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Poco a poco empieza a perfilarse la estrategia de Sharon frente a la ofensiva terrorista islámica más feroz que registra la corta y siempre amenazada existencia del moderno Estado de Israel. Al cerco y sistemática criba de las ciudades bajo anterior control palestino, se añade ahora el frente abierto, con la imprudencia suicida que caracteriza a esos sujetos, por los obuses disparados contra puestos judíos desde la llamada “república islámica de Hizbolá” en el famoso Valle de la Bekaa, al sur del Líbano. Un lugar, por cierto, donde todos los terroristas del mundo, empezando por los etarras, han podido entrenarse durante décadas para su criminal tarea.

Es más que probable que en las próximas semanas, cuando termine el durísimo escrutinio de todos y cada uno de los pueblos palestinos, y cuando, muy probablemente, Arafat haya sido colocado por los israelíes en algún país árabe, se desate una guerra formal para acabar con ese paraíso del fundamentalismo islámico que se nutre de la tolerancia siria y el tráfico de hachís para fabricar terroristas islámicos a escala casi industrial.

Y aunque un gobierno de coalición como el que preside Sharon está sujeto a todos los vaivenes de dos líneas políticas distintas –al menos dos: laboristas y Likud, más sus distintas facciones y liderazgos–, la tradición y la necesidad muestran que en cuanto se emprenden operaciones militares, todas las fuerzas políticas del espectro judío cierran filas hasta terminar la guerra. Una de las pocas cosas positivas de la salvaje Intifada es esa forzosa unidad política israelí, siquiera como respaldo de la acción policial y militar, crecientemente indistinguibles.

Todo apunta, pues, a que estamos ante una larga guerra de desgaste tan militar como política que, más pronto que tarde, se hará indisociable de la guerra contra el terrorismo fundamentalista islámico que los USA y sus presuntos aliados declararon el Once de Septiembre. Convendría no perder de vista esta circunstancia, como tienden a hacer los países europeos. Porque Ben Laden y sus cómplices la tienen muy clara. Israelíes y norteamericanos, evidentemente, también.

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