La distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, salvo en el caso de Louis Van Gaal. Con la cantidad de combinaciones que debe haber para viajar desde Amsterdam hasta Barcelona, y con lo bien que tiene que funcionar la KLM, la "Iberia holandesa", al nuevo entrenador culé le dio por coger un autocar hasta Rotterdam, de ahí a Manises pasando por Alicante para, por fin, llegar por carretera hasta Sitges, supongo que de noche, montado en un todoterreno con las lunas tintadas y por la puerta de atrás. Más que un entrenador de fútbol, Van Gaal ha parecido un testigo protegido que fuera a testificar contra Joe "Bananas", otra víctima de la omertá de los mafiosos italianos. Queda bastante claro que a este técnico le da muchísima vergüenza haber aceptado el ofrecimiento de Gaspart, y que el presidente prefirió darle unas vueltas por tierra y aire hasta que llegara la una de la tarde del viernes 17 de mayo, la hora de lo inevitable.
Con el presupuesto elefantiásico que maneja el Fútbol Club Barcelona, no entiendo por qué Antón Parera no manejó otras posibilidades como, por ejemplo, la cirujía estética. Habría sido mucho más sencillo cambiarle el rostro a Van Gaal, al más puro estilo Vladimiro Montesinos, y luego ofrecerle una nueva identidad. Así, Gaspart podría haberle presentado sin problemas como Van Rooken o Van Popen. La desfiguración sería completa colocándole un pequeño distorsionador de la voz en su garganta; ya no tendría ese tono antipático, seco, sino uno mucho más dulce y cercano al de Doris Day o Julie Andrews en "Sonrisas y Lágrimas".
El caso es que, a pesar del tour turístico que le obligaron a dar y que él aceptó, Van Gaal ya está aquí, eso parece no tener ya solución. Con su misma cara de siempre, con los mismos tics, aunque, probablemente reconvenido por Gaspart, algo más contenido, sujeto por el que dirán, don Louis llegó incluso a llorar (los maledicentes dicen que se echó colirio) en su primera comparecencia ante los medios de comunicación. Por cierto que sobre los periodistas habrá también polémica porque Joan Gaspart, no sé si siguiendo los mismos criterios que Noé en el Arca, fue colocando a cada "oveja" con su pareja. Las de color negro, aquellas "manzanas podridas" que podrían haberle recordado a Louis Van Gaal su pasado, simplemente no tuvieron acreditación. No parece, desde luego, la mejor forma de iniciar un nuevo proyecto deportivo.

Van Gaal y la Omertá
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