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Alberto Míguez

Un desafío a la humanidad

El horror vivido en las últimas horas por Estados Unidos y el jolgorio de algunas gentes en ciertos países árabes han servido para probar varias cosas igualmente siniestras: el carácter simbólico del plan criminal (que afectó a los tres pilares del poder americano: económico, político y defensivo), su inspiración clarísima en el fanatismo musulmán de diverso pelaje y nacionalidad, la capacidad logística y el conocimiento técnico de los autores del crimen, el fallo estrepitoso de los sistemas de seguridad en el país teóricamente más seguro del mundo y, desde luego, la sensación generalizada de que lo ocurrido en Washington y Nueva York afecta a todos los países en los que la libertad, la ley, la moral y la justicia constituyen principios supremos.

Razón le sobró al presidente del Gobierno español cuando dijo hace unas horas que no cabe distinguir entre terroristas porque el terrorismo es un fenómeno planetario que afecta a todos, absolutamente a todos los países y los pueblos. El presidente norteamericano se pronunció en parecidos términos cuando visitó Madrid hace unos meses y sus palabras escuchadas ahora, poseen un valor premonitorio.

Ahora llegó la hora de la solidaridad y falta hará, porque el genocidio de Nueva York y Washington es un ataque contra todos los seres humanos civilizados. Los responsables, sean cuales sean –y no será difícil saberlo en el futuro inmediato– deberán ser castigados con la mayor severidad porque, si así no fuese, el propio destino de la humanidad estaría comprometido. Un grupo de asesinos organizados no puede vencer a todos los pueblos del mundo.

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