Sería la bomba que concedieran los Juegos Olímpicos a la candidatura de Madrid. Me gustaría, sobre todo porque soy madrileño y porque, si en el año 2012 mi buena estrella quiere que siga trabajando en esto, todo me pillará muy cerquita; ojalá que para entonces siga siendo periodista, un periodista peligrosamente cercano a la cincuentena, todo un veterano. Me gustaría ser ciudadano olímpico porque soy "gato" pero, he de reconocerlo, también por mi curiosidad innata. Querría saber de qué forma transforma Álvarez del Manzano, que para entonces seguirá siendo el alcalde, una ciudad como esta en una urbe olímpica, cómo la cierra, cómo la limpia, de qué manera la oxigena. Aunque, bien pensado, Madrid ya es ciudad olímpica; está olímpicamente sucia y desordenada, resulta olímpicamente caótica, desesperante hasta límites ciertamente olímpicos, y olímpicamente esquizofrénica. Una perla, vamos.
Es el lunes posterior al domingo en que llegó a la capital la Vuelta Ciclista a España. Sería más apropiado decir, por tanto, que es el lunes posterior al mayor caos circulatorio que se recuerda. Y observo desde mi coche, embotellado entre un Seat Toledo y un Peugeot 106, acosado por un autobús de línea y seriamente amenazado por un camión portador de un número inacabable de cartones, el logotipo promocional de los Juegos. Una llamita y un "2M12", ciertamente originales, y probablemente incomprensibles o anodinos para la mayoría de habitantes de esta ciudad. Ya no se puede ir de Madrid al cielo, sino directamente al frenopático, y eso si tienes enchufe y te saltan la lista de espera.
Cuando vi por primera vez Blade Runner, la película de Ridley Scott, me dije para mis adentros "tranquilo, es sólo una película. Eso nunca pasará aquí o, al menos, nunca llegarás a verlo". Me asustaba la suciedad y el ambiente cutre de aquella ciudad de Los Angeles del año 2020; me asustaban sus esquinas, sus interiores lóbregos y oscuros. Me daba pena Deckard, el personaje de Harrison Ford, y me inquietaba Gaff, a quien interpretaba maravillosamente Edward James Olmos. Rápidamente me identifiqué con Batty, el replicante a quien daba vida Rutger Hauer, porque tenía sobrados motivos como para estar enfadado. En aquella ciudad, por cierto, no había alcalde, y supongo que hablarían poco de los Juegos Olímpicos. Aquella ciudad ya está aquí, es la mía, y por eso me gustará saber qué hacen nuestros políticos para darle el pego al Comité Olímpico Internacional. Al menos tenemos logotipo, sólo nos faltan los replicantes. Todo llegará.

Replicantes olímpicos
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