Antes de llegar a la ciencia como una dedicación profesional, es necesario que se participe de una cierta mentalidad propicia al razonar científico. No es cuestión de entrar en la tediosa “polémica de la ciencia”, si los españoles están dotados o no para el quehacer científico. Lo que sí percibo es que, en los ambientes cultivados, no es general la mentalidad científica, fuera de los profesionales, claro está. No me refiero a altos conocimientos de las respectivas ciencias sino a un modo de ejercitar la mente. Es lo que se adquiere con la afición de leer. Pues bien, parece que no cunde ese ejercicio. Por ejemplo, es muy corriente que, en una conversación un poco general o abstracta, el interlocutor le insista a uno que hay que hablar de cosas concretas. Es más, puede llegar a irritar el que uno generalice, se refiera a un promedio. Molesta incluso que se hagan comparaciones. La ausencia de mentalidad científica se manifiesta en frases como estas: “La media no significa nada”, “no se puede generalizar”, “no se puede comparar”. En el fondo, lo que revelan esas frases hechas es la resistencia a utilizar el intelecto. Es una facultad universal pero escasamente aprovechada.

La mentalidad científica

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