Chirac, desde luego, no es bueno, pero los otros son peores. Cuando digo “los otros” no me refiero a nosotros, que somos estupendos, sino a los demás candidatos a las presidenciales, ayer y ahora, entre los que intentan lograr una mayoría parlamentaria. La derecha francesa no es liberal, no nos llamemos a engaño, pero la izquierda es radicalmente antiliberal. Siempre tan ecuánime y sensato –a veces, demasiado–, Jean d’Ormesson en Le Figaro de este martes, señala tres posibles resultados en las próximas legislativas: A) una Asamblea ingobernable, debido a una presencia “fuerte” (20/25 diputados) del FN. Poco probable, sentencia. B): Una victoria de la izquierda, con la consiguiente “cohabitación” y el consiguiente caos, o más bien inmovilismo. Y C): que el Presidente Chirac logre mayoría y pueda gobernar. No oculta su preferencia por esta tercera posibilidad. No es el único.
Al Primer Ministro Raffarin se le ve casi por las nubes en los sondeos. Tal vez sea por su apacible rondeur, que a mí me recuerda la pinta de ciertos políticos radicalsocialistas de los años treinta. Hijo de un diputado que fue brevemente ministro de Méndes-France, en 1954, el actual primer ministro, clásico notable de provincias, después de unos estudios en una humilde escuela de comercio, comenzó su carrera política a la sombra de Giscard D’Estaing, en la UDF, luego se pasó a Democracia Liberal, fundada por Alain Madelin. En el gobierno de “cohabitación” presidido por E. Balladur (93/95) fue ministro de la Artesanía, pequeñas y medias empresas. Antes de ser nombrado, hace un mes, primer ministro, era senador y presidente del Consejo General de Poitou-Charente. Lo contrario de un “enarca”, pues.
Su brazo derecho, el super ministro de Interior, Nicolas Sarkosy, es húngaro. Sus padres, de origen aristocrático, se refugiaron en Francia después de la guerra, cuando el Ejército soviético realizó la revolución comunista en su país. Toda su carrera política la hizo en el seno del movimiento posgaullista. Diputado, alcalde del elegante Heuilly, en los arrabales parisinos, tuvo la desgracia, para él, el acierto, para mí, de apoyar a E. Balladur, frente a Chirac, en las presidenciales de 1995, y ganó Chirac, como bien es sabido. Enviado al rincón, con un capirote de mal alumno, ha vuelto a primera fila. Inteligente, trabajador, y claro, ambicioso, como todos los políticos, no es popular. Son cosas que pasan.
La ausencia de Jospin es atronadora en el PS. Su huida es interpretada por algunos como una deserción –“el capitán no abandona el navío”–, como una noble despedida por otros. El caso es que el PS habiendo conservado, y podrido, lo peor de la izquierda y adoptado lo peor de ciertas derechas –el “culto al Líder”–, se queda sin jefe, sin proyecto, sin programa y sin campaña, sin nada. Si el duelo le sentaba bien a Electra, la derrota destroza al Partido Socialista. Jean-François Revel me contaba que, habiendo cenado con D. Strauss-Kahn y su colega alemán de Economía, el entonces ministro galo, no cesó de arremeter contra su camarada Martine Aubry, también entonces, Ministra de Trabajo, Solidaridad, Sanidad, Seguridad Social, y varias cositas más. Pues éste es, más que nunca, el ambiente navajero en el PS. Lo cual puede que no impida a millones de electores el votar, no por realismo, sino por borreguismo hincha, a la izquierda-unida-jamás-vencida, y que Francia se estrelle contra un muro.
Como escribía Jean d’Ormesson, cualquier cosa mariposa. Bueno, es una traducción muy mía. Y para colmo, ¡Francia pierde contra Senegal!.

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