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Alberto Míguez

¿Cómo parar la espiral?

“Estamos peor que nunca pero todavía podemos estar peor”. Con estas tranquilizadoras palabras profetizaba hace unas horas un analista político israelí la situación interna y externa de su país, una sociedad harta de tanta sangre y un gobierno cuya única respuesta previsible es “eliminar a los terroristas allí donde se encuentren”, según palabras del portavoz oficial del primer ministro Sharon a la televisión francesa. Horas después de que un francotirador palestino hubiese ultimado a siete soldados israelíes con una simple carabina, miles de jóvenes eufóricos, adultos armados y mujeres vociferantes salían a la calle en Cisjordania y Gaza para celebrar el asesinato de veintiún israelíes, diez de ellos muertos por un kamikaze en el barrio integrista de Jerusalén, Mae Sharin, uno de los lugares más sórdidos de la capital al que van los turistas para ver de cerca a gentes que parecen salidas de la Edad Media.

La euforia por estos asesinatos entre los palestinos y las voces que cada día se elevan entre sectores ultramontanos de Israel pidiéndole a Sharon que acabe con Arafat, van en la misma dirección. Hay sectores crecientes en ambas sociedades que apuestan por el “cuanto peor, mejor”, un juego peligrosísimo que conducirá a una guerra general y desigual. ¿O acaso esta guerra no es ya una realidad? Todo el mundo sabe que el ejército israelí es uno de los más efectivos del mundo y que en una batalla convencional, las escasas fuerzas regulares de la Autoridad Palestina –que ahora Sharon intenta destruir metódicamente- nada tienen que hacer. Todo el mundo sabe también que Israel no puede darse el lujo de perder ninguna guerra: ni ésta ni otra. Pero todo el mundo sabe también que la sociedad israelí está sometida a una presión terrible por parte de las bombas humanas y de la nebulosa terrorista palestina, es imposible actualmente calcular la resistencia de esta sociedad a tanta presión. Algunos síntomas (soldados que se niegan a obedecer a sus mandos, pacifistas que piden la retirada completa de Gaza y Cisjordania, gentes que regresan a sus países de origen en Europa, América Latina o Estados Unidos, etc) son preocupantes. Y, tal vez lo peor de todo, Sharon no tiene recambio ni alternancia. En cualquier país árabe de los alrededores, eso no tendría importancia pero en una democracia armada pero pluralista, como es Israel, sí la tiene.

A las organizaciones terroristas palestinas, cada vez más prepotentes, les sobran voluntarios para la “inmolación y el martirio”. Sólo la desesperación, el fanatismo y la marginación explican esta locura. Nadie es capaz en las actuales circunstancias de calcular la capacidad de empecinamiento de estas gentes como tampoco nadie lo es de calcular la capacidad de aguante de los israelíes. Hay dos cosas, en cambio, que están cada día más claras, Sharon no ha cumplido ninguna de sus promesas principales cuando se presentó a las elecciones. Garantizó que traería la seguridad y la paz pero nunca la inseguridad había sido mayor y nunca la guerra estuvo más próxima y fue tan letal. Claro que siempre podrá argumentarse que por cada israelí muerto han caído tres o cuatro palestinos desde que en septiembre del 2.000 se inició esta “segunda Intifada” pero no sé hasta qué punto esta siniestra. Otra cosa, también, está clara, Arafat no quiere ni puede controlar a sus gentes, sean terroristas o simples ciudadanos armados, civiles o militares. Y por ahora, aunque parezca increíble, sigue siendo el único interlocutor tanto de Israel como de la comunidad internacional. ¿Habrá que eliminarlo, como le piden muchos de sus seguidores a Sharon pese a todo eso?

Sólo Estados Unidos, la Unión Europea y los países árabes llamados moderados (Egipto, Arabia Saudí, tal vez Siria) tienen algo que decir y hacer para que la espiral de violencia, sangre y odio se pare. ¿Querrán o podrán hacerlo? Es también más que dudoso. Y mientras tanto, sin que nadie o casi nadie lo haya percibido, se ha producido un hecho político de primera magnitud: por primera vez desde hace más de cuarenta años el presidente de Siria, país clave en la región, ha visitado el Líbano. Desde 1949 no sucedía. ¿Simple visita de inspección a un país que es apenas un protectorado de Damasco? No lo creo.

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