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Julio Cirino

El hombre que nunca entendió

Cayó el telón, casi cómico en su final por las azoteas buscando un helicóptero, si no fuera por la tragedia de un país en ruinas, unos 30 muertos, varios centenares de heridos y comercios saqueados en todo el país, además de una situación socio económica que continúa siendo tan explosiva como hace una semana. El ahora ex presidente, Fernando de la Rúa, se fue como llegó: sin entender lo que pasaba. De hecho, nunca entendió, o quizás nunca procuró entender. Un hombre gris y desconfiado que a lo largo de los años se convirtió en un maestro en la intriga del comité. Hábil componedor de acuerdos en mesa de café, nunca comprendió que gobernar es decidir, resolver, tomar la determinación, muchas veces en soledad, aceptar las consecuencias y conducir.

Gobernar en medio de una catastrófica situación económica es aún mas complejo y no da lugar para el asesoramiento de hijos inexpertos, esposas de fuerte carácter o validos de palacio a los que nadie eligió. No se gobierna para que una planilla contable luzca bien frente al Fondo Monetario Internacional, se gobierna para la gente a la que, en una democracia, el presidente y toda la clase política juran servir. No servirse, sino servir. Nueve meses atrás, con el deterioro de una economía paralizada por los más de tres años de crecimiento negativo, se hizo visible en la vida de los argentinos. Entonces De la Rúa y su pequeño cenáculo resolvieron que era el momento de convocar a Domingo Cavallo. Personaje siniestro que tipifica lo que no debe ser un funcionario republicano, mezcla de tribuno y predicador, que sin embargo aseguraba sus ahorros en bancos del exterior, autócrata convencido de ser el poseedor de la verdad revelada, prometió la vida eterna con tal de cumplir su sueño de poder, cosa que una y otra vez le negaron las urnas desde que Carlos Menem le despidiera en 1995.

Pero volver no era suficiente, necesitaba “superpoderes”. Un parlamento cómplice y un presidente, que buscaba aferrarse como un náufrago a un madero, no dudaron en concedérselos. Desde entonces y ante cualquier cuestionamiento su respuesta sería: “Soy yo o es el caos”. Pues bien, lo tuvimos a él, y el país está en caos. Pocos días antes del triste final se conoció el estado del “país de Cavallo”. La caída de la actividad industrial mostró una baja bruta del 11% y llegó al 11,6% en términos desestacionalizados. Después de 40 meses de recesión, durante el año 2001 el producto industrial lleva una caída del 5% y desde agosto, esta caída se está acelerando. Dos millones y medio de argentinos están sin trabajo, mas de un millón y medio se encuentran sub ocupados. Y así podríamos seguir hablando de la caída de la producción textil, del cemento, del vidrio, de lo automotores..., en suma, una crónica de un país que se auto fagocita con un presidente inexistente y un ministro al que nada parece afectarle.

Así se llega al fatídico diciembre. Cavallo se supera a sí mismo y decide de un plumazo congelar la extracción de efectivo de todas las cuentas y cajas de ahorro y simultáneamente “bancarizar” el país (los bancos agradecidos por las generosas comisiones). Una decisión que, por supuesto, llega sin preparación, sin previo aviso, en suma sin plan alguno. El dinero en circulación casi desaparece de las calles, las colas en los bancos crecen a niveles de epopeya, el descontento se extiende, pero nada perturbaba a nuestro calvo Júpiter que tronaba avisando la llegada de la salvación a la vuelta de la esquina. Comenzó el domingo 16 de diciembre, mucho antes de los saqueos. Miles de pequeños comerciantes, profesionales, empleados, maestros, jubilados y oficinistas, se volcaron a las calles de las principales ciudades con la esperanza que el sordo pudiera oír y el ciego pudiera ver, pero ya era tarde. Así se inició lo que para el miércoles 19 de diciembre era una tormenta de protestas a las que se sumaría el inicio de los saqueos y asaltos. Una avalancha de la que el presidente procuró escabullirse entregando primero la cabeza de su ministro de economía y buscando luego una concertación política en la que nunca antes creyó.

Muy tarde... salió por el techo de la casa de gobierno entre llantos y gritos, se fue como llegó, sin entender lo que estaba sucediendo. Los mecanismos constitucionales, al menos formalmente, están operando y ahora ha sido designado por el Parlamento un presidente interino (el ex gobernador de la provincia de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá) con la misión de convocar elecciones generales para el dos de marzo próximo. El grave riesgo estriba en que la “clase política” reinicie el juego del poder, los acuerdos y las componendas mientras en la calle hay una población que perdió la paciencia, que desconfía de los políticos y a la que solo se podrá convencer con sentido común y hechos concretos. De lo contrario, las consecuencias son del todo impredecibles, pero eso es ya otra historia.


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