Al despertar la Champions League una mañana, encontrose en su cama convertida en Liga de Campeones. Esa es la metamorfosis idiomática que, con un toque artístico innegable y grandes dosis de ironía, reclaman desde Italia los compañeros de “La Gazzetta dello Sport”. No me parecería nada mal que puesto que el fútbol es un idioma universal sólo (por ahora) sobre el terreno de juego, la nomenclatura de la UEFA fuera girando como una veleta alrededor del español, inglés, italiano o alemán, en función del dominio ejercido en Europa por sus diferentes equipos. Y de un tiempo a esta parte resulta innegable que son los clubes españoles quienes controlan la situación. Sólo me da rabia porque tendría que habérsenos ocurrido primero a nosotros.
“La Gazzetta” coincide en líneas generales con la UEFA que, hace bien poco, escogió al español como el campeonato más potente. En Italia valoran las catorce victorias en veintiún partidos de Real Madrid, Deportivo de La Coruña y Barcelona, por tan sólo dos derrotas. Y no sólo eso, sino también el arranque espectacular de los tres en la segunda fase que acaba de inaugurarse. No es de locos imaginarse que todos ellos obtendrán la clasificación para cuartos, y quién sabe si podríamos rememorar otra vez aquel Real Madrid-Valencia, otra final española en la Copa de Europa.
Los colegas de la prensa italiana dan mucha importancia a que diecisiete técnicos (de los veinte equipos de Primera) sean españoles. Y la “prueba del algodón” definitiva, en el asunto deportivo, la supone el hecho de que si Raúl logra al final imponerse en el “balón de oro”, los cuatro últimos vencedores de este premio oficioso pero relevante estén jugando al fútbol en nuestro país: Zinedine Zidane (1998), Rivaldo (1999), Luis Figo (2000) y Raúl (¿2001?).
Días de vino y rosas para la Liga española. Sólo espero que el nuestro sea un “happy end”, y no como sucedió en la película de Blake Edwards. No querría dejarles un sabor amargo, pero los italianos ven, desde la lejanía, el espectáculo, el arte. Nosotros tenemos, además, la obligación de “bucear” para conocer si este gigante tiene o no sus pies de barro. Todo irá bien mientras sean Pérez, Lendoiro y Gaspart quienes paguen el precio del convite. Porque “Hacienda somos todos”, salvo para construir castillos en el aire. Esa sí que será, en un futuro muy cercano, una extraordinaria prueba del algodón.

El algodón no engaña
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