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Enrique de Diego

Le Pen ya está en España

La diabolización de Le Pen parece un ejercicio gratuito, porque el personaje hace todo lo posible para diabolizarse a sí mismo, pero la izquierda parece íntimamente encantada por el surgimiento de un peligro de la que espera obtener una especie de nueva legitimación, aunque sea al precio de tener que votar a Chirac. La cuestión es que Le Pen es mucho más el efecto de errores ajenos que de aciertos propios, y más que el líder de un “movimiento” fascista es el recolector de una bolsa de votos del cabreo, que se mueve en pautas de voto de castigo.

Pero ese movimiento histérico de la izquierda francesa —la misma que con la antiglobalización ha recuperado las manifestaciones como esquema tribal, para hurtarse al pensamiento— tiene, en su proyección española, características de doble moral. La lucha contra el lepenismo xenófobo, al margen de las matizaciones anteriores, coincide en el tiempo con el compulsivo intento de acercamiento al PNV, cuyo proyecto doctrinario está bastante a la derecha de Le Pen y cuya doctrina originaria sabiniana es un abrumador prejuicio racista de taberna sureña a lo Ku Klux Klan.

Por eso, la pregunta subliminal que en estos días se está haciendo, sobre si existe el riesgo de la existencia de un Le Pen en España, tiene un resabio de retórica. ¿Alguien se imagina lo que ocurriría si Le Pen dijera que los franceses tienen un Rh peculiar, que les hace una raza distinta, y presuntamente superior? Todavía le queda por aprender del presidente del PNV.

Eso del nacionalismo etnicista que suele indicarse, incluso con carácter peyorativo, respecto al PNV, no deja de ser un eufemismo. El nacionalismo vasco es xenófobo, y lo es también, en distinto grado, el catalán. Pero, sin embargo, para nuestra izquierda, lo que en Le Pen es, con razón, terrible carcundia, se troca en relación con el País Vasco en progresismo o poco menos, como de continuo destaca el ideólogo de la izquierda cañí, Juan Luis Cebrián.

Arzalluz tiene un discurso idéntico al de Le Pen y, en muchos aspectos, le supera por lo xenófobo. Por tanto, nos encontramos en realidad ante una completa hipocresía de nuestra izquierda, que analiza las cuestiones con varas de medir completamente distintas, más allá y más acá de los Pirineos.

En España

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