Menú

De poco sirve retrotraerse hasta la Declaración de Balfour, la promesa de un “hogar judío”, el nacimiento del sionismo, el holocausto, los complejos de culpa occidentales y el proceso de ingeniería social filosocialista que llevó a la creación del Estado de Israel. Tampoco resuelve mucho recordar la radicalización del mundo palestino impuesta por el Mufti de Jerusalén, amigo personal de Himmler, y las devastadoras purgas contra los sectores moderados.

Es obvio que en todo ese proceso se han producido lesiones a los derechos personales, pero no al “pueblo palestino”, concepto en sí abstracto. Nunca hubo Estado palestino, ni organización jurídica o administrativa equiparable, sino un entramado de clanes y autoridades religiosas.

Desde luego, Sharon no es un personaje edificante. Está bajo seria sospecha de haber consentido u ordenado crímenes de guerra en los campos de Sabra y Chatila. Pero ni Sharon ni la extrema derecha judía hubieran llegado al poder sin el concurso del proceso de corrupción por la violencia lanzado por los grupos integristas palestinos desde la primera Intifada hasta los atentados con kamikazes, y liderada por Yaser Arafat. Su mensaje desde el búnker es el de un líder integrista reclamándose como sahid y pidiendo una especie de sepuku general —millones de mártires— ante Jerusalén. La culminación homeopática de una total pérdida del sentido de la realidad, porque Israel tiene las armas para desarrollar un genocidio o una “colonización”, que Estados Unidos viene impidiendo.

Aznar cometió un error de notable ingenuidad cuando situó, en Mallorca, a Peres y a Arafat entre las víctimas del terrorismo. Arafat ha sido básicamente un terrorista y la OLP ha sido una de las organizaciones terroristas más letales y menos escrupulosas de las últimas décadas. Barak, que jugó a fondo la carta de la negociación, ha declarado que Arafat nunca abandona esa segunda naturaleza del terrorista. Siempre ha tendido a considerar cualquier oferta como una cesión que podía ser ampliada si había más violencia y ha considerado los apoyos democráticos, de la Unión Europea, como un respaldo a esa estrategia.

Con financiación de Arabia Saudí, Kuwait (¡nuestros indeseables aliados!), Irán y Siria, los palestinos han desarrollado un proceso de corrupción por la violencia en altas dimensiones que ha llevado a la barbarie de los atentados suicidas, que sirvieron de inspiración —junto con los tamiles— a Al-Qaeda. Hamas, la Yihad Islámica y el propio partido de Arafat (los mártires de Al Aqsa) son movimientos terroristas, en el mismo y en peor sentido que Eta, cuya finalidad es el genocidio de los judíos, y los cuales identifican negociación con traición, y boicotean cualquier esfuerzo mediante atentados de especial crueldad y absoluto nihilismo. Arafat asumió el papel de coartada para ganar tiempo, visto el apoyo de algunos despistados como Aznar. En ningún momento se le ha exigido nada: por ejemplo, la ilegalización, y consiguiente persecución, de esos movimientos terroristas, como aquí se va a hacer con Batasuna.

Aznar mantiene en Oriente Medio criterios diametralmente distintos a los que mantiene en el País Vasco, y mientras en éste último escenario acierta, en el otro se equivoca, con notable incoherencia. Preocupante, porque indica falta de convicciones (como al inicio de la tregua-trampa) y una ausencia de doctrina seria sobre los riesgos del integrismo, como causa más que efecto del terrorismo.

En Portada

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal