cuba de Radio y TV Martí y dar dinero a las organizaciones no gubernamentales.

Bien distinta –y previsible– ha sido la reacción del único congresista cubano en el Congreso, el representante de Nueva Jersey Bob Menéndez, quien califica la posición de Bush de "palabrería" y no se da por contento mientras no se aplique la totalidad de la Helms-Burton a rajatabla.

Naturalmente, todo esto se enmarca en el juego político y, en este sentido, el exilio cubano tiene pocas quejas de Bush y de su administración, que han adoptado un tono completamente distinto al de los ocho años anteriores. Con Clinton y sus colaboradores, era evidente el enfrentamiento con Castro era a regañadientes y lo que realmente deseaban era "hacer el amor y no la guerra".

Por otra parte, las propiedades en Cuba no están necesariamente perdidas para sus antiguos propietarios, a la vista de lo que está ocurriendo en algunos países de la Europa del Este, donde algunos gobiernos, como Rumanía, han empezado a devolver los bienes expropiados o a pagar indemnizaciones que, si bien no son muy elevadas, son quizá proporcionalmente mayores que los caramelos con que Cuba pagó a los españoles desposeídos.

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