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Laurent Fignon, el héroe local francés, había salido dos minutos antes que Miguel Indurain en una etapa contrarreloj, a pesar de lo cual el ciclista navarro le pasó como si se tratara de una Harley Davidson. Y Fignon no era un cualquiera sino un super-clase, el heredero del trono que dejara vacante el “camaleón” Bernard Hinault. Lo más gracioso fueron las explicaciones ofrecidas por el campeón francés, un hombre poco efusivo, a la conclusión de aquella etapa: “Miguel es un extraterrestre”. El mito del ET de Villaba se dejó entrever en el Tour de 1990 aunque fue un año más tarde, en la estación de esquí de Val Louron —hace justo diez años de aquello—, cuando quedó firmemente asentado.

Para el equipo Banesto no pudo empezar peor aquel Tour de 1991. En la etapa del 7 de julio (¡y tuvo que ser en San Fermín!) cayó en una trampa tendida por el PDM de la que salieron muy beneficiados tres de los grandes favoritos para lograr el triunfo final en París: Breukink, Lemond y Alcalá. Indurain supo reponerse venciendo en la crono de Alençon y la apoteosis llegó en los Pirineos; Indurain era una máquina contra el crono y subía como el mejor, pero en aquella ocasión ¡atacó bajando! En el descenso del Tourmalet abrió un hueco con sus perseguidores y luego obró con inteligencia al esperar al “diablo” Chiappucci, dejándole después ganar la etapa. Luego volvería a imponerse en Maçon. Indurain fue primero en los Campos Elíseos, por delante de los italianos Bugno y Chiapucci.

La diferencia entre el campeonísimo navarro y el resto de ciclistas anteriores y posteriores es el respeto y la admiración rendida que le tenían todos y cada uno de sus compañeros. Cada uno de los nombres que han aparecido aquí, desde los más esquivos, como Fignon, hasta los más pasionales, como es el caso de Chiappucci, reconocieron la superioridad del ciclista español. No digo que se alegraran, pero casi. Si Miguel no hubiera existido es probable que Gianni Bugno hubiera logrado dos o tres Tours de Francia. No pudo ser para él, lo que no evitó de ninguna manera que el italiano hablara siempre del navarro con un tremendo respeto. El mito del extraterrestre, la máquina, el super-hombre, irrumpió hace diez años. El 19 de julio de 1991, Miguel Indurain apareció para quedarse. Y él nunca jugó al póquer. Si acaso, al tute subastado. Aunque no fueron ni las cartas ni sus gestos los que le convirtieron en uno de los más grandes ciclistas de toda la historia.

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