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Enrique de Diego

El impulso integrista de Jomeini

Irán iba a dar un fuerte impulso a la difusión del integrismo. La dinastía Pahlevi, aunque nacida de un golpe de estado en 1921, se consideraba heredera de Ciro el Persa, y mantenía una posición de confrontación respecto a los ayatolás chíies a los que consideraba retrógrados. El Sha de Persia era una extraña mezcla de prooccidentalismo en las relaciones internacionales, de ostentación en los fastos de la corte y de socialismo real en la política económica a través del partido único en el que se promovían formas de culto a la personalidad.

Los chiíes, como religión, se habían desgajado con la derrota y muerte del cuarto imán, Alí, yerno de Mahoma, y esperaban su vuelta, lo que había impregnado de un estilo quietista a sus relaciones con la política. Jomeini, desde la ciudad santa de Quom, y desde su exilio en París, promovió una nueva mentalidad activista, convirtiendo las procesiones de dolor por la muerte de Alí en manifestaciones contra el régimen.

Reza Pahlevi quiso iniciar la llamada “revolución blanca” uniendo principios del “capitalismo y el comunismo”. En el fondo y en la forma, con la riqueza del petróleo, impulsó la presencia del Estado en todas las instancias económicas; gastó demasiado, demasiado rápido, eso provocó inflación. Incapaz de reconocer su error, lanzó a la policía contra “acaparadores” y “especuladores”. Hubo detenciones en el bazar, lo que le malquistó con los comerciantes.

Un proyecto del Sha, presentado como un impulso modernizador, anunció la extensión del derecho al voto a las mujeres y una reforma agraria colectivista gravemente lesiva para el clero. El campo conservador había sido un apoyo de la monarquía, pero el Sha montó la “administración agrícola unificada”, con granjas colectivas y destrucción de las viejas aldeas con traslados forzosos a pueblos “modelo”. Cundió el descontento. Jomeini hizo acercamientos a los comerciantes del bazar, molestos con su marginación política, y asumió un discurso retórico próximo a la izquierda, presentando su proyecto de conservadurismo moral junto con reclamaciones del Islam como la religión de los “desheradados” para establecer una alianza con los muyahidines.

Eran los tiempos de Jimmy Carter, y los Estados Unidos retiraron su confianza al Sha, acusado de una política contraria a los derechos humanos. Fue la puntilla. La “república islámica” dio amplios poderes a Jomeini. Mostró una faz sanguinaria desde el inicio. Los dos primeros años ejecutó a ocho mil personas, entre ellas veintitrés generales y cuatrocientos oficiales del ejército y de la policía; se ensañó con las minorías religiosas –judíos, cristianos, sabeanos y sunnitas- y, por último, fue inmisericorde con sus antiguos aliados. Los miembros del partido comunista Tudesh fueron los últimos de la purga. Aparecieron en la televisión afirmando la superioridad del Islam sobre el marxismo, en un remedo de los viejos juicios de Moscú, y luego desaparecieron sin dejar rastro.

Egipto fue otra de las naciones en donde los integristas pusieron sus miras. El 6 de octubre de 1981, un grupo de terroristas asesinó al presidente Sadat durante un desfile militar. Sadat había sido objeto de fatwas por firmar la paz con Israel, pero al tiempo abrió la mano y fue condescendiente con sus verdugos. Los asesinos declararon en los interrogatorios que buscaban provocar una sublevación de las masas, una “revolución popular”.

La guerra irano-irakí, iniciada en 1980 y finalizada ocho después sin resultados concluyentes, con un millón de muertos, inició una serie de estrategias diplomáticas en las que Estados Unidos fue de la mano de Arabia Saudí, a quien Jomeini pugnaba por arrebatar el liderazgo. Diversas naciones, incluida Rusia, apoyaron a Sadam Hussein, a pesar de su merecida fama de pistolero sin escrúpulos.

El 22 de septiembre de 1980, Sadam Husein invadió Irán.. Estados Unidos está herido por el secuestro de sus diplomáticos en la embajada y por la retórica diabolizadora de los jomeinistas. Llueven, pues, las ayudas a un Husein que exagera sus muestras de devoción para no ser tildado de impío. La guerra entre Irán e Irak quedó en tablas, pero se llevó por delante toda una generación iraní, “mártires” lanzados como carne de cañón, y dejó a Husein con un sistema económico ruinoso y un ejército agigantado y bien pertrechado.

Con un Teherán debilitado, en el hajj de 1987, la policía saudí rodeó a los peregrinos iraníes y mató a cuatrocientos. Jomeini, meses antes de su muerte, trató de recuperar su papel central en el mundo islámico con un golpe de efecto. El 14 de enero de 1989 un grupo de musulmanes ingleses se manifestó en Bradford quemando ejemplares del libro Versos satánicos, de Salman Rushdie, considerado blasfemo por sus referencias a las mujeres de Mahoma. Eso llamó la atención de Jomeini quien en una fatwa hizo una llamada a su asesinato: “informo al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor de los Versos satánicos, que se opone al Islam, al Profeta y al Corán, y todos los que participaron en su publicación y conocían su contenido, están sentenciados a muerte”.

Atacando de forma directa a la libertad de creación y de expresión, atacaba la misma base de los valores occidentales, al tiempo que recreaba la idea de Dar el Islam, implicando en ella a los grupos musulmanes de Occidente. Demostraba su dominio, en base a la religión, sobre ellas. En varios lugares las manifestaciones terminaron con quemas de libros recordando los tiempos nazis. El integrismo triunfaba en las mismas entrañas de Occidente, en la misma ciudad que un día fuera el símbolo de la resistencia al nazismo.

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