El otro día, el presidente chileno, Ricardo Lagos, hizo uso de la palabra en el Parlamento ecuatoriano y dijo, como de costumbre, algunas cosas con las cuales no estoy de acuerdo. Pero a eso me he venido acostumbrando, si bien confieso que se me hace muy, pero muy difícil resistir otros tres años y medio oyendo más de lo mismo.
Lo que sí esta vez resultó insólito fue el escenario de los despliegues retóricos del Primer Mandatario. Pues en la sala plenaria del Parlamento de la hermana república, según pude apreciar a través de la televisión, han tapizado los muros interiores con una pintura panfletaria chillona y de última categoría, entre la cual hasta alcancé a leer algún vituperio contra la CIA. Todo obra del izquierdista pintor, en ese orden, Oswaldo Guayasamín. Yo de pintura no entiendo, de manera que sobre eso no me pronuncio, pero de cosas feas sí, y debo decir, con el enorme afecto y respeto que siento por ese pueblo hermano, que han convertido la sede de su Poder Legislativo en un completo adefesio.
Probablemente embebido del ambiente, nuestro izquierdista presidente se sintió a sus anchas y, junto con rendir un sentido homenaje a la idea de un "Estado grande y poderoso" (cito de memoria, pero el sentido era ése), formuló su acostumbrada crítica a lo que llamó "sociedad de mercado". No me sorprendió. Por algo coronó las trabajosas lucubraciones de su libro más conocido, si bien escrito hace bastantes años, con la siguiente proposición, que sólo fue profética en el grado de tentativa: "La única solución es que los medios de producción pasen a manos del Estado".
Ustedes saben que para un socialista no hay nada más sublime que el Estado ni nada peor que el mercado. Porque el mercado es el lugar donde las personas libres hacen efectivas sus preferencias, idea que resulta insoportable para todo socialista, cuya convicción y doctrina consisten en que los demás sean obligados a hacer lo que quiere el Estado, manejado, naturalmente, por él.
La verdad es que la "sociedad de mercado", lamentablemente, todavía no existe asentada en forma suficiente en ninguna parte, pero la historia nos enseña que, cada vez más, el progreso va acercando a las naciones a serlo. La gente goza de cada vez más libertades en todo el mundo, no así en Chile. Hasta el que Ronald Reagan llamara en su momento, con tanto acierto, "Imperio del Mal", cuya misión declarada era suprimir la libertad de las personas en todas partes mediante la violencia revolucionaria, terminó paradójicamente suprimiéndose a sí mismo y hoy es un conjunto de naciones bastante libres, la principal de las cuales, Rusia, es cada día más "de mercado". Esto es tan así que allá incluso se ha reducido ese resabio socialista llamado "impuesto a la renta" a una mínima expresión (una tasa pareja de 13 por ciento), innovación que, entre otras cosas, ha permitido mejorar la recaudación fiscal y llevar a Rusia a ser una de las economías de mayor crecimiento durante el año 2002.
¡Qué envidia! Chile, otrora líder de las liberalizaciones, la apertura comercial, las privatizaciones, la libertad de elección previsional y de seguro de salud, la flexibilidad del mercado del trabajo, la libre fundación de colegios, institutos y universidades, ahora está de vuelta y se aleja cada día más de la sociedad regida por la expresión soberana de las personas libres en los mercados, mientras el Estado vuelve a crecer y el gobernante no sólo se enorgullece de ello, sino que casi todos los días amanece discurriendo un nuevo impuesto para cercenar todavía un poco más el menguante libre albedrío de los chilenos para tomar iniciativas y disponer del fruto de su propio esfuerzo.
Hermógenes Pérez de Arce es analista político chileno.
© AIPE
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