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Antonio López Campillo

Kamikazes, no; asesinos, sí

El kamikaze es un piloto de guerra japonés que, pilotando un avión lleno de explosivos, se estrellaba voluntariamente contra un buque de guerra norteamericano que, por lo general, impedía la acción suicida gracias a su potente defensa antiaérea. Los pilotos suicidas morían por su patria y su Emperador, pero como no les esperaba un cielo lleno de geishas, morían con el miedo en el cuerpo. No tenían un Texto Santo que legitimase su suicidio. Su decisión mortífera tenía un fundamento nacionalista y se producía dentro de un conflicto armado, lo que supone un cierto grado de racionalidad.

Sin embargo, los mártires musulmanes son aquellos que dan testimonio con su sangre al combatir y morir en la senda de Alá, lo que significa que quedan limpios de todo pecado y van directamente al Paraíso, donde se encontrará, para su uso personal, con unas setenta hurís siempre vírgenes. El mártir muere contento, su guerra es Santa: lucha para defender y extender el Islam. Su muerte no es un suicidio –su religión lo prohíbe–, sino un sacrificio agradable a su Dios.

El 11 de septiembre, unos grupos de mártires capturaban unos aviones comerciales y con sus pasajeros –rehenes infieles cuya vida no vale nada por ser infieles– se estrellaron en Nueva York contra unas torres que albergaban centros comerciales, sin la menor defensa. Hubo unos miles de infieles muertos. Matando civiles, estos mártires musulmanes (musulmán significa literalmente "sometido a la voluntad de Dios, en abandono absoluto") no son ni el fruto de algunas circunstancias actuales, ni una novedad. Tienen una historia.

En el siglo XI de nuestra era, Hassan ibn Saba, el amigo del gran poeta Omar Khayyam, fundó una sociedad secreta para la defensa del Islam, que estaba en decadencia por la perdida de fe de sus dirigentes, y decidió acabar con ellos matándolos. Su base era la fortaleza inexpugnable de Alamut, en las montañas, y por eso se le conoce como el Viejo de la Montaña. Sus seguidores consumían Cannabis sativa (hachís) y por eso se les califico de hashasihin, termino que dio lugar a la palabra asesino. Liquidaron a cientos de dirigentes musulmanes y también a jefes de las cruzadas (cristianos). Para hacerlo, sacrificaban sus vidas: eran mártires.

Técnicamente, los islamistas actuales son los herederos del Viejo de la Montaña, un musulmán que, como ellos, defendía la pureza del Islam y luchaba por su extensión. Curiosamente, Ben Laden, uno de los jefes actuales de los mártires musulmanes, también se refugia en una montaña inexpugnable. Del siglo XI al XXI se ha producido una continuidad doctrinal y metodológica admirable.

Así pues, los suicidas islamistas de nuestros días no son kamikazes, son, con toda la precisión del término, asesinos.

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