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Enrique de Diego

La deslegitimación completa

El terrorismo no ha sido eliminado tras la caída del Muro, sino que se ha incrementado en la misma medida que la desesperación de los totalitarios. La pérdida de la financiación soviética se ha cubierto con otras formas, como el secuestro, la extorsión de los empresarios y la alianza con las mafias de los narcotraficantes. En el estadio alcanzado, el necesario debate sobre la legalización de las drogas es más urgente que nunca, pero no es esencial para esta materia, porque el narcotráfico ha pasado a ser no sólo cuestión de delito sino también agresión a la seguridad.

Por el sopor y la modorra de Occidente tras la caída del Muro –esa estupidísima tesis de que ya nunca pasaría nada, o nada esencial– ante el terrorismo se ha adoptado una posición pasiva, preventiva, en la que los terroristas mantiene la iniciativa y dan el primer golpe. Han creado santuarios como Afganistán, desde donde se perpetran los atentados más sangrientos del fundamentalismo islámico. El terrorismo llevado a su máxima irracionalidad, el de Hamas, en el que el terrorista utiliza su propio cuerpo como bomba, es incluso entendido como esquema acción-reacción dentro de un conflicto más amplio, local. La “causa” palestina con tales métodos no sólo se desacredita, sino que debería provocar el aislamiento de Arafat –uno de los grandes terroristas del siglo XX– sin que ello reduzca la repulsa hacia las represalias indiscriminadas de Israel. Ningún sentido tiene que el Gobierno español se muestre amigable ante un líder que no combate tales formas de terrorismo extremo, cuando en España el terrorismo es el mal mayor con el que nos enfrentamos.

Los sistemas de defensa internacionales, las Fuerzas Armadas de las naciones democráticas, han de atender los problemas humanitarios y evitar los genocidios, pero, al tiempo, han de dar una respuesta activa al terrorismo, con un sistema de policía internacional que pase por la eliminación de sus santuarios. Es el caso de Colombia, donde desde hace tiempo se debían haber eliminado mediante el uso de la fuerza militar las zonas de exclusión dominadas por Tirofijo o el Afganistán de los talibanes, refugio del terrorista número uno del fundamentalismo islámico.

Parece necesario, frente a lo que es frecuente e incluso norma en los medios de comunicación occidentales, y específicamente los españoles, proceder a la deslegitimación completa del terrorismo, no sólo en cuanto a sus medios de uso de la violencia, sino también en cuanto a sus fines, que no son otros que la destrucción del sistema democrático y la economía de mercado.

Los peligros, tras la caída del Muro, no terminaron, han cambiado de forma. Ya no mueven a grupos significativos de personas, ni consiguen respaldo en las urnas, pero las minorías desesperadas se han vuelto aún más peligrosas, porque no encuentran otra senda que la violencia para tratar de imponer sus demenciales y absurdos criterios de organización social, en los que la libertad es pisoteada y con los que no se pueden mantener los actuales niveles de población.

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