Para plantear la cuestión de la independencia en un territorio como el País Vasco, cofundador de España, con unas cotas de autogobierno que sólo superan quizá los cantones helvéticos, es preciso dar la espalda a la Historia y abandonar el terreno de la política racional para entrar de lleno en el del fanatismo mesiánico. La “reinstauración” de un pasado épico inexistente —inventado por mentes paranoicas y deshumanizadas—, al que la megalomanía de personajes como Arzalluz y la pusilanimidad de toda una generación de políticos —que se autoestigmatizaron y autoanularon por creerse “herederos del franquismo”— se ha convertido en el máximo objetivo político de una parte considerable de los vascos. Nada sorprendente si se tiene en cuenta que el PNV, ante la pasividad de los gobiernos democráticos que se han sucedido desde la Transición, lleva veinticinco años reescribiendo la Historia y censurando todo aquello que pudiera afectar, siquiera ligeramente, la credibilidad del nacionalismo.
Lamentablemente, a quienes esperan y prometen paraísos, difícilmente puede convencérseles con argumentos racionales. Sólo la cruda realidad de los hechos puede sacar de su letargo sentimental a quienes todo lo supeditan a la conquista de la “tierra prometida”, sin pararse a examinar el precio que por ello deben pagar, mucho menos el que hacen pagar a otros.
Es esa profunda corrupción moral que resume la frase “el fin justifica los medios” lo que ha impulsado a Arzalluz a compartir manifestación en Bilbao con Josu Ternera, en contra de la ley que permitirá ilegalizar la sección “política” de Eta, precisamente el día en que se celebraba el 25 aniversario de las primeras elecciones democráticas. Poco hay que decir de Ternera, uno de los jefes de la banda terrorista en su etapa más sangrienta. Al menos, dentro de su abyección, es coherente en sus planteamientos. Menos aún de los comunistas de Izquierda Unida, también presentes en la manifestación, que —salvo honradas y muy meritorias excepciones— siempre se han volcado en el apoyo de quienes, como los batasunos, no descansarán hasta instalar el GULAG en España. Sin embargo, Arzalluz, antaño democristiano, que blasona de hacer política “a golpe de votos” y critica a quienes la hacen “a golpe de tiros”, no tiene empacho después en compartir pancartas con los “chicos de la gasolina” ni con los dialécticos del tiro en la nuca, tan sólo porque comparte con ellos el objetivo final, mucho más valioso para él que todas las vidas humanas segadas o arruinadas por sus compañeros de viaje.
Arzalluz se hace viejo y, en su complejo de Moisés, empieza a pensar que acaso no llegue a pisar la “tierra prometida” de la independencia, aunque ya la divisa en el horizonte a corta distancia, encaramado sobre el montón de los cadáveres que Eta ha ido acumulando: tan sólo tres o cuatro legislaturas bastarán, según el profeta aranista, para culminar la travesía del desierto del “pueblo elegido”. Él ya ha cumplido su “misión”, y como quien sabe que la muerte (física y política) está próxima, se libera de caretas, subterfugios y ambigüedades para mostrarse tal cual es: no precisamente el Moisés bíblico, sino un vulgar líder sectario y visionario que intenta arrastrar a sus adeptos al suicidio colectivo.

Arzalluz hace testamento

En España
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal