Menú
Javier Gómez de Liaño

Feliz año judicial

Cuando el verano está próximo a echar el cierre, se ha inaugurado un nuevo curso judicial que, según la usanza de las dos últimas décadas, ha presidido el Rey, quien, por cierto, se ha saltado la tradición y ha aprovechado el acto para dejar testimonio del dolor de todos los españoles por el atentado terrorista ocurrido en EEUU.

De los discursos pronunciados en el acto –el del fiscal general del Estado y el del Presidente del TS–, lo más llamativo es que no han sido grandes alocuciones sobre la justicia. Se ha preferido hablar de la poca fe que los ciudadanos tienen en ella y se ha dicho que con el reciente pacto sobre la Justicia, los que suscribieron y firmaron han quedado comprometidos en paliar la larga lista de males y reducir el censo de carencias. Parece como si se hubiera comprendido que por el camino de las frases grandilocuentes no se arriba al muelle de la eficacia sino al limbo de la resignación. La justicia se mueve entre las lindes de la verdad que se desea y la mentira que trata de imponerse y da la impresión de que Javier Delgado –el presidente del TS– ha querido dar a entender que en la justicia española ya no son precisas más teorías –las hay muy brillantes–, sino que hace falta meterse en faena y no parar hasta que la obra esté totalmente acabada.

A estas alturas, la mayoría de la gente sabe que en materia de justicia –también en otras– es por el camino de la acción como se alcanza la meta deseada y que todo lo que sea retórica nos recuerda al gran León Felipe, el payaso de las bofetadas, cuando, casi a gritos, decía: pero ¿qué es la justicia? ¿Un truco de pista? ¿Un número de circo? Porque es verdad que en los últimos tiempos en el calendario de la justicia hay anotados más días amargos que alegres. El ciudadano, cuando pide justicia y no le llega, hojea el desgastado almanaque y se pregunta ¿para cuándo? Y se desespera y hasta llega a pensar si la justicia, lo mismo que otras palabras que empiezan con jota, es un taco o una maldición.

-Y luego, qué pasa.
-Nada, nunca pasa nada. La paciencia siempre va por su cauce.

Lo mismo que los anteriores, el nuevo y solemne acto judicial es como la arribada, tras muchos días de navegación, a un puerto ya conocido donde descargar la mercancía, con frecuencia deteriorada. Un nuevo curso judicial es para los jueces lo que un nuevo curso escolar es para los niños, una brisa fresca de optimismo y de esperanzas, aunque se diferencien en el castigo para el caso de que al final se suspenda la asignatura o la nota de comportamiento sea un insuficiente. Pero con todo, la ceremonia no es la fiesta de los jueces sino de los ciudadanos. Son estos, no los otros, quienes deben hacer memoria y sacar conclusiones de cómo ha sido el que se va y cómo desean que sea el recién bautizado. Desde luego, ante los malos resultados, al que termina lo despedirán con gozo y al que viene seguro que lo saludarán con confianza.

Bienvenido sea el nuevo curso judicial, bienvenidos sean los nuevos proyectos, bienvenidos sean los renovados propósitos de enmienda. Brindemos por el nuevo año judicial, alcemos la copa para desear, una vez más, que los infortunios judiciales presentes dejen paso a los encantos de una justicia de verdad, sobria, rigurosa e igual para todos. Jamás se tiene seguridad en lo que el mañana nos habrá de deparar, pero se me ocurre que si todos nos esforzamos tal vez el próximo curso resulte mejor que el precedente.

En España

    0
    comentarios