“Y últimamente mandé que no defendiesen mi ley por razón, porque ninguna hay ni para obedecella ni sustentalla; remitísela a las armas y metílos en ruido para toda la vida; y el seguirme tanta gente no es en virtud de milagros, sino solo en virtud de darles la ley a medida de sus apetitos, dándoles mujeres para mudar, y por extraordinario deshonestidades tan feas como las quisiesen, y con esto me seguían todos”.
Han pasado casi cuatrocientos años desde que Don Francisco de Quevedo escribiera estas palabras en El sueño del infierno, puestas en boca de Mahoma. Y en todo ese tiempo, el Islam no ha perdido un ápice de la potencialidad fanática, intransigente, violenta y dominadora que su fundador le imprimió y que el genial literato supo resumir en estas breves líneas.
Desde la batalla de Lepanto, en 1571, y el sitio de Viena, en 1683 —ocasiones en que el occidente europeo estuvo a punto de sucumbir ante el empuje turco— el Islam retrocedió y entró en una especie de letargo, replegado sobre sí mismo y sobre el fatalismo que le es inherente, mientras que Occidente creció y extendió su fuerza civilizadora por todo el mundo.
Sólo el violento siglo XX, el intento de suicidio de Occidente en dos guerras mundiales, la crisis de confianza en los valores fundantes de su cultura y el relativismo moral y cultural a que ésta crisis dio lugar, han hecho posible la revitalización en todo el mundo del Islam. A lo que hay que añadir el hecho de que los principales productores de petróleo del mundo son los regímenes integristas de Arabia Saudí e Irán, principales financiadores de la extensión del Islam por el mundo, incluidas las actividades terroristas.
Osama Ben Laden y Al Qaeda son un producto típico de todo ese ambiente de descomposición moral y cultural que ha padecido Occidente en las últimas décadas, además de una muestra clara de lo que sucede cuando se renuncia a defender con firmeza y sin titubeos la cultura que ha traído el progreso y la civilización a todo el mundo.
Libertad Digital publica una impresionante muestra de los resultados que puede deparar el integrismo más obtuso combinado con las doctrinas militares más avanzadas, resumidas por el estratega de Al Qaeda, Al Qurashi, con el concepto de guerra de cuarta generación, denominación acuñada por los geoestrategas norteamericanos hace una década y que consiste en: terrorismo generalizado (Al Qurashi lo llama “factor sorpresa”) y a gran escala, captación de prosélitos entre los inmigrantes en países occidentales para entrenarlos como máquinas de matar anónimas y utilización sistemática de la propaganda y de los medios de comunicación. A este tenor, conviene citar a Al Qurashi: “La nueva guerra estará basada estratégicamente en la influencia psicológica en la mente de los enemigos (...) en la opinión pública y, a través de la misma, en las élites dominantes”.
En lo que concierne a España, único país islamizado que retornó a la esfera occidental, hay que recordar que el mundo islámico la considera como algo suyo. La pérdida de Al Andalus es concebida como una de las mayores tragedias del Islam, que nunca ha renunciado a “recuperarlo”, por lo que, según advierten Enrique Montánchez y Pedro Canales en su libro En el nombre de Alá, existirían planes secretos para reislamizar España, apoyados en los abundantes medios económicos que Arabia Saudí y Marruecos ponen a disposición del proselitismo en nuestro país, que se vuelca en la inmigración ilegal procedente del país vecino. No sería descabellado aventurar que la polémica organizada en torno al asunto del velo tiene algo que ver con toda esta estrategia, como ya señalábamos el martes.
Las autoridades, los intelectuales despistados, los creadores de opinión políticamente correctos y los voceros del multiculturalismo harían bien en tomar buena nota de que la tolerancia acrítica e indiscriminada que les impone su relativismo moral y cultural no es precisamente una virtud, sino el peor de los vicios; sobre todo cuando el objetivo de una gran parte de los “tolerados” es poner en jaque la seguridad colectiva y la supervivencia de la civilización. Veinticinco años de “hacer que los nacionalistas se sientan cómodos” han producido en España los resultados que todos conocemos.
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